Como afirmó san Pedro Crisólogo: «José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes». Por tanto, no cabe buscar en la fecha de hoy otro modelo más sublime para la vida espiritual que la del Santo Patriarca. Puesto que solo contamos con los someros datos que ofrece el Evangelio, habiendo quedado envuelta su gloriosa vida en el silencio, cada uno ha glosado de él matices que le llamaban especialmente la atención. En cualquier santoral se hallan referencias proporcionadas por santos y santas que meditaron en ella y que se han ido transmitiendo a lo largo de los siglos. Es el caso de Tomás de Aquino, Gertrudis, Vicente Ferrer, Bernardo, Brígida de Suecia, Francisco de Sales y Bernardino de Siena. Estos, entre otros, en numerosas ocasiones reflejaron en sus escritos los frutos de su reflexión y predicaron en sus sermones las excelsas virtudes que le adornaron. San Bernardino de Siena manifestó en uno de ellos: «La norma general que regula la concesión de gracias singulares a una criatura racional determinada es la de que, cuando la gracia divina elige a alguien para otorgarle una gracia singular o para ponerle en un estado preferente, le concede todos aquellos carismas que son necesarios para el ministerio que dicha persona ha de desempeñar. Esta norma se ha verificado de un modo excelente en san José, padre putativo de nuestro Señor Jesucristo y verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con insobornable fidelidad. Por eso le dice el Señor: ‘Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor’».
De este hombre «justo» por antonomasia, «esposo virginal de la Virgen María»,«custodio de la Sagrada Familia» se han enaltecido hasta la saciedad, como se ha dicho, sus incontables virtudes. Junto a las teologales, se hallan arracimadas en su santa vida: fidelidad, inocencia evangélica, fortaleza, docilidad, prontitud, pureza, generosidad, prudencia, disponibilidad, sencillez, templanza, obediencia, pobreza, humildad, discreción, justicia, honestidad, diligencia, paciencia, etc. Estuvo adornado por todas; por tanto, son imposibles de condensar. Y hoy, como antaño, continúan mostrando la grandeza de este «padre y guardián de la Iglesia», «abogado de la buena muerte», que vivió cada segundo de su existencia con inquebrantable adecuación de su voluntad a la divina, señalándonos el camino que hemos de seguir. San Alfonso María de Ligorio ensalzó el trato familiar que tuvo con Jesús, subrayando lo que pudo significar este eminentísimo vínculo entre ambos para la santidad del padre que durante un tiempo le acompañó en la tierra: «José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de vida eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos».
También los pontífices han quedado conmovidos por el ejemplo del Santo Patriarca. Juan XXIII iniciaba y culminaba su jornada poniéndose bajo su amparo. Lo proclamó patrono del concilio Vaticano II. Pablo VI el 19 de marzo de 1969 manifestó: «San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan ‘grandes cosas’, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas». Juan Pablo II le dedicó la exhortación apostólica Redemptoris custos el 15 de agosto de 1989. Y entre otras cosas, en ella calificaba la «fe, sostenida por la oración» como «el tesoro más valioso que san José nos transmite». Por su parte, a Benedicto XVI le llamó la atención su silencio. Y así, se dirigió a los fieles en uno de sus Ángelus en 2005, diciendo: «¡Dejémonos invadir por el silencio de san José!». Sixto IV incluyó la fiesta de san José en el Calendario Romano en torno al año 1479. Pío IX lo proclamó Patrono de la Iglesia universal en 1870; León XIII precisó los fundamentos de este patrocinio el 15 de agosto de 1889, y Pío XII en 1955 designó el 1º de mayo como la fiesta de san José obrero.
Los carmelitas han dado siempre gran impulso a la devoción a san José. Quizá por ello, impregnada de este carisma al que se abrazó, la gran santa castellana Teresa de Jesús ha sido una de sus mayores propagadoras. Fue agraciada por él en grave situación de enfermedad, y desde entonces lo tomó como protector. Además, puso bajo su tutela las numerosas fundaciones que instituyó. Decía: «Otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a san José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo». «Parece que Jesucristo quiere demostrar que así como san José lo trató tan sumamente bien a Él en esta tierra, Él le concede ahora en el cielo todo lo que le pida para nosotros. Pido a todos que hagan la prueba y se darán cuenta de cuán ventajoso es ser devotos de este santo Patriarca».Durante cuatro décadas, todos los años el 19 de marzo acudía a él puntualmente solicitándole «alguna gracia o favor especial», y siempre le respondió. Por eso insistía:«Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán qué grandes frutos van a conseguir». En esta misma línea, Fernando Rielo, fundador de los misioneros identes, también infundió en sus hijos el amor a san José: «Tened mucha devoción a san José, cualquier problema, cualquier cosa, os la concederá: bienes materiales y bienes espirituales, especialmente la santidad […]. Pedidle la conversión de la humanidad, suplicadle la santidad de la Iglesia, rogadle la comunión de todos los cristianos».