¿Dónde celebrar? (CEC 1179-1186)

Columna de teología litúrgica por el padre Mauro Gagliardi

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 27 junio 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos nuestra habitual columna de teología litúrgica a cargo del padre Mauro Gagliardi, con un artículo dedicado al lugar de la celebración por el padre Uwe Michael Lang, especialista en la materia.

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Por Uwe Michael Lang*

En su existencia, el hombre se identifica con dos coordenadas fundamentales: el espacio y el tiempo, dos realidades que no se construyen, sino que se dan. El hombre está ligado al espacio y al tiempo, y también lo es su oración a Dios. Mientras que la oración como simple acto religioso se puede hacer en todas partes, la liturgia, sin embargo, como un acto de culto público y ordenado, requiere de un lugar, por lo general de un edificio donde se pueda realizar el rito sagrado.

El edificio de culto cristiano no es el equivalente al templo pagano, donde la celda con la efigie de la deidad era considerada en cierto sentido también la casa de esta última. Como dice san Pablo a los atenienses: «Dios no habita en templos hechos por manos de hombre» (Hch. 17,24).

En cambio, hay una relación más estrecha con la Tienda del Encuentro, erigida en el desierto de acuerdo a las instrucciones de Dios mismo, donde la gloria del Señor (shekinah) se manifestaba (Ex. 25,22; 40,34). Sin embargo, Salomón, después de construir el Templo de Jerusalén, edificio que reemplazó a la Tienda del Encuentro, exclama: «Pero ¿es posible que Dios habite realmente en la tierra? Si el cielo y lo más alto del cielo no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo he construido!»(1 Re. 8,27). En la historia del pueblo de Israel se da una espiritualización, que lleva al famoso pasaje de Isaías: «Toda la tierra está llena de su gloria» (Is. 6,3; cf. Jr. 23,24, Sal. 139,1 -. 18; Sab. 1,7), texto aprobado después en el Sanctus de la Liturgia Eucarística. «Toda la tierra es santa y confiada a los hijos de los hombres» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1179).

Una etapa posterior aparece en el evangelio según san Juan, cuando Cristo dice, en su encuentro con la samaritana, que «la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Jn. 4, 23). Esto no quiere decir que, a la luz del Evangelio, no debería haber ningún culto público o edificio religioso. El Señor no dice que no debe haber lugares de culto para el culto de la Nueva Alianza; del mismo modo, en la profecía de la destrucción del Templo, no indica que no debe haber ningún edificio erigido en honor de Dios, sino que no ha de ser un solo lugar exclusivo.

Cristo mismo, su cuerpo vivo, resucitado y glorificado, es el nuevo templo donde habita Dios y donde se realiza su culto universal «en espíritu y en verdad» (J. Ratzinger, Introduzione allo spirito della liturgia, San Pablo, Cinisello Balsamo 2001, p. 39-40). Como escribe san Pablo: «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y ustedes participan de esa plenitud» (Col. 2,9-10). Por participación, en virtud del bautismo, el cuerpo del cristiano se convierte también en templo de Dios (1 Cor. 3,16-17; 6.19, Ef. 2,22). Usando una frase muy querida por san Agustín, Christus Totus, el Cristo entero es el verdadero lugar del culto cristiano, es decir, Cristo como Cabeza y los cristianos como miembros de su Cuerpo Místico. Los fieles que se reúnen en un solo lugar para el culto divino son las «piedras vivas», preparadas «para la construcción de un edificio espiritual» (1 Pe. 2,4-5). De hecho, es significativo que la primera palabra que indicaba la acción del reunirse de los cristianos, es decir ekklesia –Iglesia–, haya pasado a indicar el lugar mismo donde se realiza la reunión. El insiste en que las iglesias (como edificios) «no son simples lugares de reunión, sino que significan y manifiestan a la Iglesia que vive en ese lugar, morada de Dios con los hombres reconciliados y unidos en Cristo» (n. 1180).

En los primeros tiempos del cristianismo, la forma típica de la construcción de la iglesia se convirtió en la basílica con una gran nave central rectangular, que termina en un ábside semicircular. Este tipo de construcción respondía a las exigencias de la liturgia cristiana y, al mismo tiempo, dejaba una gran libertad a los constructores, para la elección de cada uno de los elementos arquitectónicos y artísticos. La basílica también proporciona una orientación axial, que abre a la asamblea a las dimensiones trascendentes y escatológicas de la acción litúrgica. En la tradición latina, la disposición del espacio litúrgico con la orientación axial se ha mantenido como una norma y se cree que aún hoy en día es lo más adecuado, porque expresa el dinamismo de una comunidad en camino hacia el Señor.

Como dijo Benedicto XVI, «la naturaleza del templo cristiano se define por la liturgia misma» (Sacramentum caritatis, n. 41). Por esta razón, incluso el diseño del mobiliario sagrado (el altar, el tabernáculo, la sede, el ambón, el baptisterio, el lugar de la penitencia) no pueden seguir solamente criterios funcionales. La arquitectura y el arte no son factores extrínsecos a la liturgia, ni tampoco tienen una función puramente decorativa. Por lo tanto, el compromiso de construir o adecuar las iglesias existentes debe estar impregnado por el espíritu y las normas de la liturgia de la Iglesia, es decir, de aquella lex orandi que expresa la lex credendi, y en esto está la gran responsabilidad, sea de los diseñadores como de los clientes.

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

* El padre Uwe Michael Lang, CO, es oficial de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

Con este artículo, concluye el cuarto año de la columna «El Espíritu de la Liturgia», que este año hemos dedicado a la enseñanza litúrgica del Catecismo de la Iglesia Católica, como preparación al Año de la Fe. Al despedirnos de nuestros lectores, los convocamos para el próximo mes de octubre (Don Mauro Gagliardi).

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ZENIT Staff

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