CIUDAD DEL VATICANO, jueves 8 noviembre 2012 (ZENIT.org).- A las 11,45 de esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el santo padre Benedicto XVI recibió en audiencia a los participantes en la asamblea plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, que tuvo lugar del 5 al 7 de noviembre pasados, en la Casa Pío IV en el Vaticano, sobre el tema: Complexity and Analogy in Science: Theoretical, Methodological and Epistemological Aspects. Publicamos a continuación el discurso que el papa dirigió a los presentes.
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Sus Excelencias,
Distinguidas señoras y señores,
Saludo a los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias con motivo de esta Asamblea Plenaria, y expreso mi agradecimiento a su Presidente, el Profesor Werner Arber, por sus amables palabras de saludo en su nombre.También me complace saludar a monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller, y darle las gracias por la importante labor en su nombre.
La presente reunión plenaria, sobre Complexity and Analogy in Science: Theoretical, Methodological and Epistemological Aspects, toca un tema importante que se abre a una variedad de perspectivas que apuntan hacia una nueva visión de la unidad de las ciencias.En efecto, los importantes descubrimientos y avances de los últimos años nos invitan a considerar la gran analogía de la física y de la biología que se manifiestan claramente cada vez que logramos una comprensión más profunda del orden natural.Si bien es cierto que algunos de los nuevos conceptos obtenidos de esta manera también nos pueden permitir sacar conclusiones sobre los procesos de épocas anteriores, esta extrapolación apunta más a la gran unidad de la naturaleza en la compleja estructura del cosmos y al misterio de hombre dentro de ella.La complejidad y la grandeza de la ciencia contemporánea en todo lo que permite al hombre conocer sobre la naturaleza tiene repercusiones directas para los seres humanos. Sólo el hombre puede expandir constantemente su conocimiento de la verdad y el orden sabiamente para su bien y el de su entorno.
En sus discusiones, en las que han tratado de examinar, por un lado, la dialéctica continua de la constante expansión de la investigación científica, los métodos y las especializaciones y, por otro, la búsqueda de una visión integral de este universo que los seres humanos dotados de inteligencia y de libertad, estamos llamados a comprender, amar, vivir y trabajar.En nuestro tiempo, la disponibilidad de potentes instrumentos de investigación y la posibilidad de experimentos muy complicados y precisos han permitido a las ciencias de la naturaleza acercarse a las bases mismas de la realidad corpórea como tal, incluso si no logran entender por completo su estructura unificadora y unidad última.La sucesión interminable y la integración paciente de diversas teorías, donde los resultados una vez obtenidos sirven a su vez como presupuestos para nuevas investigaciones, dan testimonio de la unidad del proceso científico y el impulso constante de los científicos hacia una comprensión más adecuada de la verdad de la naturaleza y una visión más inclusiva. Podemos pensar aquí, por ejemplo, en los esfuerzos de la ciencia y la tecnología para reducir las diversas formas de energía a una elemental fuerza fundamental, que ahora parece ser mejor expresada en el nuevo enfoque de complejidad como una base para los modelos explicativos.Si esta fuerza fundamental ya no parece tan simple, esto desafía a los investigadores a elaborar una fórmula más amplia, capaz de abarcar tanto el más simple de los sistemas como el más complejo.
Este enfoque interdisciplinario de la complejidad también muestra que las ciencias no son mundos intelectuales desconectados unos de otros y de la realidad, sino que están interconectados y se dirige al estudio de la naturaleza como una realidad unificada, inteligible y armoniosa en su indudable complejidad. Tal visión tiene puntos de contacto fructífero con la visión del universo de la filosofía y la teología cristianas, con su noción del ser partícipe, en el que cada criatura individual, poseída de su perfección propia, también comparte una naturaleza específica y está dentro de un cosmos ordenado originado por la Palabra creadora de Dios. Está precisamente incorporada la «lógica» y la «analógica» organización de la naturaleza que promueve la investigación científica y señala a la mente humana para descubrir la co-participación horizontal entre el ser y la participación trascendental del Primer Ser. El universo no es el caos o el resultado del caos, más bien, aparece cada vez más claramente como una complejidad ordenada que nos permite subir, a través del análisis comparativo y la analogía, de la especialización hacia un punto de vista más universalista y viceversa.Si bien los primeros momentos del cosmos y de la vida todavía eluden la observación científica, la ciencia, sin embargo, se encuentra reflexionando sobre un amplio conjunto de procesos que revela un orden de correspondencias evidentes y constantes y sirven como componentes esenciales de la creación permanente.
Dentro de este contexto más amplio, quisiera señalar lo fructífero del uso de la analogía demostrado por la filosofía y la teología, no sólo como una herramienta de análisis horizontal de las realidades de la naturaleza, sino también como un estímulo para el pensamiento creativo en un plano superior trascendental. Precisamente por la idea de la creación, el pensamiento cristiano ha empleado la analogía no sólo para la investigación de las realidades mundanas, sino también como un medio para elevarse del orden de la creación a la contemplación de su Creador, teniendo debidamente en cuenta el principio de que la trascendencia de Dios implica que toda semejanza con las criaturas implica necesariamente una mayor desemejanza: cualquiera que sea la estructura de la criatura es aquella cuyo ser es un ser por participación, mientras que Dios es aquel cuyo ser es ser por esencia, o Esse subsistens. En la gran empresa humana del esfuerzo por descubrir los misterios del hombre y del universo, estoy convencido de la urgente necesidad de continuar con el diálogo y la cooperación entre los mundos de la ciencia y de la fe en la construcción de una cultura de respeto al hombre, la dignidad humana y la libertad, para el futuro de nuestra familia humana y para el desarrollo sostenible a largo plazo de nuestro planeta. Sin esta interacción necesaria, las grandes preguntas de la humanidad salen del dominio de la razón y la verdad, y son abandonadas a lo irracional, el mito, o la indiferencia, con un gran daño a la humanidad, a la paz mundial y para nuestro destino final.
Queridos amigos, al concluir estas reflexiones, me gustaría llamar su atención sobre el Año de la Fe que la Iglesia celebra en conmemoración del cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II. En agradecimiento por la contribución específica de la Academia para el fortalecimiento de la relación entre la razón y la fe, les aseguro mi profundo interés en sus actividades y mis oraciones por ustedes y sus familias. Sobre todos ustedes pido al Todopoderoso las bendiciones divinas de sabiduría, alegría y paz.
Traducido del original inglés por Rocío Lancho García