LEÓN, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León, en México, en preparación del “Día del Papa”, el 29 de junio.

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Cuando recitamos el Credo decimos: “Creo en la Iglesia que es UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA”.  Son las notas que la distinguen y le dan identidad. Hoy quiero fijarme sólo en una de ellas: nuestra Iglesia es CATÓLICA, que significa universal.

Desde los primeros siglos cristianos se tuvo conciencia de que las diferentes iglesias locales o diócesis, esparcidas por el mundo, estaban unidas entre sí y que la Iglesia entera y universal las abarcaba a todas. La unidad es, ante todo, fruto de la acción del Espíritu Santo que a todos nos congrega para formar un solo Cuerpo que es el Cuerpo de Cristo; pero la unidad tiene también vínculos visibles que permiten construir y constatar la integración de la multitud en la unidad de la Iglesia.

Entre los vínculos visibles que nos identifican como católicos está nuestra relación de fe, respeto y obediencia al Papa, sucesor del apóstol Pedro. “El Papa, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (L. G. 23).

A lo largo de los siglos ha habido una serie ininterrumpida de Papas, muchos de ellos santos ya canonizados; especialmente en los primeros siglos casi todos los Sucesores del Apóstol Pedro murieron mártires en las persecuciones de la Roma imperial, confesando con valentía a Cristo.

También ha habido momentos oscuros en la historia de la Iglesia en que el pecado se ha infiltrado corrompiendo a quienes fueron elegidos para ser signo y presencia de Cristo; sin embargo el Señor, por su espíritu, ha mantenido el rumbo de la Iglesia que no ha sucumbido a pesar de las debilidades humanas.

En estos últimos siglos Dios nos ha regalado muchos Papas de una excelente calidad humana y espiritual. Baste recordar a San Pío X, a los que han sido declarados Beatos y a los que son ya Siervos de Dios y están en proceso de beatificación. Como afirma un erudito en historia de la Iglesia: “el siglo XX sólo podría compararse con los primeros siglos cristianos en cuanto a la calidad de los Pontífices que han regido a la Iglesia universal”.

En estos años hemos visto con asombro e indignación la campaña desatada por algunos medios de comunicación para desprestigiar la figura de los últimos Papas, colocándolos bajo la sombra de la sospecha y hasta de acusaciones calumniosas y ofensivas. Estas maniobras forman parte de la consigna bien orquestada para desprestigiar a la Iglesia católica, intentando debilitar su credibilidad, tanto en las verdades de fe que enseña, como en la calidad moral de sus máximos líderes: los Romanos Pontífices.

A nosotros nos corresponde imitar el ejemplo de nuestros hermanos, los primeros cristianos, que cuando el Apóstol Pedro fue apresado todos permanecían en oración por él: “Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba incesantemente por él a Dios”  (Hechos 12, 5).

Si bien todos los días oramos por el Papa, se nos pide que con motivo de la celebración litúrgica de los apóstoles Pedro y Pablo, el día 29 de junio, intensifiquemos la oración para que el Señor mantenga la fortaleza de nuestro Papa, que sea siempre para el Pueblo Santo principio y fundamento visible de unidad en la de y de la comunión en el amor. Este día es llamado “DÍA DEL PAPA”.

Además de la oración se nos pide nuestra aportación económica para que todos colaboremos en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Esta donación se conoce como “Óbolo de San Pedro” y su importancia  no es sólo de carácter económico, sino también tiene un gran valor simbólico, como signo de comunión con el Papa y de su solicitud por las necesidades de los hermanos.

Que nuestra confesión de fe en la catolicidad de la Iglesia se traduzca en signos concretos de aprecio y colaboración con el Papa que el Señor nos ha regalado.