ROMA, viernes 20 enero 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…» ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el III domingo del Tiempo ordinario.
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Pedro Mendoza LC
«Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa». 1Cor 7,29-31
Comentario
El pasaje de este domingo continúa presentándonos la respuesta que san Pablo ofrece a los miembros de la comunidad de Corinto con relación a ciertas dudas y problemas de carácter moral que habían surgido en ella.
Ante todo vemos cómo el apóstol va más allá de la pregunta inmediata de los corintios sobre el modo de comportarse en las relaciones conyugales y ante otras situaciones u ocupaciones. Él dirige su mirada hacia los valores más universales. Y, en la primera de las frases de este parágrafo, introduce su respuesta señalando el principio o motivo principal que sostiene toda la argumentación de su respuesta, de donde deriva todo lo demás. Por eso la expresión es solemne y fuerte: «El tiempo es corto». A ella, como en un eco añadirá la última frase: «Porque la apariencia de este mundo pasa», que sirve, por tanto, a continuar y precisar el principio colocado al inicio.
¿Cómo comprender y evaluar, entonces esa expresión de san Pablo sobre la «brevedad» del tiempo? ¿Ese dicho del apóstol continúa siendo válido, si el fin del mundo se espera desde hace dos mil años? Ante todo conviene precisar que esas palabras del apóstol no se refieren sólo a la inminencia del fin del mundo, algo que en aquellos tiempos se percibía con mayor fuerza, pues la venida de Cristo y la realización de su obra redentora había suscitado la creencia y el ánimo de que el tiempo de intervalo para su segunda venida sería «muy breve». De ahí la urgencia de estar preparados cuanto antes para salir a su encuentro en su venida. Pero la duración del intervalo entre una venida y otra de Cristo permanece siempre desconocida y, como la historia bimilenaria muestra, todavía queda la incógnita del momento exacto en que Cristo volverá. Lo cual no significa una demora indefinida, pues llegará de modo sorpresivo, en el momento en que Dios así lo tiene determinado.
Es preciso distinguir, por un lado, aquello que el apóstol pudo haber pensado, o retenido por cierto, sobre la cuestión del tiempo del juicio universal. Y, por otro lado, reconocer cuanto, independientemente de su opinión personal, debía permanecer escrito como admonición para toda la Iglesia. Las palabras de san Pablo, pronunciadas en un determinado contexto y enraizadas dentro de una situación bien precisa, conservan sin embargo su valor también para otros tiempos y otras circunstancias. Permanece una realidad absolutamente válida el hecho de que, después de la primera venida del Hijo del hombre, el mundo se encuentra bajo signos distintos de los precedentes. Entre la primera venida del Señor y su regreso, el mundo viene a encontrarse, por así decir, en una «tenaza». Por eso el apóstol coloca todas las situaciones humanas en medio de esta «tenaza», bajo la cual cobra toda su fuerza la realidad de la brevedad del tiempo y la contingencia de las cosas temporales.
Juzgando, bajo esta luz, las realidades humanas, san Pablo llega a afirmar: «los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen». No significa esto que los esposos deban renunciar a la unión conyugal, o ser indiferentes ante la propia pareja. Más bien quiere decir que los casados deben evitar convertirse en esclavos de las relaciones conyugales hasta tal punto de no poder vivir sin ellas. Es necesario que exista siempre entre ellos ese espacio de libertad del cual el apóstol ha hablado tantas otras veces. En esta línea se coloca, por ejemplo, el consejo dado poco antes de renunciar por un cierto tiempo y en común acuerdo a la intimidad física para dedicarse a la oración.
Partiendo de este ámbito de los temas conyugales, san Pablo ha llegado a hablar en primer lugar de esta actitud, que para él es de la máxima importancia. Pero le parece bien continuar ilustrando la propia afirmación aplicando la conclusión a otras situaciones. Aquí entra la categoría de «los que lloran», es decir, de todos aquellos que, por un motivo u otro, experimentan el dolor de la existencia humana. A ellos no se les prohíbe derramar lágrimas, sino hacerlo desconsoladamente olvidando que esas situaciones son una etapa entre otras de la vida. Del mismo modo, se refiere a «los que están alegres», es decir, a cuantos se encuentran en estado de gozo y de felicidad. A ellos el apóstol no les veta la felicidad, pues tanto esos momentos como los momentos de dolor forman parte de la vida humana.
