Discurso del Papa al nuevo embajador de Moldavia

Al aceptar sus Cartas Credenciales

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 9 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa entregó hoy al nuevo embajador de Moldavia, Stefan Gorda, al aceptar sus cartas credenciales como representante de este país ante la Santa Sede.

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Señor Embajador,

Estoy contento de acogerle esta mañana, con ocasión de su presentación de las Cartas que le acreditan en calidad de Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Moldavia ante la Santa Sede. Le doy las gracias por las amables palabras que me ha dirigido. A cambio, le quedaré agradecido de que transmita al señor Marian Lupu, Presidente en funciones de la República de Moldavia, los votos cordiales que hago por su persona, así como por todo el pueblo moldavo.

El año 2011 marca el vigésimo aniversario de la independencia de su país. Es posible ver lo que ya ha sido logrado y lo que queda aún por construir. En su discurso, usted ha subrayado fuertemente las pruebas que su país ha enfrentado, así como la intensa esperanza que prevalece entre la población a la hora de resolver los problemas económicos y los de la unidad nacional. Es evidente que la unidad en la paz y en la serenidad es un factor que favorece el desarrollo económico y social, y que este desarrollo tiene también un efecto positivo para la realización de la unidad. Rezo para que se encuentren soluciones duraderas por el bien de todos a través de una justa mediación política y de la salvaguarda de las diferentes identidades. Vuestro pueblo ha escrito páginas gloriosas en la historia del continente europeo. ¡Que este pasado inspire vuestro presente!

Su país desea seguir avanzando. Se ha fijado prioridades económicas muy comprensibles y necesarias, pero éstas deben respetar también los intereses de la soberanía nacional, y contribuir al bienestar de todos los componentes de su sociedad, intentando evitar las derivaciones que favorezcan a unos en detrimento de otros. Para contribuir a lograr este objetivo, su país desea establecer relaciones estrechas con la Unión Europea. Es bueno que Moldavia tenga el deseo de volver a la casa común europea, pero esta búsqueda legítima no puede hacerse sino en el respeto de los valores positivos de su país. No debe estar determinada únicamente por la economía y el bienestar material. La ideologización de estos dos elementos en el pasado indica los escollos a evitar. Debido a que pueden dar lugar a la abdicación unilateral de los valores seculares de su cultura. Esta adhesión, que es un elementoimportante, sólo será auténtica si la Unión Europea reconoce la aportación específica que Moldavia puede dar para poder avanzar unidos hacia un futuro rico por la identidad de cada nación. A causa de su tradición y de su fe cristiana, Moldavia puede ayudar valientemente a la Unión Europea a redescubrir lo que ella ya no quiere ver e incluso niega. Por otro lado, la paz, la justicia y la prosperidad de Moldavia, las cuales resultarán ciertamente de la realización de sus aspiraciones europeas, sólo serán efectivas si son experimentadas por cada uno de vuestros conciudadanos en la búsqueda del bien común y en una preocupación ética permanente. Entre los valores esenciales, se encuentran los valores religiosos.

Las relaciones diplomáticas entre Moldavia y la Santa Sede, establecidas hace ya 18 años, son armoniosas, y yo me felicito por ello. Lo son a causa de la fe cristiana que mora en vuestra nación y sus habitantes, y yo rindo homenaje al conjunto de la Iglesia ortodoxa. Ésta ha compartido siempre con la Iglesia católica la necesidad de defender los valores religiosos y culturales contra el materialismo y el relativismo que ponen en discusión la contribución cristiana a la vida y a la sociedad. Ojalá se profundicen las relaciones fraternales entre los fieles ortodoxos y católicos. Estas relaciones de respeto y amistad recíprocas son un testimonio de amor que indica que más allá de las divisiones y sus consecuencias, los corazones pueden abrirse a la reconciliación, a la solidaridad y a la fraternidad.

Los fieles de la Iglesia católica en Moldavia son poco numerosos. Les saludo, a través de usted, y muy particularmente al obispo de Chisinau. Doy las gracias por el reconocimiento jurídico de que goza la Iglesia católica en Moldavia, por su progresiva organización y por la construcción de nuevas iglesias como la catedral. Estos hechos demuestran la excelencia del diálogo y de la colaboración entre las Instituciones civiles y la Iglesia católica. Todos nosotros sabemos que ciertos problemas heredados de un pasado reciente deben aún resolverse. Intentar curar y cerrar las heridas es otra manera de contribuir positivamente a la unidad del país y a su desarrollo. Ojalá que las Autoridades civiles tengan el valor de encontrar soluciones satisfactorias, justas y equitativas para el patrimonio eclesiástico confiscado, para permitir que la Iglesia católica disponga de los medios para realizar su misión, no solamente en el ámbito religioso, sino también en el ámbito educativo, sanitario y caritativo.

La Iglesia no pide la concesión de privilegios particulares. Ella desea ser fiel a su propia finalidad y servir a cada persona sin distinción, según la misión confiada por Cristo. La feliz integración de los católicos en su país y las excelentes relaciones con la Iglesia ortodoxa demuestran su buena voluntad. Por otro lado, muchos moldavos se han establecido en países europeos de tradición católica. Ciertamente buscan una estabilidad económica, pero también establecen lazos con los católicos, profundizando más así las buenas relaciones entre ambas Iglesias. Estos dos factores son alentadores para encontrar soluciones ulteriores que refuercen aún más la armonía entre el Estado moldavo y la Iglesia católica. Pero pienso particularmente en los jóvenes moldavos. Rezo por ellos y deseo animarles. Quiero expresarle mi alegría al saber que un centenar de ellos podrán participar por primera vez en la Jornada Mundial de la Juventud, el próximo agosto en Madrid. Y, el próximo octubre, la Iglesia católica organizará su primera Semana Social. La perspectiva de estos dos acontecimientos me da gran satisfacción. Deberían suscitar el orgullo de su país.

En este momento que Su Excelencia inaugura oficialmente sus funciones ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos por su éxito en la realización de su misión. Esté seguro, señor Embajador, de que encontrará entre mis colaboradores la atención y la comprensión cordiales que merece su alto cargo, así como el afecto del Sucesor de Pedro hacia su país. Invocando la intercesión de la Virgen María, rezo al Señor para que derrame abundantes bendiciones sobre usted, sobre su familia y sobre sus colaboradores, así como sobre el pueblo moldavo y sus dirigentes.

[Traducción del original francés por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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