ROMA, jueves 23 de junio de 2011 (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el embajador de Israel en la Santa Sede, Mordechai Lewy, ha realizado al entregar la medalla de “Justo entre las Naciones”, a la memoria del padre Gaetano Piccinini.
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Roma, 23 de junio de 2011
Sala de Congresos del Centro Don Orione, Vía de la Camilluccia, 120
Deseo saludar al respetable Superior General de la Obra Don Orione, el padre Flavio Peloso, el señor alcalde de Avezzano, el señor Antonio Floris, monseñor Andrea Gemma, obispo de Isernia y Venafro, a los familiares del justo Gaetano Piccinini, y de la familia Camerini, señoras y señores
Estoy contento de haber podido aceptar la invitación para participar en esta ceremonia en honor del padre Gaetano Piccinini, que ayudó a salvar a los miembros de la familia Camerini, haciendo lo posible para aliviar la dura prueba a la que fueron sometidos durante el periodo de la ocupación.
No me detengo en los detalles del asunto que ya mi colega Livia Link ha ilustrado y además hay testimonios directos presentes, que pueden contar mucho mejor que yo, esta historia.
Sin embargo, querría mencionar muy brevemente un tema ampliamente debatido: el comportamiento de la Iglesia durante el periodo de ocupación nazi en Roma, durante el que la vida de los judíos de la ciudad estuvo en serio peligro, y de tantos que, desgraciadamente, no volvieron de los campos de exterminio.
Sin el padre Gaetano Piccinini, y otros hombres y mujeres como él, el número de vidas humanas destrozadas hubiera sido más alto.
Al padre Piccinini le reconocemos no sólo haber dado asilo, sino el haberlo hecho por el respeto al origen e identidad de cada uno.
Después de una redada en el gueto de Roma, el 16 de octubre de 1943, y en los días sucesivos, monasterios y orfanatos dirigidos por órdenes religiosas, abrieron sus puertas a los judíos, y pensamos que esto sucedió bajo la supervisión de las instancias más altas del Vaticano, que estaban informadas de estas actuaciones.
Sería por tanto un error, declarar que la Iglesia Católica, el Vaticano y el Papa mismo se opusieron a las acciones dirigidas a salvar judíos.
En realidad, sucedió todo lo contrario: prestaron ayuda a todos los que pudieron.
El hecho de que el Vaticano no pudiese evitar que saliera el tren que fue al campo de exterminio, durante los tres días transcurridos después de la redada del 16 de octubre hasta el 18, sólo aumentó la voluntad, por parte del Vaticano, de ofrecer los propios locales como refugio para los judíos.
Los judíos romanos sufrieron una reacción traumática.
Ellos vieron en la persona del Papa a una especie de protector del que esperaban que les salvase y evitase lo peor. Bueno, todos sabemos lo que pasó, pero debemos reconocer que el que partió el 18 de octubre de 1943 fue el único convoy hacia Auschwitz que los nazis consiguieron organizar en Roma.
Esto es lo que deseaba compartir con ustedes. No les entretengo más y les agradezco su invitación.