Dios en la política

El mejor defensor de la verdad, la justicia, la paz y el amor

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, domingo 24 junio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos en nuestro espacio Foro un nuevo artículo del obispo de San Cristóbal de las Casas, México, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, en el que afronta el tema de Dios en la política.

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+ Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Es frecuente que, cuando los obispos abordamos las implicaciones sociales y políticas de nuestra fe, como es nuestro deber pastoral, saltan de inmediato voces reclamándonos que estamos invadiendo esferas que no nos corresponden, que violamos el Estado laico, que pretendemos imponer nuestra moral a todo el país, que deberíamos reducirnos a las ceremonias religiosas en el interior de los templos. De inmediato aducen la palabra de Jesús: Al César lo que es del César, como si ellos le hicieran mucho caso y nosotros desconociéramos su palabra, o como si ellos fueran muy conocedores del Evangelio y muy escrupulosos de que nosotros lo cumplamos. Ignorantes como son de lo que es la fe cristiana, se imaginan que es ajena a los avatares diarios del pueblo.

En un programa semanal de radio que tengo desde hace casi cinco años en una emisora comercial, al comentar que, según las estadísticas oficiales, ha disminuido el número de católicos, alguien me envió un mensaje diciéndome que esto se debe a que nosotros hablamos mucho de Iglesia liberadora; es decir, de una Iglesia que se preocupa por las injusticias estructurales, económicas, sociales y políticas, las denuncia y trata de formar las conciencias para que la fe no sea indiferente a la vida de la gente, a sus gozos y esperanzas, a sus dolores e inquietudes, como lo fueron el sacerdote y el levita que pasaron de largo ante el pobre malherido, tirado al borde del camino, y que fueron recriminados por Jesús. Otro mensaje, sin embargo, decía que se cambian de religión porque piensan salvarse con sólo levantar la mano, sin compromiso con los pobres.

CRITERIOS

Nuestra legislación civil, a pesar de los candados que todavía tiene para una más plena libertad religiosa, dice que “el Estado mexicano garantiza en favor del individuo, entre los derechos y libertades en materia religiosa, no ser objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa por la manifestación de ideas religiosas” (Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, Art. 2, e). Y aunque el artículo 14 prohíbe a “los ministros de culto asociarse con fines políticos, realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna”, en lo cual concuerda con nuestro Código de Derecho Canónico (canon 287), el artículo 9 reconoce a las iglesias el derecho de “propagar su doctrina”. Hay imprecisión y contradicciones, pero algo de libertad se ha logrado.

La frase de Jesús: Al César lo que es del César, se complementa con otra: A Dios lo que es de Dios. Nosotros tenemos el deber de decir a los césares actuales que no son dioses; por tanto, no son dueños de la vida, de las leyes, de la familia, del poder; no son árbitros absolutos del bien y del mal, de la verdad y del error. Deben reconocer los derechos de Dios, que son la base de los derechos humanos, como dijo el papa Benedicto XVI a las autoridades civiles en Milán, recordándoles “una verdad central sobre la persona humana, que es fundamento sólido de la convivencia social: que ningún poder del hombre puede considerarse divino; por tanto, ningún hombre es amo de otro hombre… La libertad no es un privilegio para algunos, sino un derecho de todos, un valioso derecho que el poder civil debe garantizar. Con todo, la libertad no significa arbitrio del individuo; más bien, implica la responsabilidad de cada uno. Aquí se encuentra uno de los principales elementos de la laicidad del Estado: asegurar la libertad para que todos puedan proponer su visión de la vida común, pero siempre en el respeto de los demás y en el contexto de las leyes que miran al bien de todos” (2-VI-2012). Cuando un césar se siente dios, acaba por ser un dictador, que dispone de todo y de todos a su arbitrio.

PROPUESTAS

Demos a Dios el lugar que le corresponde en la economía, en la política, en la educación, en los medios informativos, y todos saldremos ganando, pues Dios no es enemigo de quien haya que defenderse, sino el mejor defensor de la verdad, la justicia, la paz y el amor; por tanto, el mejor defensor de la patria, de la sociedad, del ser humano. Si todos le hiciéramos caso, nuestro mundo sería un paraíso.

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ZENIT Staff

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