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Finalizado el bullicio, la fiesta y los encuentros navideños, se regresa a la vida ordinaria con sus horarios, obligaciones y quehaceres. Para el hombre y la mujer que viven sumergidos en el nihilismo divertido de la cultura actual, la vuelta a la rutina de la vida cotidiana, les produce horror, estrés y otras muchas hipocondrías. Ese fenómeno revela la enfermedad de nuestro tiempo que es la soledad de la persona y la ceguedad existencial para disfrutar de la belleza de la vida diaria.
El descanso nos viene pedido por el Creador (cf. Gen 2, 1-3) La fiesta es expresión, en un tiempo privilegiado, de la necesidad que el ser humano tiene de la alegría para poseer una existencia lograda. A la vez, debe ser estímulo para encarar con energía renovada cada nueva semana o periodo posvacacional.
Lo insoportable del vivir de cada día es la carencia de gozo en lo que se hace, se experimenta o se vive comúnmente. Esto suele suceder, entre otros motivos, por la falta de realismo en el planteamiento de la vida personal, social y profesional o simplemente sobra irritación, que deteriora el buen tono en la convivencia familiar y general.
Hay que comenzar este inquietante 2013 con el firme propósito de redescubrir la belleza y el gozo de la propia rutina, para ello os propongo la medicina del un buen humor, de la amabilidad y de la comprensión. ¡Cuántos problemas se solucionarían evitando los malos modos y ejercitando el apostolado de la sana sonrisa a nuestro alrededor!
El humor ha sido objeto de estudio desde la Filosofía antigua, pasando por la Teología, hasta la Psicología moderna. No han faltado ejemplos de santos, como San Felipe Neri o San Juan Bosco, que hicieron del regocijo y el júbilo vehículos de su pastoral y contacto con los demás.
Se puede hablar del humor desde muchos puntos de vista. Así, para unos, se trataría de un dispositivo de liberación de tensiones nerviosas. Para otros, sería la reacción espontánea ante una situación cómica. Hay quienes lo experimentan como consecuencia de la incongruencia entre diversas ideas o situaciones desiguales. Pero todas esas teorías hacen del humor algo que viene dado desde fuera, como un componente psicológico que define cierto comportamiento. El chiste y la broma son juegos de lo cómico con lo irónico, con la sátira y otras caricaturas. Es evidente que no todo lo humorístico termina en risa, pero hay risas que no provienen de ahí, sino que son un mecanismo de defensa.
Sin embargo, quiero referirme al humor, no como una actitud jocosa, que en ocasiones se da, sino como algo “serio”, como una pretensión de sentido, de delicadeza y humanidad. El buen humor es la capacidad de encajar serena y valientemente las cargas de la vida. Es saber hallar en cada instante el lado amable de la cotidianidad. Esto es muy importante a la hora de completar la madurez personal y la vida de fe. A este respecto, X. Zubiri decía que la persona tiene que ir “esculpiendo su propia estatua”. Esto se puede realizar de diversas formas: siendo muy estricto en todo, trayendo consigo el mal humor, la angustia, el sufrimiento; otra manera sería empeñándose en un voluntarismo que endurece el corazón y el carácter; y una tercera vía serían la integración y superación de las dificultades de la vida, y es aquí donde reside el secreto del buen temperamento. Sin él, la persona será propensa a las enfermedades del alma que, con tanta frecuencia, se dan en nuestra sociedad.
El buen humor nos hace ver con una serena distancia la realidad que nos toca vivir en el día a día. Es la actitud de poner las cosas en su sitio, de relativizar lo que habíamos hecho absoluto, de librarnos de los falsos ídolos, de reírnos de nuestras propias conquistas y de nosotros mismos. Para ello hace falta mucha sencillez y humildad de espíritu. Sólo es alegre –y no simplemente estar contento- el que reconoce su finitud, se abre a los otros y no se queda encerrado en su autosuficiencia
También el humor es la capacidad de comprensión del punto de vista del otro y, a la vez, la creatividad ante los choques inevitables, es decir, saber salir airoso de situaciones comprometidas. Esto impide huir del contrario o caer en el resentimiento. Para ello se requiere saber medir las palabras, controlar los silencios, poseer elementos positivos en nuestro interior y sujetar las riendas de uno mismo.
Finalmente, os señalo que el buen carácter implica la afirmación de la libertad personal, la negación de ciegos determinismos y la admisión de un sentido profundo de la vida. En el caso cristiano, todo esto surge de la fe en un Dios que es Amor, que nos ha regalado la salvación eterna en su Hijo y que nos sostiene con la ayuda del Espíritu Santo. ¡Dios no está reñido con el buen humor! En efecto, como dice Benedicto XVI, “Dios no estorba en nuestra vida cotidiana” (La infancia de Jesús, p. 109).