Supongo que la primera impresión al leer el título de esté artículo es: ¿aún hoy, en los inicios del siglo XXI, alguien se atreve a hablar de estas cosas del pasado, ya felizmente superadas? Pero, curiosamente, la Iglesia, cada Cuaresma, vuelve a recordar estas realidades. Y, más aún, propone unas lecturas de la Biblia, en la liturgia, donde se insiste en la necesidad de practicar la limosna, la oración y el ayuno.
Estas prácticas, además, no son exclusivas del cristianismo; no sólo encontramos textos que hablan de ellas en el Nuevo Testamento cristiano. De hecho la Biblia hebrea, normativa para los creyentes judíos (también para los cristianos), y que conforma la mayor parte de nuestro Antiguo Testamento, recuerda, con mucha frecuencia, la necesidad de vivir estas actitudes. Y, la otra gran religión monoteísta, el Islam, las considera pilares fundamentales de la religiosidad musulmana. De manera que las tres grandes religiones monoteístas, Judaísmo, Cristianismo e Islamismo, se hacen eco de estos hábitos religiosos y los recomiendan a sus adeptos.
Si nos centramos en la figura de Jesús, encontramos un texto fundamental en el llamado «Sermón de la montaña», que leemos en el evangelio de Mateo. Jesús ya conoce estas prácticas en el judaísmo de la época, pero hará una relectura de las mismas. Jesús predica que la limosna sea «en secreto», la oración «en lo escondido» y el ayuno «perfumándose la cabeza y lavándose la cara», o sea, sin que se sepa (cf. Mt 6). La primera comprensión a la que invita Jesús es a entender que lo que importa es la actitud interior, la relación íntima con Dios. La limosna, la oración y el ayuno cristiano deben responden a este talante. Si estos actos no responden a unas actitudes internas, no tienen ningún valor, son fuegos fatuos.
Una segunda comprensión, también presente en el texto mencionado, revela el porqué seguir practicando estas costumbres ancestrales. La oración responde a una necesidad de diálogo con Dios, es una respuesta a su Palabra: el ser humano es alguien abierto a la transcendencia, a la relación con Dios; la oración es la forma concreta de entablar esa comunicación. El ayuno voluntario, por su parte, nos puede ayudar a comprender que todo se lo debemos a Dios, y a reflexionar sobre tantas personas que pasan hambre y necesidad, que practican un ayuno obligado; no es una práctica masoquista, sino la constatación del sufrimiento de tantas personas, en la propia carne. La limosna responde a la reflexión anterior: compartir con quien no tiene los bienes que han sido creados por Dios para el bien común; nada más lejos que el dar unas monedas al pobre que encontramos por el camino para adormecer nuestra conciencia.
Estas reflexiones nos pueden ayudar a entender que sí tiene sentido seguir practicando la plegaria, la limosna y el ayuno. No solo no son realidades alienantes, sino que por el contrario nos liberan de nuestros egoísmos y contribuyen a un mundo más justo, según la voluntad original de Dios.
* Javier Velasco-Arias es profesor de Biblia del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona y de la Escuela de Animación Bíblica de Barcelona