ROMA, martes 7 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Un noble español, arzobispo y virrey por más señas, llega al honor de los altares. Un ejemplo de hombre de Iglesia y político que luchó contra la corrupción de su tiempo, en una América que no se distinguía por la transparencia y honestidad de quienes la gobernaban.
La beatificación de Juan de Palafox y Mendoza, arzobispo y virrey en la Nueva España del siglo XVII, es una oportunidad para que quienes gobiernan hoy puedan inspirarse en la trayectoria vital de este noble español.
Para los biógrafos e investigadores, resulta sorprendente que Juan de Palafox y Mendoza, aunque hubiera acumulado los máximos poderes civiles y eclesiásticos en América, nunca los usara para beneficio personal, sino que siempre los utilizó al servicio del bien común y del bien de las almas.
Juan Pablo Salazar Andreu, investigador y autor de varios textos historiográficos sobre el beato comentó a Radio Vaticano que “Juan de Palafox fue un extraordinario obispo, magnífico pastor, excelente funcionario público, patrocinador de la cultura y las artes, enamorado de los indígenas, escritor prolífico, comprometido con su entorno social, indudablemente un hombre ejemplar para la santidad y, sobre todo, para México.
Sobre la razón de que el arzobispo sea un ejemplo para México, explicó que, lamentablemente, este país sufre hoy por la ignorancia de muchas personas, donde hombres y mujeres ocupan altos cargos públicos sin tener el menor conocimiento de ello; y Palafox fue, ante todo, un hombre preparado, desapegado y entregado con cariño a los demás, fue un hombre recto, preparado y honesto como católico; estos son valores que deben servirle hoy a los católicos mexicanos y a los gobernantes del país, pues el cáncer de México no es sólo la corrupción, sino también la ignorancia.
Al referirse a las delicadas encomiendas que Palafox realizó en la Nueva España, Salazar recuerda que tuvo que auditar los gobiernos de tres virreyes. En varios, encontró serios problemas de corrupción y abusos de autoridad y, aunque algunos poderosos y enriquecidos funcionarios le sugirieron diferentes “arreglos” de mutuo interés, Palafox no cedió a la ilegalidad o a la inmoralidad de actos corruptos. Al contrario, en medio de tareas muy difíciles sufrió la persecución y la difamación por parte de sus enemigos.
Para su sucesor, monseñor Víctor Sánchez Espinosa, arzobispo de Puebla, México, Juan de Palafox supo sobrellevar estas cargas mediante un verdadero discipulado cristiano, la oración, el recogimiento, la caridad, la educación, la obediencia y confianza en la Providencia para atender las urgencias del pueblo y de la Iglesia.
El arzobispo escribe en su carta pastoral con motivo de esta beatificación titulada “Con Júbilo”, que “Si Palafox pudo llevar a cabo tareas pastorales y seculares, que parecían superiores a las fuerzas humanas, ciertamente se debió a la acción de Dios en su vida”. Y añade: “en esta hora estupenda y compleja de la historia, aprendamos de Palafox a no desalentarnos frente a las dificultades y a confiar en la ayuda de Dios”.
El cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo de México, publicó una carta pastoral con motivo de la beatificación de quien en el lejano año 1642 fue designado para la archidiócesis de México como décimo sucesor de fray Juan de Zumárraga.
“Pese a tener en sus manos todos los poderes eclesiásticos y civiles –afirma el purpurado–, siempre actuó con verdad, caridad y justicia. Combatió con todas sus fuerzas la corrupción y los abusos, lo que le ganó innumerables enemigos, calumniadores y persecuciones que lo llevaron a juicio y a la ingratitud».
«Juan de Palafox y Mendoza es el primer arzobispo beato y el primer virrey de América que alcanza las cumbres de la santidad, testimonio urgente para nuestra patria para hacer ver que la santidad se puede hallar en todas partes, y es posible en todos los oficios, incluso en el ejercicio del poder y la política, donde también puede y debe reinar Dios. Por ello a estas celebraciones gozosas se han unido las autoridades civiles quienes reconocen la santidad, el genio y la generosidad de este gran Arzobispo-Virrey de México”.