CIUDAD DEL VATICANO, jueves 9 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa dirigió hoy al nuevo embajador de Belice, Henry Llewellyn Lawrence, al aceptar sus cartas credenciales como representante de este país ante la Santa Sede.
* * * * *
Señor embajador,
Estoy encantado de darle la bienvenida al Vaticano y recibir las Cartas Credenciales por las que ha sido elegido como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Belice en la Santa Sede. Le agradezco los corteses saludos que me ha transmitido del gobernador general, Sir Colville Young, y le pido que, amablemente, transmita mis mejores deseos a él y a toda la gente de su nación.
La Santa Sede considera sus relaciones diplomáticas con Belice como un medio importante de conseguir una cooperación mutua para el bienestar moral y material de sus ciudadanos. Con la cooperación de los hombres y las mujeres de buena voluntad de toda América Central, la Iglesia trabaja para promover la paz y la prosperidad entre las personas de la región, incluso en medio de circunstancias difíciles, basada en los inmutables valores del Evangelio, que siempre han servido a las personas de la región. Con un especial cuidado por los pobres y los débiles, la Iglesia llama la atención sobre la dignidad del hombre y trabaja para fomentar y promover esta dignidad a través de sus muchas iniciativas sociales, caritativas y de desarrollo. El compromiso con esta actividad encuentra su fuerza no sólo desde el amor por la persona humana, sino que antes que nada en el profundo amor por Dios, “en cuya luz, la identidad, el sentido y el propósito de la persona se entienden completamente” (Mensaje del Día Mundial de la Paz 2011, nº1)
Históricamente, la Iglesia Católica ha mantenido relaciones cordiales con las autoridades civiles, en una atmósfera propicia para llevar a cabo la misión confiada a ella por el Señor. Este ambiente se debe en gran parte, a los fundamentos que Belice estableció, una base que se apoya en los valores tradicionales cristianos y reconoce el valor perenne de los derechos humanos auténticos y de las libertades fundamentales políticas y civiles que promueven el respeto por la persona humana, la armonía social y el progreso de la sociedad en su conjunto. Entre las leyes establecidas en su país están los derechos de libertad religiosa y libertad de culto. Como ya tuve la ocasión de destacar recientemente, “el derecho a la libertad religiosa se basa en la misma dignidad de la persona humana, cuya naturaleza trascendental no puede ser ignorada o pasada por alto” (ibid., 2). La libertad religiosa y la libertad de culto permite a los creyentes prosperar como individuos y contribuir positivamente y completamente a la vida del país en todos los ámbitos de actividad humana. Que su país, señor embajador, sea un ejemplo a este respecto para sus vecinos y a aquellos que busquen disminuir las consecuencias de tales derechos y sus correspondientes valores.
La Iglesia católica en Belice se implica en la sociedad de distintas maneras, incluyendo la educación de los jóvenes en cooperación con el Estado. En principio, la educación prepara a los individuos y obtiene lo mejor de ellos para que ellos contribuyan voluntariamente en el ámbito social, cultural y económico a la sociedad en su conjunto. La educación religiosa y la educación católica en particular, hace su propia contribución al bienestar de vuestra gente, ya que “lleva a las nuevas generaciones a considerar a los demás como sus hermanos y hermanas, con los que están llamados a caminar y a trabajar juntos, y así se sientan miembros vivos de una gran familia humana” (ibid., 4). La educación da sus frutos cuando se basa en la virtud enraizada en la familia, “célula primaria de la sociedad humana” y “primer campo de entrenamiento para las relaciones armoniosas a todos los niveles de la coexistencia, humana, nacional e internacional” (ibid.). Teniendo una sólida base en la fe y en la virtud, la inteligencia y la buena voluntad, la gente joven de Belice estará muy bien preparada para asumir las tareas del liderazgo social y cívico, y proveer un futuro estable, justo y pacífico para la nación.
Con estos sentimientos, señor embajador, le ofrezco mis mejores deseos en su nueva misión y le aseguro la disposición de la curia romana para asistirle en su desempeño. Sobre usted y sobre la gente de Belice, invoco las abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso.
[Traducción del original inglés por Carmen Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]