El papa Francisco ha querido celebrar hoy la misa dominical como un párroco, razón por lo cual llegó hasta la parroquia agustina de Santa Ana dentro de los muros vaticanos, para encontrarse con el pueblo de Dios que llega allí cada domingo.
Ofrecemos a nuestros lectores la homilía de seis minutos pronunciada por el santo padre, centrada en el evangelio del perdón.
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Es bello, esto: Primero Jesús sólo en el monte rezando, después se recoge en el Templo y todo el pueblo iba hacia Él. Jesús en medio al pueblo. Y al final lo dejaron solo con la mujer. La soledad de Jesús, pero una soledad fecunda, la de la oración con el Padre y aquella tan hermosa, la del mensaje de hoy de la Iglesia: el de su misericordia con esta mujer.
También hay una diferencia entre el pueblo; estaba el pueblo que iba a hacia Él, y Él sentado le enseñaba al pueblo que quería oír las palabras de Jesús. El pueblo de corazón abierto, necesitado de la palabra de Dios.
Habían otros que no escuchaban nada, no podían escuchar. Son aquellos quienes llevaron a esta mujer. «Oye maestro, esta es una tal por cual, tenemos que hacer lo que Moisés nos indicó de hacer con estas mujeres».
También nosotros, creo que somos este pueblo que por un lado quiere oir a Jesús pero por otro a veces nos gusta palear a los otros, condenar a los otros. El mensaje de Jesús es ese: la misericordia.
Para mí, lo digo humildemente, el mensaje más fuerte del Señor es la misericordia. Él mismo lo dijo: no vine por los justos. Ellos se justifican por ellos mismos, bendito el Señor, si tú puedes hacerlo yo no puedo hacerlo, pero ellos creen que pueden hacerlo. Yo vine por los pecadores.
Piensen en esa charla después de la vocación de Mateo: «pero este va con los pecadores». Y Él vino por nosotros, cuando reconocemos que somos pecadores. Pero si somos como aquel fariseo delante del altar: «te agradezco Señor porque no soy como todos los otros hombres y ni siquiera como aquel que está en la puerta, el publicano», no conocemos el corazón del Señor y no tendremos nunca la alegría de sentir esta misericordia.
No es fácil confiarse a la misericordia de Dios, porque eso es un abismo incomprensible, pero debemos hacerlo.
«Ah padre, si usted conociera mi vida no me hablaría así»: ¿Por qué, qué has hecho…? «Las combiné gruesas». Mejor, ve donde Jesús, a él le gusta que le cuentes estas cosas. Él se olvida, Él tiene una capacidad de olvidarse. Es especial, se olvida y te besa y te abraza, y solamente te dice: «Tampoco yo te condeno, ve y de ahora en adelante no peques más». Solamente ese consejo te da.
Pero después de un mes estamos en las mismas… Volvamos donde el Señor; el Señor no se cansa nunca de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pidamos la gracia de no cansarnos de pedir el perdón, porque Él nunca se cansa de perdonarnos. Pidamos esta gracia.
Traducido del original italiano por Sergio H. Mora