CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 (ZENIT.org).– Benedicto XVI dejó espacio a las confidencias este miércoles, día en el que celebró los sesenta años de sacerdocio, al presidir en la Basílica Vaticana la concelebración eucarística de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, patronos de la diócesis de Roma

“Ya no os llamo siervos, sino amigos”, esta palabras de Jesús constituyen, como él mismo confesó, el recuerdo más íntimo de aquella estupenda jornada de verano, en la que junto a 43 seminaristas, entre quienes se encontraba su hermano Georg, recibió la ordenación sacerdotal de manos del cardenal Michael von Faulhaber (1869-1952), en la catedral de Freising, cerca de Munich.

Las pronunció el purpurado, gran opositor al nazismo, a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de la ordenación, y Joseph Ratzinger sintió que el mismo Cristo se las dirigía a él.

“Yo sabía y sentía que, en ese momento, esta no era sólo una palabra 'ceremonial', y era también algo más que una cita de la Sagrada Escritura. Era bien consciente: en este momento, Él mismo, el Señor, me la dice a mí de manera totalmente personal”, confesó ante los peregrinos que llenaban el templo más grande del catolicismo.

Entre ellos, se encontraban los 41 arzobispos metropolitanos de todo el mundo nombrados en el último año, a quienes les entregó el palio, símbolo de su comunión con el papa, en ese mismo rito.

Asimismo, estaba presente una delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla, un gesto con el que el patriarca Bartolomé I se une todos los años en “el día del papa”, confiriendo de este modo al encuentro un claro carácter ecuménico.

Benedicto XVI evocó cómo en la ordenación comprendió que Cristo “me llama amigo”.

“Me acoge en el círculo de aquellos a los que se había dirigido en el Cenáculo --explicó en la homilía--. En el grupo de los que Él conoce de modo particular y que, así, llegan a conocerle de manera particular. Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono tus pecados”.

“Él se fía de mí: 'Ya no os llamo siervos, sino amigos'. Me confía las palabras de la Consagración en la Eucaristía. Me considera capaz de anunciar su Palabra, de explicarla rectamente y de llevarla a los hombres de hoy. Él se abandona a mí”, siguió diciendo al sintetizar seis décadas después la emoción de su primera misa.

Esta evocación se convirtió después en una súplica humilde y muy personal: “Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo”.

El papa ha tenido la alegría de poder celebrar este aniversario con su hermano, monseñor Georg, gran músico, quien fue durante años director de los niños cantores de la catedral de Ratisbona (Domspatzen). Precisamente la música sacra de algún disco compacto debía ambientar momentos de su encuentro en el Palacio Apostólico, ayudándoles a revivir más íntimamente el día más importante de sus vidas.

Por Jesús Colina