El cansancio en la convivencia, el trabajo y de las relaciones en general es una tónica constante de esta mentalidad común relativista y escéptica en la que estamos inmersos. Es importante un punto de consciencia auténtico que ayude a diferenciar a qué estamos llamados y qué es lo que estamos viviendo como corriente sin ser lo normal, lo verdadero.
Si no educamos en el sentido de la vida, en el gusto por vivir, en el asombro y estupor por la realidad, que nos es dada como dato y realidad previa, que es lo más básico de todo, lo demás se cae por su propio peso.
Todas las situaciones que podamos vivir nosotros o contemplar en los demás tienen que hacer las cuentas con la realidad, con la verdad, con el sentido de la vida, con saber cómo afrontar cada acontecimiento de la manera más positiva y constructiva posible.
Porque, ¿qué sentido tiene que pidamos soluciones sociales, políticas, económicas, culturales y hasta educativas, si descuidamos a la persona, a las certezas que podemos aspirar, las esperanzas o proyectos que cabe plantearse?
¿Quién puede asegurar, en base a su propio esfuerzo y voluntad, un solo instante de felicidad, un momento intenso de sentido, de conciencia verdadera llena de significado y valor por la propia existencia? ¿Dónde acudir, en medio de una sociedad líquida, negadora de los hechos en pro de las múltiples interpretaciones, con un triste concepto de libertad como puro arbitrio? Esto es algo que todos debiéramos cuestionarnos en algún momento de nuestra vida.
La elección estriba en la posibilidad que tengo de aferrarme a lo que me corresponde. Es una cuestión de opción pero también de confianza en que aquello es para mí, que he de valorarlo todo quedándome con lo verdadero, lo bueno y lo bello. Es urgente educar en la búsqueda de sentido a nuestros niños y adolescentes.
Se huye muchas veces de dar este paso no tanto por el esfuerzo de introspección que podría suponer, de búsqueda, de verificación, de autenticidad y responsabilidad con uno mismo y la sociedad, para mejorarla, no. Es que se siente como increíble por parte de muchos hoy en día que podamos ser capaces los seres humanos de encontrar por nosotros mismos aquello que nos puede hacer felices. La felicidad es vivida así bien como un ingenuo optimismo, o como una especie de droga que nos haga olvidar la tristeza o aburrimiento existencial. No es considerada como una meta o un estado de bienestar general alcanzable.
Entonces si el hombre de hoy en día no se ve capacitado para admirar la realidad, para sentirse y ser libre auténticamente, para disfrutar con una vivencia intensa de la realidad, ¿qué es lo que le queda salvo la neurosis, la depresión y en algunos casos el suicidio? Y de esto nadie habla salvo cuando la realidad se impone tozudamente en mostrarlo. Y se buscan causas externas y no se trata la raíz profunda: la crisis de sentido.
En nuestra mano está aportar instrumentos desde la fe y la experiencia cristiana que posibiliten que nuestros hijos, alumnos y catecúmenos puedan encontrar sentido a sus vidas, que puedan ser y sentirse plenamente libres y felices, confiados en una resolución positiva de la realidad a través de la Providencia de un Dios que nos ha creado, nos cuida y ama, que nos ha dado a su Hijo para nuestra salvación y al Espíritu Santo para nuestra santificación.