Por Nieves San Martín

MADRID, martes 27 noviembre 2012 (ZENIT.org).- De la familia Borja (Borgia en su versión italianizada) hay para escribir no una novela sino unos episodios borjianos, con muchos, pero muchos volúmenes. La familia ha tenido figuras controvertidas como los dos papas Borja y los hijos de uno de ellos. Los medios de comunicación españoles han reconstruido, con mejor o peor fortuna aquellos tiempos violentos, y novelistas de renombre de todo el mundo se han centrado en los personajes de la familia Borja, de origen aragonés establecida en Játiva, reino de Valencia, y posteriormente en Gandía. La familia ha dado a la historia militares de renombre, religiosos, y hasta santos, y otro papa, Inocencio X.

Antonio Gaspari, en la edición italiana de ZENIT, escribe sobre una noticia reciente, relativa a un libro escrito en italiano, recién presentado en Roma, y afirma: “La relectura de la historia y de los hechos del papa Alejandro VI –Rodrigo Borja- suscitan aún inquietantes interrogantes”.

Ante un pontífice, añade, que durante siglos, “ha sido descrito por sus adversarios políticos como corrupto, asesino, poseído por la lujuria, pronto a todo para acrecentar y propagar su poder y el de su familia, el periodista y profesor de literatura italiana e historia Mario Dal Bello explicó en el libro editado por Città Nuova, La leggenda nera. I Borgia, que fue hábil y justo en el gobierno de la Iglesia, devoto de María y de santa Ana, magnánimo con los judíos y mecenas de la belleza artística”.

La historia relata que Alejandro VI, recuerda Gaspari, defendió la ortodoxia, reformó órdenes religiosas y monasterios, promovió Misiones en el Nuevo Mundo y en los países orientales. Parece cierta su personal muestra de formas de piedad, caridad y oración.

El autor del libro recordó cómo ha sido enfangada la figura de Lucrecia, hija de Rodrigo, quien murió como terciaria franciscana. Cierto, afirma Gaspari, no es fácil "comprender con los ojos de hoy que un pontífice pudiera tener amantes, hijos, gestionar y ambicionar el poder hasta hacer envenenar a los opositores”.

El profesor Dal Bello explicó que hay que sumergirse en el siglo XVI para comprender lo que era el pontificado en aquellos tiempos. Entrevistado por ZENIT, explicó que, entre las muchas acciones buenas de Rodrigo Borja está la convocatoria y organización del Jubileo de 1500, con acciones prácticas y prácticas religiosas que han resistido hasta nuestros días. Como por ejemplo la apertura de la Puerta Santa.

Fue el papa Borja quien hizo construir la calle rectilínea que va desde el castillo del Santo Ángel hasta la plaza de San Pedro. Lo hizo a causa de los embotellamientos de tráfico que parece que fueron funestos en el anterior Jubileo de 1450. Las obras para la nueva vía se iniciaron en abril de 1499 y concluyeron en vísperas de Navidad. La calle tomó el nombre de Alejandrina pero, tras la muerte del papa Borja, los romanos la llamaron “Burgo Nuevo”.

El papa Alejandro VI organizó el almacenamiento de provisiones, atemperó los precios, abrió albergues para alojar a los peregrinos menos adinerados. El ceremonial y los ritos específicos para abrir y cerrar el Año Santo fueron establecidos por el papa Borja y todavía están vigentes.

A la pregunta de cómo se explica el uso del veneno para eliminar a los enemigos, Dal Bello responde que “los papas de aquellos tiempos estaban inmersos en la mundanidad, y alguno usó incluso la violencia para alcanzar y gestionar el poder. Se comportaban más como jefes de Estado que como hombres de fe. Es después del Concilio de Trento cuando cambia todo”.

“¿Y, como se explican lo hijos”, le pregunta Gaspari. “Para nosotros, es difícil comprender –precisa el autor- pero la mentalidad era diversa. Que los sacerdotes tuvieran hijos no era una cosa extraordinaria. Eran tiempos en los que eran creados cardenales y pontífices quienes hasta unos años antes habían tenido una vida mundana con mujeres e hijos. Antes de convertirse en pontífices tuvieron hijos seguramente Pío II, Inocencio VIII, Julio II y Pablo III. Alejandro VI tuvo hijos también cuando ya era pontífice. El celibato era una ley descuidada por todos, sólo tras el Concilio de Trento vuelve a ser obligatoria”.

Ante estos sucesos de la historia, “hay que reconocer lo misericordioso que es el Señor, que perdona a los hombres, logra escribir derecho con renglones torcidos, y defiende a la Iglesia incluso del empecatamiento de sus miembros”.