MADRID, viernes 25 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores la firma del arzobispo castrense de España Juan del Río Martín, quien aborda el nuevo tiempo litúrgico que comienza este domingo, el Adviento, con una invitación a ser samaritanos con los más golpeados por la crisis.
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+ Juan del Río Martín
Se abre el Año Litúrgico con las cuatro semanas que comprende el tiempo de Adviento. En este periodo, la espiritualidad cristiana se centra en la renovación de la esperanza en los fieles. Es verdad que el objeto principal de nuestro esperar no son los bienes de esta vida, que “la herrumbre y la polilla corroen y los ladrones desentierran y roban” (Mt 6,19), sino el mismo Jesucristo como garantía para lograr los bienes prometidos. Pero a la vez, nuestra condición de “espíritu encarnado” requiere satisfacer las necesidades más elementales, de ahí que el Señor Jesús enseñará a sus discípulos a rogar al Padre por “el pan nuestro de cada día”.
Sin embargo, en la actualidad estamos viviendo una crisis globalizada de la “sociedad del bienestar”, que había creado tantas esperanzas humanas en la mayoría de los ciudadanos. ¿Qué es lo que nos ha conducido a este abismo? Han contribuido de manera decisiva el vivir por encima de nuestras posibilidades económicas, la codicia colectiva y la corrupción institucional y personal. Luego vendrán los análisis de los expertos políticos, económicos y financieros, que expondrán concienzudos estudios, que el gran público no entiende, y que los medios de comunicación los despachan en grandes titulares. Lo cierto es que, en estos momentos, el pueblo llano experimenta confusión, incertidumbre y auténtica angustia. Porque ya son muchos los millones de personas que, en un corto espacio de tiempo, se han visto sin trabajo y están viviendo verdaderas tragedias familiares. Esto está originando un clima de agresividad creciente que puede hacer peligrar las bases mismas de las instituciones democráticas.
Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el beato Juan Pablo II había puesto en guardia contra el peligro de una idolatría del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza no son ni pueden ser simples mercancías”. En muchas ocasiones fue tachada la Iglesia Católica de aguafiestas, cuando denunciaba que “la simple Europa de los mercaderes”, que prescindía de sus raíces cristianas, estaba llamada al fracaso ¡Desgraciadamente estamos asistiendo a su cumplimiento!
Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate, ha mostrado cómo la actual crisis no es solamente de naturaleza económica y financiera sino, ante todo, de tipo moral, además de ideológica. La economía, sea personal o corporativa, tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento.
Y no una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona, que evite tanto el individualismo como el utilitarismo, y la prometeica ideología tecnócrata.
¿Qué puede hacer el cristiano ante esta situación? Si se está en condiciones de aportar iniciativas emprendedoras, hacerlo. Y siempre cumplir estrictamente los deberes ciudadanos, porque éstos se dirigen hacia la solidaridad. Ello no agota el cumplimiento de la esperanza, porque los cristianos están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo (Carta a Diogneto). Además, se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes (Ibid.) porque viven de, por y para la caridad.
La Iglesia, cuidadosa Madre de sus hijos, encauza el caudal samaritano hacia los más necesitados de esta situación como puedan ser: los parados, los sin techos, los desamparados y desesperados…mediante la ayuda personal y de las organizaciones caritativas, que tanto bien están haciendo a la sociedad.
Esta es la respuesta que pide el Adviento, que las exigencias materiales estén presentes también en el ámbito de la esperanza. Ella nos libra del pesimismo inoperante y del desaliento. Incita a la superación, facilita la revisión de nuestro camino personal y comunitario. Estimula a buscar nuevas reglas que eviten los abusos y fomenten la sobriedad. Y por último, dilata el alma en la espera la bienaventuranza eterna. En definitiva, el realismo esperanzador dinamiza las culturas, cambia los corazones y transforma las estructuras.