La liturgia, fuente de vida, de oración y de catequesis (CCC 1071 a 1075)

Columna de teología litúrgica a cargo de Mauro Gagliardi

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Mauro Gagliardi*

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 25 enero 2012 (ZENIT.org).- Los numerales 1071-1075 del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) se ocupan de la sagrada liturgia como fuente de vida y su relación con la oración y la catequesis. La liturgia es fuente de vida, sobre todo porque es “obra de Cristo” (CIC, 1071). En segundo lugar, porque «es también una acción de la Iglesia» (ibid.). Pero entre estos dos aspectos, ¿cuál es el más importante? Y además, ¿qué significa en este contexto la palabra «vida»?

Responde el Concilio Vaticano II: «De la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.»(Sacrosanctum Concilium [SC], 10). Esto deja en claro que cuando a la liturgia se le llama fuente de vida, significa que de ella fluye la gracia. Con esto, se ha respondido a la primera pregunta: la liturgia es fuente de vida, sobre todo porque es obra de Cristo, Autor de la gracia.

Uno de los principios clásicos del catolicismo, sin embargo, dice que la gracia no anula la naturaleza, sino que la presupone y perfecciona (cf. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, 1, 8 a 2, etc). Por lo que el hombre coopera con el culto litúrgico, que es una acción sacerdotal del «Cristo total», es decir, de la cabeza, que es Jesús, y de los miembros, que son los bautizados. Por eso la liturgia es fuente de vida en cuanto es acción de la Iglesia. Así como es obra de Cristo y de la Iglesia, la liturgia es «acción sagrada por excelencia » (SC 7), que ofrece a los fieles la vida de Cristo y requiere su participación consciente, activa y fructuosa (cf. SC 11). Aquí se comprende también la ligazón de la sagrada liturgia con la vida de fe: se podría decir, «de la Vida a la vida.» La gracia que nos es dada por Cristo en la liturgia nos llama a una participación vital: «La sagrada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia» (SC, 9), sino que, «debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión; sólo así puede dar sus frutos en la vida de los fieles: la Vida nueva según el Espíritu, el compromiso en la misión de la Iglesia y el servicio de su unidad”. (CIC, 1072).

No es casual que, al momento de recopilar los escritos litúrgicos de Joseph Ratzinger en un solo volumen, con el título Teologia de la liturgia, se quizo transmitir una de las intuiciones fundamentales del autor al añadir el subtítulo: Fundamento sacramental de la existencia cristiana. Se trata de una traducción en términos teológicos de lo que dijo Jesús en el Evangelio con las palabras: «Sin mí no pueden hacer nada» (Jn 15,5). En la sagrada liturgia, recibimos el don de aquella vida divina de Cristo, sin la cual no podemos hacer nada válido por la salvación. Por eso, la vida cristiana no es más que una continuación, o el fruto de la gracia que se recibe en el culto divino, sobre todo en la Eucaristía.

En segundo lugar, la liturgia tiene una estrecha relación con la oración. Una vez más, el fulcro de la comprensión de esta relación es el Señor: » La liturgia es también participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo. En ella toda oración cristiana encuentra su fuente y su término.» (CIC, 1073). La liturgia es, por lo tanto, fuente de oración. De ella aprendemos a orar de la manera correcta. Dado que la liturgia es la oración de Jesús, ¿qué podemos aprender de ella para nuestra oración personal? ¿En qué consistía la oración del Señor? «Para entender a Jesús son fundamentales las referencias continuas de que él se retiraba «al monte » y allí oraba toda la noche,»a solas» con el Padre. […] Este «orar» de Jesús es un hablar del Hijo con el Padre, en el que están involucrados la conciencia y la voluntad humana, el alma humana de Jesús, de modo que la «oración» del hombre pueda convertirse en participación en la comunión del Hijo con el Padre «(J. Ratzinger/Benedetto XVI, Gesù di Nazaret, I, Rizzoli, Milano 2007, pp. 27-28). En Jesús, la oración «personal» no es distinta de su oración sacerdotal: según la Carta a los Hebreos, la oración sufrida de Jesús durante la Pasión «es la puesta en práctica del sumo sacerdocio de Jesús.

Precisamente, en su grito, llanto y oración, Jesús hace lo que es propio del sumo sacerdote: Trae los afanes de los hombres hacia Dios. Presenta al hombre enfrente de Dios «(ibid., II, LEV, Città del Vaticano 2010, p. 184).

En una palabra, la oración de Jesús es una oración dialogante, una oración realizada en presencia de Dios. Jesús nos enseña este tipo de oración: «Es necesario mantener siempre esta relación viva y portar continuamente los eventos cotidianos. Oraremos tanto mejor, en cuanto lo profundo de nuestra alma esté orientada hacia Dios «(ibid., I, p. 159). La liturgia, por lo tanto, nos enseña a orar porque nos reorienta constantemente a Dios: «¡Levantemos el corazón!/ ¡lo tenemos levantado hacia el Señor!» La oración es estar dirigidos al Señor ,y esto es también el sentido profundo de la participación activa en la liturgia.
Por último, la oración es «el lugar privilegiado de la catequesis […] procediendo de lo visible a lo invisible» (CIC, 1074-1075). Esto implica que los textos, signos, ritos, gestos, y los elementos ornamentales de la liturgia deben ser de tal modo, que transmitan realmente el Misterio que significan y puedan por lo tanto, ser explicados de modo útil en la catequesis mistagógica.

* Mauro Gagliardi es sacerdote, profesor ordinario del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, profesor encargado en la Universidad Europea de Roma, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice y de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos.

Quien quiera preguntar o expresar opiniones sobre los temas tocados por esta columna, a cargo de don Mauro Gagliardi, puede escribir a: liturgia.zenit@zenit.org

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ZENIT Staff

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