''Acoger el misterio de Dios encarnado en nuestra historia''

Mensaje de Adviento y Navidad 2012 de la directora de la Institución Teresiana

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ROMA, jueves 29 noviembre 2012 (ZENIT.org).- La directora general de la Institución Teresiana, Maite Uribe, ha dirigido a todos los miembros de esta asociación internacional de fieles un mensaje con motivo del periodo litúrgico que se inicia el próximo domingo: Adviento y Navidad.

«Nos acercamos al tiempo de Adviento, tiempo de espera y esperanza, de invocación y hospitalidad –afirma Maite Uribe en su mensaje–. Tiempo para expresar con toda la Iglesia y como pueblo de Dios: “Marana thà” (1Cor, 16,22) Ven Señor Jesús. Esta actitud de espera y esperanza, de acogida y de hospitalidad, se realiza plenamente en María, la Madre de Jesús: “Que se haga en mí según tu palabra”. (Lc 1,38)

La directora recuerda que la asociación acaba de terminar una experiencia fuerte de comunión y de corresponsabilidad, la XVII Asamblea General, Asamblea de la esperanza, «que va a orientar estos próximos seis años y de manera especial este primer Adviento del nuevo sexenio».

En fidelidad a tantas llamadas recibidas en estos últimos meses, invita en este Adviento 2012, a vivir y profundizar la «actitud de acogida», es decir invita «muy especialmente a acoger el misterio de Dios, acoger la realidad, acoger a los hermanos y acogernos a nosotros mismos». Son facetas de una misma llamada, que pone en actitud de espera y esperanza en este tiempo de preparación a la Navidad

Acoger el misterio de Dios

Una de las figuras centrales en este periodo litúrgico es María, la Madre de Jesús, afirma Maite Uribe: «Nadie como ella sabe lo que es acoger el misterio de Dios, es decir, esperar, confiar, abandonarse. María acoge la vida, acoge el misterio de un anuncio inesperado, y se deja hacer con la seguridad del que sabe en ‘quien ha puesto su confianza’ (2Tim 1, 12a)».

En María la acogida del misterio de Dios empieza con una pregunta: “¿Cómo sucederá esto?” (Lc 1,34), crece desde la confianza: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) y se hace gratitud en el “Magníficat” (Lc 1,46), recuerda la directora de la Institución Teresiana.

A lo largo de su vida, la acogida del misterio de Dios marca en María etapas muy significativas en su experiencia de mujer creyente. Son momentos en los que percibimos la fuerza de su fe.

Cita al papa en la carta para el Año de la Fe, Porta Fidei: “La fe crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo”, nos dice Benedicto XVI al presentarnos el Año de la Fe. El Santo Padre continua: “Nos hace fecundos, porque ensancha el corazón en la esperanza (…) la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”.Pedro Poveda nos dice: “Pronto celebraremos el gran sacramento de la Encarnación en su manifestación externa conmemorando el natalicio del Emmanuel, que viene a los suyos…

En este tiempo de Adviento, invita Uribe, «miremos a María, busquemos en ella y con ella la manera de acoger al Señor que viene. Ojalá al acabar este año de la fe se pueda decir de cada uno de nosotros, y de la IT como una gran familia, ‘Feliz tu porque has acogido el misterio de Dios’, ‘Feliz tu porque has creído’ (Lc 1, 45)».

Acoger la realidad

“La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo”, explica citando al fundador san Pedro Poveda, «inspira la totalidad de nuestra existencia. La espiritualidad de encarnación nos lleva a contemplar la vida desde la fe, a reconocer en nuestro quehacer cotidiano los signos de los tiempos, a leer nuestra historia personal como historia de salvación».

«Acoger la realidad –añade- con mirada contemplativa es sabernos testigos de la acción de Dios en ella. Es seguir la invitación de Pedro Poveda a acoger y valorar todo lo humano, a mirar el mundo con simpatía y ternura, a amar con pasión la vida y a cada ser humano, a sentirnos alentados por una misma esperanza.»

“Esta es vuestra misión: sazonar lo desabrido allí a donde se va, en el sitio en donde se vive, a las gentes con quienes se trata”, subraya citando una vez más a Poveda. Y también: «Vosotros habéis de elevar cuanto toquéis, consolar a los que visitáis, enseñar a los que os rodean, ilustrar a los que educáis, santificar a los que se os confían, sanar a los que os piden consejo y edificar a todos».