A continuación, menciona otras categorías que tienen que ver con las realidades terrenas. Así a «los que compran», una tarea tan propia de miembros de una comunidad comercial como la de Corinto, les pone en guardia contra la tendencia de engolfarse en esas ocupaciones y caer en los riesgos impuestos de quien busca sólo la ganancia en ese oficio. También en estas situaciones es preciso alcanzar esa libertad de espíritu, propia del cristiano. Por último se refiere al correcto «uso del mundo», es decir, a todo aquello que forma parte de la vida de un ciudadano, con las variadas relaciones que establece en todos los campos. En toda situación es preciso vivir con la conciencia del «único necesario», sin olvidar que todas las cosas tienen una importancia relativa, dentro del breve giro de tiempo en el que vivimos en este mundo.
Por tanto, en la respuesta de san Pablo, vemos que los principios que señala sirven para orientar a los cristianos a estar cuanto más desapegados del mundo, en el modo en que entonces era necesario. Todo ello no debe conducirnos al otro extremo en la relación con las cosas del mundo, esto es a una actitud de desprecio o negligencia ante las realidades y tareas intramundanas. Más bien nos debe ayudar a sentir como deber nuestro hacia el reino de Dios el contribuir con todas nuestras fuerzas y constantemente al progreso terreno entendido en su «justo valor». Por lo mismo tampoco hay que llevar al otro extremo esta actitud última de valoración de las situaciones y realidades terrenas, «porque la apariencia de este mundo pasa».
Aplicación
Convertirse y acoger la Buena Noticia que Cristo nos viene a traer.
Con el Tiempo ordinario del año litúrgico hemos dado los primeros pasos en el seguimiento de Cristo en su vida pública. Ahora lo encontramos, después de la elección de los primeros discípulos, en el momento en que proclama el anuncio fundamental de su buena nueva: la llamada a la conversión para abrazar el evangelio, que es Él mismo.
La primera lectura, tomada del libro del profeta Jonás (3,1-5.10), ilustra muy bien el tema de la conversión a la que Cristo nos llama. El profeta que, en nombre del Señor, invita a los ninivitas a la conversión, amenazándolos de otro modo con el anuncio de un castigo inminente, obtiene la conversión de todos. El anuncio de los castigos inminentes por parte de Dios tiene la intención no de hundir los ánimos, sino de sacudir las conciencias, espoleando a las personas a actuar de modo tal que eviten esos castigos y se reconcilien con Dios. Así también nosotros debemos estar siempre a la escucha de las llamadas y de las correcciones de Dios, para rechazar de nuestra vida todo aquello que nos aleja de Él y, por el contrario, dar lugar a todo aquello que acrecienta nuestra comunión de vida con Él.
En el evangelio de este domingo (Mc 1,14-20) vemos que, así como Jonás en su tiempo, Cristo inicia también su predicación anunciando que el tiempo se ha cumplido y que la inter
vención de Dios es inevitable y que, por tanto, es preciso dar paso en la propia vida a la conversión. Pero al mismo tiempo, se anuncia también la Buena noticia: Dios está a punto de intervenir para nuestra salvación, Él quiere derramar su amor sobre nosotros, y nos pide por tanto eliminar los obstáculos. En estos momentos en que Cristo está comenzando su vida pública, cada uno de nosotros está llamado a vivir esa conversión profunda del corazón a Dios. Ésta es una condición indispensable para poder acompañar de cerca a Cristo y alcanzar las promesas de salvación que Él nos ofrece.
Como hemos comentado en la lectura del apóstol (1Cor 7,29-31), san Pablo refleja en cierta forma el anuncio a la conversión proclamado por Cristo. Jesús dice: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca». San Pablo replica: «El tiempo es corto». Esto significa: Dios quiere realizar su proyecto de amor; por ello es necesario pensar sólo en eso. Porque el tiempo se ha hecho breve, es necesario convertirse. Demos, pues, a toda nuestra vida esa orientación fundamental hacia Dios, viviendo en este mundo como peregrinos hacia la patria celeste, en donde Dios nos aguarda con amor de Padre para acogernos en un abrazo eterno de amor.