ROMA, martes 15 noviembre 2011 (ZENIT.org).- El presidente del Consejo europeo Herman Van Rompuy participó en la conferencia Vivir juntos en la Europa de hoy, invitado por la Universidad Pontificia Gregoriana. Ofrecemos aquí la primera parte del texto íntegro de su ponencia.
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Señoras y señores representantes de la Iglesia, del mundo político, diplomático y económico y de las diversas organizaciones. Señoras y señores, profesores y estudiantes.
Europa y el cristianismo
Empiezo con una cita: “No tiene mucha importancia que Europa sea la más pequeña de las cuatro partes del mundo por la dimensión de su territorio, visto que es la más considerable de todas por su comercio, navegación, fertilidad, sus luces y la industria de sus pueblos, por el conocimiento de las artes, de las ciencias, de los oficios, y lo más importante, por el cristianismo cuya moral benefactora sólo tiende al bienestar en la sociedad”.
¿Ustedes me dirán Chateaubriand, el hombre del “genio del cristianismo”?
O quizás Bossuet, el obispo de Meaux, ¿aunque esta cita no se parezca nada a un sermón?
No, simplemente he citado el contenido del artículo Europa en la enciclopedia escrita por Diderot y d’Alambert, que, convengamos, no pasaron a la posteridad por su compromiso cristiano.
Pero no se equivoquen. Al comenzar con esta cita mi conferencia, cuyo título elegido es ‘Solitario-solidario’ o la esencia de un vivir conjunto europeo, no buscaba polemizar. No está en mi carácter ni en mi temperamento.
Por otra parte, estoy hablando en nombre propio y no en cuanto presidente del Consejo europeo.
Estoy solamente intentando ubicar el concepto “Europa” en la historia.
¿No es el historiador Jacques Pirenne, hijo del discípulo de Henri Pirenne, el más reputado historiador belga quien escribió: “Europa es un verdadero caos, formado por las antiguas poblaciones romanas, en donde la civilización tiene orígenes milenarios, y pueblos nuevos a través de los cuales se encontrarán todos los grados de barbarie y de semibarbarie. La Iglesia reuniéndolos en el cristianismo creará Europa. No será ni una entidad política ni una entidad económica, será exclusivamente una comunidad cristiana”?.
Es el motivo por el cual el monje Benito fue proclamado en 1964 santo patrono de Europa. Porque Europa desde el inicio fue creada por la espiritualidad.
En el siglo XV, Enea Silvio Piccolomini, el papa Pío II, el único papa en ese momento que escribió sus memorias, fue el primero en emplear el nombre “Europa” y el calificativo “europeo” y en escribir, en 1458, una historia y una geografía de Europa, inaugurando así un uso más político de la palabra.
Europa pues, Europa y la formación de la conciencia occidental de la que el cristianismo fue un elemento constitutivo y en la que éste marcó profundamente las estructuras. Otras corrientes de pensamiento se añadieron, a veces complementarias y otras contradictorias. Todo eso ofrece hoy un cuerpo y un alma a esta identidad europea, a pesar de lo vasta y vaga que esta noción pueda ser. Pero aunque una noción no pueda ser definida científicamente no quiere decir que no exista. Pensarlo sería, para mí, un gran error intelectual.
Y si en el futuro la Unión Europea, la comunidad de los pueblos europeos, desea alcanzar, a nivel global, una mayor unidad en el respeto de la libertad de los pueblos, deberá indudablemente apoyarse sobre lo que su genio ha hecho, o sea en una gran solidaridad de todos hacia la integridad de cada persona.
La unidad en torno a la persona
Ustedes conocen mi estima por el pensamiento personalista, pensamiento que puede perfectamente ser resumido por la fórmula del biólogo Jean Rostad: “Solitario, solidario”.
Solitario, pues todo parte del hombre. Del hombre indivisible en su singularidad, su originalidad, en el respeto que se merece, cualquiera que sea su nivel social y su grado de inteligencia. El hombre inscrito en la palma de Dios, como dice el libro de los Salmos, y como se muestra en las grandes tragedias griegas.
Pero también es constitutiva del hombre “más que individuo”, de su propia persona, es decir del individuo consciente, su pertenencia a comunidades.
Todo parte del hombre. Del hombre y de la mujer. Entorno a él o ella se forman círculos concéntricos de comunidades. Mientras que el hombre es el centro.
El hombre, la persona libre y responsable, consciente de sus derechos y de sus deberes. Los deberes se refieren siempre al otro. La persona consciente también de su pertenencia no a “una” comunidad, sino como he dicho a “las” comunidades, a una sociedad plural y siempre cambiante constantemente hacia el porvenir.
Solitario y solidario pues, sí, todo parte del hombre y de su capacidad de aceptar las diferencias y de acoger “lo diferente” y de echar, cada nuevo día un puente hacia ese “otro” radicalmente diferente en su comprensión del mundo pero también radicalmente similar en su humanidad.
No será sino al precio del logro de tal paso como el hombre, en Europa y en otras partes, será capaz de abrazar al mundo globalizado
Personalismo y pluralismo
Pero no será en este lugar, en la Universidad Gregoriana, donde necesite convencerles. Y no es casualidad que la aclimatación del mensaje cristiano a las diferentes civilizaciones, sea desde hace más de cuatrocientos años “la marca de fábrica” de los jesuitas, su manera de concebir la mundialización en el respeto de las culturas particulares.
Una mundialización religiosa por la fe, la esperanza y la caridad, pero una fe conjugada con la razón, pues la contribución de la Compañía de Jesús a las ciencias es realmente prodigiosa.
Un bello ejemplo fue el padre Teilhard de Chardin, este científico visionario para quien la unificación y el amor eran el motor de la evolución.
Otro bello ejemplo son las humanidades “grecolatinas”, base de la enseñanza secundaria de los jesuitas, humanidades que tienen su fundamento en las ciencias, las artes y la retórica de las antiguas Grecia y Roma.
“Solitaria, solidaria” decía, o la esencia de un vivir conjunto europeo.
Y cuando digo “entre europeos” quiero subrayar que no creo inocentemente en el posible surgir de un hombre europeo o de una mujer que tendría como primera identidad o como identidad primera ser europeo o europea.
Aquí también creo en esta diversidad que me es cara, en estas identidades plurales que hacen que un habitante de Roma pueda perfectamente considerarse como romano, italiano y europeo, una identidad que no excluye otra, una identidad que no prima sobre las otras.
Creo además que la formación de la Unión europea reside en su aceptación de una identidad europea definida como identidad de espíritu, de sentimientos y no como identidad que se autodefine “nación europea”.
Yo me “siento de Europa”, con mis raícesy mi bagajes nacionales, regionales, antes de ser lo que algunos llaman “un europeo”.
Me “siento de Europa” pero no tengo ningún deseo de entrar en un mundo conceptual indiferenciado.
Concebir al hombre como un ser puramente individualista, racional y cosmopolita es para mí un profundo error. El hombre, o sea hombre y mujer, es un ser multiforme. Basta verlo en lo concreto. No se le respeta obligándole a plegarse a conceptos abstractos.
La riqueza natural y espiritual de Europa son sus varios pueblos, diversas naciones, pluralidad de culturas, pero insisto igualmente, una sola y misma civilización llevada por principios que no es posible derogar y en nombre de los cuales se encuentra la igualdad hombres-mujeres, la democracia política, la separación entre el Estado y las Iglesias.
La integración en nuestras sociedades se
hace por la civilización aquí definida bajo la forma de normas e instituciones. Es un factor de unificación en una sociedad pluricultural.
Pero necesitamos más. Necesitamos un “suplemento de alma”.