ZAGREB, domingo, 5 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI en la ceremonia de despedida de Croacia, que le tributó el presidente de la República, Ivo Josipović, en el aeropuerto internacional “Pleso» .
Señor presidente,
ilustres autoridades,
queridos hermanos en el episcopado,
hermanos y hermanas en el Señor:
Mi visita a vuestra tierra llega a su fin. Aunque ha sido breve, ha estado llena de encuentros, que me han hecho sentir como uno de vosotros, de vuestra historia, y me han dado la ocasión de confirmar en la fe en Jesucristo, único Salvador, a la Iglesia que peregrina en Croacia. Esta fe, que ha llegado hasta vosotros a través del valeroso y fiel testimonio de tantos hermanos y hermanas vuestros, algunos de los cuales no han vacilado en morir por Cristo y por su Evangelio, la he encontrado viva y sincera. Demos gracias a Dios por los abundantes dones de gracia que con generosidad dispone en el camino cotidiano de sus hijos. Deseo dar las gracias a los que han colaborado en la organización de mi visita y su ordenado desarrollo.
Llevo muy vivas en la mente y en el corazón las impresiones de estos días. Esta mañana, la participación en la santa Misa con ocasión de la Jornada Nacional de las Familias ha sido sentida y compacta. El encuentro de ayer en el Teatro Nacional me ha permitido compartir una reflexión con los representantes de la sociedad civil y de las comunidades religiosas. Los jóvenes, después, durante la intensa Vigilia de oración, me han mostrado el rostro luminoso de Croacia, que mira al futuro, iluminado por la fe viva, como la llama de una lámpara preciosa, que ha recibido de sus padres y que requiere ser protegida y alimentada a lo largo del camino. La oración junto a la tumba del beato cardenal Stepinac nos ha hecho recordar de modo especial a todos aquellos que han sufrido – y hoy todavía sufren – a causa de la fe en el Evangelio. Continuemos invocando la intercesión de este intrépido testigo del Señor resucitado, para que cada sacrificio, cada prueba, ofrecida a Dios por amor a Él y a los hermanos, sea como el grano de trigo que, caído en tierra, muere para dar fruto.
Ha sido para mí motivo de alegría constatar cómo sigue viva hoy la antigua tradición cristiana de vuestro pueblo. He podido experimentarlo sobre todo en la cálida acogida que la gente me ha prodigado, como ya lo había hecho en las tres visitas del beato Juan Pablo II, reconociendo la visita del Sucesor de Pedro, que viene a confirmar a los hermanos en la fe. Esta vitalidad eclesial, que debe mantenerse y reforzarse, no dejará de producir efectos positivos para toda la sociedad, gracias a la colaboración, que espero sea siempre serena y provechosa, entre la Iglesia y las instituciones públicas. En este tiempo, en el que parecen faltar puntos de referencia fijos y seguros, los cristianos, «juntos en Cristo», piedra angular, pueden continuar constituyendo como el alma de la Nación, ayudándola a desarrollarse y progresar.
Antes de regresar a Roma, os confío a todos a las manos de Dios. Él, dador de todo bien y providencia infinita, bendiga siempre esta tierra y el pueblo croata, y conceda paz y prosperidad a cada familia. La Virgen María vele sobre el histórico camino de vuestra patria y sobre el de toda Europa, y os acompañe también mi Bendición Apostólica, que os dejo con gran afecto.
[Traducción del croata e italiano distribuida por la Santa Sede
©Libreria Editrice Vaticana]