Por Isabel Orellana Vilches
MADRID, miércoles 21 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Hoy nos propone Isabel Orellana Vilches la vida ejemplar de una santa polaca. Una clara vocación religiosa desde la infancia, por la cual tuvo que luchar.
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Franciszka Anna Józef nació el 12 de noviembre de 1842 en el castillo polaco de Roszkowa Wola. Su familia, los Siedliska, tenían lazos de parentesco con aristócratas polacos que se hallaban en la zona rusa. Su abuelo materno era Ministro de Finanzas. El ambiente que rodeó su infancia, tal como le ocurrió a la mayoría de sus contemporáneos, cedía al influjo de las ideologías políticas del momento. El aire que se respiraba en su hogar estaba teñido por un cierto liberalismo en el que la fe ocupaba un papel muy secundario. Ella y su hermano simplemente recibieron la educación que correspondía a su alcurnia. Sin embargo, Franciszka no era ajena al hecho religioso. Su institutriz le había familiarizado con la oración y de alguna forma fue su guía hasta que se produjo su muerte. Con esta sensibilidad espiritual en carne viva cuando tenía 9 años, al ver a Cecilia, su madre, gravemente enferma no dudó en solicitar insistentemente la gracia de su curación a la Virgen de Czestochowa. Y poco tiempo después, en 1854 tuvo la fortuna de tomar contacto con el P. Leander Lendzian, un capuchino lituano que residía en Varsovia ciudad en la que Cecilia se encontraba en periodo de restablecimiento residiendo en casa de sus padres. Este religioso, que tuvo gran influencia en su vida, la preparó para recibir los sacramentos de la comunión y la confirmación, momento en que decidió ser religiosa.
La noticia cayó como un jarro de agua fría en el hogar de los Siedliska; sus padres tenían planes diametralmente opuestos a los suyos. En particular su progenitor no le daba otra alternativa que la de contraer matrimonio con una persona de similar posición a la suya. Aparentemente Franciszka se plegaba a su voluntad y les acompañó en un largo viaje por Europa en el transcurso del cual se perfilaban claramente los puntos de vista de uno y de otra. Adán, su padre, insistió hasta la saciedad en la tesis del ventajoso matrimonio, y ella, que había heredado su fuerte carácter, replicó mostrando su férrea decisión a seguir a Cristo a quien privadamente ya le había consagrado su castidad. Tanta carga de tensión emocional terminó por afectar a Cecilia y a Franciszka. En el caso de esta última se temió que hubiera podido contraer la tuberculosis. Mientras visitaban médicos en Merano, Suiza y Cannes hubo una insurrección que obligó a su padre a dejar Polonia. Fue el momento de la conversión de Franciszka. Adán murió en 1870 y ella tenía vía libre para materializar su consagración, alentada por Lendzian. Nuevo veto, en este caso debido a su mala salud, le impidió dar el paso que anhelaba.
En 1873 por sugerencia del capuchino, que veía clara la voluntad de Dios sobre ella, inició la fundación de la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia. Dio los primeros pasos secundada por su madre y dos terciarias franciscanas de avanzada edad. Se establecieron en Roma en 1874, una vez que vio frustrados los intentos de ponerla en marcha en Polonia y Lourdes, con la ayuda del P. Piotr Semenenko, Superior General de los Resurreccionistas, que contribuyó también con su experiencia a la redacción de los estatutos. El lema de Franciszka fue: «Hágase Tu voluntad». En 1881 fundó en Cracovia, y tres años más tarde profesó, tomando el nombre de Sor María de Jesús, el Buen Pastor. Cuando murió el 21 de noviembre de 1902 dejaba abiertas 28 casas extendidas por distintos países, entre ellos, Estados Unidos, París y Londres. Fue beatificada por Juan Pablo II el 23 de abril de 1989.