CIUDAD DEL VATICANO, lunes 17 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el mensaje del Papa al director general de la FAO, Jacques Diouf, con motivo del Día Mundial de la Alimentación, que fue leído hoy por el observador permanente de la Santa Sede en la FAO, monseñor Luigi Travaglino, en la ceremonia celebrada en la sede de la Organización en Roma.
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Al Señor Jacques Diouf,
Director General de la F.A.O.
1. La celebración anual de la Jornada Mundial de la Alimentación, a la vez que pretende recordar la fundación de la F.A.O. y su compromiso en favor del desarrollo agrícola para combatir el hambre y la malnutrición, es también una ocasión para subrayar la situación de tantos hermanos y hermanas nuestros que carecen del pan cotidiano.
Las imágenes dolorosas de las numerosas víctimas del hambre en el Cuerno de África han quedado grabadas en nuestros ojos, y cada día se añade un capítulo más de la que es una de las catástrofes humanitarias más graves de los últimos decenios. Ciertamente, ante la muerte de comunidades enteras a causa del hambre y al abandono forzado de sus tierras de origen, es esencial la ayuda inmediata, pero se necesita también intervenir a medio y largo plazo para que la actividad internacional no se limite a responder solamente a las emergencias.
La situación se ha complicado cada vez más por la difícil crisis que afecta en el ámbito mundial a diversos sectores de la economía y que golpea duramente sobre todo a los más necesitados, condicionando a su vez la producción agrícola y la consiguiente posibilidad de acceso a los alimentos. No obstante, el esfuerzo de los Gobiernos y de otros componentes de la Comunidad internacional debe estar orientado hacia opciones eficaces, conscientes de que la liberación del yugo del hambre es la primera manifestación concreta del derecho a la vida que, a pesar de haber sido proclamado solemnemente, está con frecuencia muy lejos de cumplirse efectivamente.
2. El tema elegido para esta Jornada: «Precios de los alimentos: de la crisis a la estabilidad», invita a reflexionar sobre la importancia de los distintos factores que pueden proporcionar a las personas y comunidades los recursos esenciales, comenzando por el trabajo agrícola, que no se ha de considerar como una actividad secundaria, sino como objetivo de toda estrategia de crecimiento y desarrollo integral. Esto es todavía más importante si tenemos en cuenta que la disponibilidad de alimentos está cada vez más condicionada por la volatilidad de los precios y los repentinos cambios climáticos. Se percibe al mismo tiempo un continuo abandono de las áreas rurales con una disminución global de la producción agrícola y, por tanto, de las reservas alimentarias. Además, parece que se difunde lamentablemente por doquier la idea de que los alimentos son una mercancía más y, por tanto, sometidos también a movimientos especulativos.
No se puede pasar por alto que, no obstante los progresos alcanzados hasta ahora y las esperanzas fundadas en una economía que respete cada vez más la dignidad de cada persona, el futuro de la familia humana tiene necesidad de un nuevo impulso para superar las fragilidades e incertezas actuales. Aunque vivimos en una dimensión global, hay signos evidentes de la profunda división entre los que carecen del sustento cotidiano y los que disponen de ingentes recursos, usándolos a menudo con fines ajenos a la alimentación, e, incluso, destruyéndolos. Se confirma así que la globalización hace que nos sintamos más cercanos pero no hermanos (cf. Caritas in veritate, 19). Por eso, hay que redescubrir aquellos valores inscritos en el corazón de cada persona y que desde siempre han inspirado su acción: el sentimiento de compasión y de humanidad hacia los demás, el deber de la solidaridad y el compromiso por la justicia, han de volver a ser la base de toda actividad, incluidas las que lleva a cabo la Comunidad internacional.
3. Ante la magnitud del drama del hambre, no basta invitar a la reflexión, analizar los problemas y ni siquiera la disponibilidad a intervenir. Con demasiada frecuencia, estos factores quedan baldíos porque se reducen a la esfera de las emociones, sin ser capaces de conmover la conciencia y su búsqueda de la verdad y el bien. Son frecuentes los intentos de justificar los comportamientos y omisiones dictados por el egoísmo y por objetivos e intereses particulares. Por el contrario, el propósito de esta Jornada debería ser el compromiso por modificar conductas y decisiones que aseguren, hoy mejor que mañana, que toda persona tenga acceso a los recursos alimentarios necesarios, y que el sector agrícola disponga de un nivel de inversiones y recursos capaz de dar estabilidad a la producción y, por tanto, al mercado. Es fácil reducir cualquier consideración a la exigencia de alimentos por parte de una población en aumento, sabiendo bien que las causas del hambre tienen otras raíces y que han provocado muchas víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les permite sentarse a la mesa del rico Epulón (cf. Pablo VI, Populorum progressio, 47).
Se trata, en definitiva, de asumir una actitud interior de responsabilidad, capaz de inspirar un estilo de vida distinto, con la sobriedad necesaria en el comportamiento y el consumo, para favorecer así el bien de la sociedad. Y que valga también para las generaciones futuras, por su sostenibilidad, tutela de los bienes de la creación, distribución de los recursos y, sobre todo, el compromiso concreto por el desarrollo de pueblos y naciones enteras. Por su parte, los beneficiarios de la cooperación internacional están llamados a utilizar responsablemente cualquier aportación solidaria «en infraestructuras rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados, formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos, que se puedan obtener prefe-riblemente en el propio lugar» (Caritas in veritate, 27).
4. Todo esto se podrá realizar si las Instituciones internacionales garantizan también su servicio con imparcialidad y eficacia, pero respetando plenamente las convicciones más profundas del alma humana y las aspiraciones de toda persona. En esta perspectiva, la F.A.O. puede contribuir a garantizar una alimentación adecuada para todos, a reforzar los métodos de cultivo y comercialización y a proteger los derechos fundamentales de los que trabajan la tierra, sin olvidar nunca los valores más auténticos que se custodian en el mundo rural y en los que viven en él.
La Iglesia católica se siente cercana a las Instituciones que se comprometen a garantizar la alimentación. Ella, a través de sus estructuras y agencias de desarrollo, seguirá acompañándolas activamente en este esfuerzo para que cada pueblo y comunidad disponga de la seguridad alimentaria necesaria, que ningún compromiso o negociación, por muy acreditado que sea, podrá asegurar sin una solidaridad real y una fraternidad auténtica.
«Lograr esta meta es tan importante que exige tomarla en consideración para comprenderla a fondo y movilizarse concretamente con el «corazón», con el fin de hacer cambiar los procesos económicos y sociales actuales hacia metas plenamente humanas» (Caritas in veritate, 20).
Con estos sentimientos, le deseo, Señor Director General, continuar en el compromiso en favor de los más menesterosos que ha caracterizado estos años de responsabilidad y dedicación, a la vez que invoco sobre la F.A.O., sobre cada uno de los Estados miembros y sobre todo su personal, abundantes bendiciones del Omnipotente.
BENEDICTUS PP. XVI
[Texto original en español
©Libreria Editrice Vaticana]