«Acoger la realidad –explica Maite Uribe- es sabernos mezclados con el común de las gentes y desde allí tener amplitud de miras ante sus interrogantes y sus búsquedas. Es acoger pluralidad de perspectivas y de sensibilidades, es discernir lo que hay de evangélico en lo más cotidiano de nuestras vidas. Es crear espacios de humanización y de respeto hacia los excluidos, los pequeños, los que no tienen ‘donde reposar la cabeza’ (Mt 8, 20)».

E invita a los miembros: «Acojamos nuestra realidad con la confianza del que sabe que el Dios creador de vida la trabaja con ternura y paciencia, compasión y misericordia. A nosotros, como instrumentos, se nos invita a sazonar, consolar, sanar, acompañar».

Acoger a los hermanos, practicar la hospitalidad

“No olvidéis la hospitalidad, algunos han acogido ángeles sin saberlo”, recuerda citando la carta a los Hebreos (Heb 13,2). «Esta invitación –añade- nos recuerda que la verdadera acogida provoca, tanto en el que acoge como en el que es acogido, diálogo, encuentro, comunicación, conversión. El verdadero diálogo hace que la percepción que tenemos del otro cambie porque se nos hace cercano, accesible, hermano. Surgen visiones inéditas del otro, descubrimos lo que tenemos en común, lo que nos une, lo que nos acerca, y se puede hasta percibir que el otro, aún desde la diferencia, real o percibida, se nos hace fraternalmente cercano».

«Así –señala–, la acogida se convierte en hospitalidad, en cercanía, en amistad y en encuentro, y nos invita a vivir y practicar la hermandad. Hay una dimensión socializadora de la hospitalidad que no podemos olvidar. Cuando acogemos al otro ya no estamos solos. Los dos llevamos nuestra propia historia, las personas que han estado presentes en ella, las culturas en las que se ha desarrollado nuestras vidas. El encuentro de dos personas es siempre una experiencia comunitaria. Son dos mundos que se encuentran, dos miradas que se cruzan y un horizonte abierto hacia el que poder seguir caminando juntos».

«En nuestras relaciones interpersonales, en nuestras familias y grupos, en la vida profesional, en las tareas sencillas y cotidianas, en las estructuras sociopolíticas y socioeducativas, hagamos posible, en este tiempo de Adviento, el practicar la hospitalidad y el crecer en fraternidad. Acoger y prestar atención a los más necesitados, asistencia y atención a todo aquel que necesita nuestro apoyo, cercanía y compañía. ¿Acaso hay alguien de entre nosotros que, por nuestras afinidades o posicionamientos, pueda quedar fuera de nuestras propias realidades comunitarias?», se pregunta.

Acogernos a nosotros mismos

«Vivimos una época difícil –reflexiona–, pero es la nuestra, la que Dios nos ha confiado y en la que queremos ser testigos de esperanza. Caminamos con la debilidad y la pobreza de nuestra propia condición humana, con las mismas contradicciones que nuestros contemporáneos y sin saber muchas veces cómo situarnos ante el poder, el miedo, el egoísmo, la duda, y hasta el desánimo. Al mismo tiempo somos personas de fe. Acoger la fe, es acoger al que se hace historia con nosotros y hacer memoria de nuestra fe nos confirma en nuestra identidad de creyentes. Acogernos a nosotros mismos es sabernos en las manos del alfarero que hace y rehace la misma vasija, porque llevamos un tesoro en nuestras pobres vasijas de barro».

«Cu
ando crece el deseo de conocer la verdad sobre nosotros mismos, cuando crece el sentimiento de compasión y de misericordia hacia nosotros, cuando buscamos espacios de soledad y de silencio para ponernos bajo la mirada de Dios, estamos aprendiendo a ser instrumentos en sus manos. En la Navidad, Jesús viene a sanar profundamente nuestras heridas; como Salvador es el único que puede curar la herida de nuestro pecado y las consecuencias de división y destrucción que genera».

«Que este Adviento 2012 –concluye–, sea un Adviento de la acogida, de la hospitalidad y de la hermandad y unámonos a toda la Iglesia en el deseo de su venida. “Marana thà” ¡Ven Señor Jesús!».

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ZENIT Staff

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