CIUDAD DEL VATICANO, viernes 7 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a los obispos de Indonesia, a quienes recibió en el Palacio Apostólico con motivo de su visita ad Limina Apostolorum.
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Queridos hermanos obispos,
Estoy contento de ofreceros una cálida bienvenida con ocasión de vuestra visita ad Limina Apostolorum, una oportunidad privilegiada de dar gracias a Dios por el don de la comunión que existe en la única Iglesia de Cristo, y un momento para profundizar nuestros vínculos de unidad en la fe apostólica. Quiero dar las gracias a monseñor Situmorang por sus amables palabras ofrecidas en vuestro nombre y en el de aquellos que están confiados a vuestro cuidado pastoral. Mis cordiales agradecimientos también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a los laicos a los que pastoreáis. Por favor aseguradles mis oraciones por su santificación y su bienestar.
El mensaje de salvación, perdón y amor de Cristo ha sido predicado en vuestro país durante siglos. De hecho, el impulso misionero sigue siendo esencial en la vida de la Iglesia, y encuentra expresión no sólo en la predicación del Evangelio, sino también en el testimonio de la caridad cristiana (cf. Ad Gentes, 2). En este sentido, aprecio los intensos esfuerzos hechos por numerosas personas y agencias en nombre de la Iglesia para llevar la tierna compasión de Dios a muchos miembros de la sociedad indonesia. Este es el sello de todo movimiento, acción y expresión de la Iglesia, en todos sus esfuerzos sacramentales, caritativos, educativos y sociales, de forma que, en todo, sus miembros luchan para que el Dios Trino sea amado y conocido a través de Jesucristo. Esto no sólo contribuye a la vitalidad de la Iglesia, que crece en confianza a través de un testimonio humilde pero valiente: también refuerza a la sociedad indonesia promoviendo esos valores que son queridos a vuestros conciudadanos: tolerancia, unidad y justicia para todos los ciudadanos. Oportunamente, la Constitución de Indonesia garantiza el derecho humano fundamental de la libertad de practicar la propia religión. La libertad de vivir y de predicar el Evangelio nunca debe darse por garantizada, sino que debe siempre ser defendida de modo correcto y paciente. Tampoco la libertad religiosa es meramente un derecho a ser libre de presiones externas. También es un derecho a ser auténtica y plenamente católico, a practicar la fe, a construir la Iglesia y a contribuir al bien común, proclamando el Evangelio y la Nueva Noticia a todos, e invitando a todos a la intimidad con el Dios de la misericordia y la compasión manifestado en Jesucristo.
Una significativa cantidad de trabajo caritativo y educativo en vuestras diócesis se hace bajo la tutela de los religiosos y las religiosas. Su consagración a Cristo y sus vidas de oración profunda y sacrificio genuino siguen enriqueciendo a la Iglesia y haciendo la presencia de Dios visible y activa en vuestra nación. Deseo expresar mi gratitud a los muchos sacerdotes y a los religiosos y religiosas que dan gloria al Señor a través de incontables buenas obras que benefician a sus hermanos y hermanas indonesios. Sus labores son una expresión indispensable del compromiso de la Iglesia hacia la humanidad, y en particular hacia los más necesitados. Por esta razón, os pido, queridos hermanos obispos, que sigáis asegurando que la formación y la educación que reciben los seminaristas y los religiosos y religiosas sea siempre adecuada a la misión que se les confía. Entre las crecientes complejidades de nuestro mundo y la rápida transformación de la sociedad indonesia, la necesidad de religiosos y religiosas bien preparados es lo más urgente de todo. En acuerdo con sus Superiores locales, aseguraos de que han recibido lo necesario para vivir una vida llena de sabiduría espiritual y comprensión, y que fructifiquen en toda obra buena (cf. Col 1:9,10). Sólo puedo alentaros a continuar vuestros esfuerzos para promover y apoyar el diálogo interreligioso en vuestra nación. Vuestro país, tan rico en su diversidad cultural y en posesión de una población grande, es el hogar de un número significativo de seguidores de diversas tradiciones religiosas. Así, el pueblo de Indonesia está bien situado para hacer importantes contribuciones a la búsqueda de la paz y la comprensión entre los pueblos del mundo. Vuestra participación en esta gran empresa es decisiva, y por ello os insto, queridos hermanos, a asegurar que aquellos a quienes pastoreáis saben que ellos, como cristianos, deben ser agentes de paz, perseverancia y caridad. La Iglesia está llamada a seguir a su Divino Maestro, que une todas las cosas en sí mismo, y a dar testimonio de esa paz que solo él puede dar. Este es el precioso fruto de caridad en él que, sufriendo injustamente, nos dio su vida y nos enseñó a responder en toda situación con perdón, misericordia y amor en la verdad. Los creyentes en Cristo, arraigados en la caridad, deben comprometerse en el diálogo con las demás religiones, respetando sus mutuas diferencias. Las iniciativas comunes para la construcción de la sociedad serán de gran valor cuando refuercen amistades y superen los malentendidos o las desconfianzas. Confío en que vosotros y los sacerdotes, religiosos y laicos de vuestras diócesis seguirán dando testimonio de la imagen y semejanza de Dios en cada hombre, mujer y niño, sin tener en cuenta su fe, animando a todos a estar abiertos al diálogo al servicio de la paz y la armonía. Haciendo todo lo posible para asegurar que los derechos de las minorías en vuestro país son respetados, favorecéis la causa de la tolerancia y la armonía mutua en vuestro país y más allá.
Con estos pensamientos, queridos hermanos obispos, os renuevo mis sentimientos de afecto y estima. Vuestro país está compuesto por miles de islas; así también la Iglesia en Indonesia está formada por miles de comunidades cristianas, “islas de la presencia de Cristo”. Que siempre estéis unidos en la fe, la esperanza y el amor y con el Sucesor de Pedro. Os encomiendo a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia. Asegurándoos mis oraciones por vosotros y por quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral, os imparto de buen grado mi Bendición Apostólica como prenda de gracia y de paz en el Señor.
[Traducción del inglés por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]