Ofrecemos a los lectores la carta pastoral del obispo de Orihuela-Alicante Jesús Murgui, en la que desentraña el significado de la Semana Grande del cristianismo, que culmina en la Pascua de Jesús y su la Resurrección.
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En este tiempo de gracia, Año de la Fe, entramos en los días que celebran los misterios centrales y más sublimes de nuestra fe. Donde resplandece la Cruz, único camino de “salvación, vida, esperanza y resurrección”.
Dar la vida es manifestar la culminación del amor, dijo Jesús. Es exactamente lo que Él hizo en la Cruz, por eso la Cruz es el signo más estimado por los cristianos. Así San Pablo lo afirmará: “¡Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo!” (Gal. 6, 14).
La Cruz es testimonio permanente de su entrega, de su amor, de su perdón, incluso a aquellos que le mataban. La Cruz, su memoria, es inspiración e incitación permanente a dar la vida, a amar, a perdonar. De aquí que lo que hizo Él sea el gran desafío: pasar de la vida como posesión a la vida como don. Sólo una “cotidianeidad extraordinaria”, hecha don continuado de nosotros mismos, día a día, está en condiciones de madurarnos como cristianos, para poder ser signos vivos de la entrega de Jesús, de su amor.
La centralidad de la Semana Santa, que comienza con las procesiones de Ramos, que preludian y preparan, sin solución de continuidad la Pasión, la Cruz, encuentra su expresión popular, entre otras, en las procesiones del Jueves y del Viernes Santo, donde tienen especial relieve las imágenes de Cristo crucificado, que muestran lo que acabamos de apuntar.
Que así lo demuestre nuestra fe públicamente en las manifestaciones más arraigadas de nuestra religiosidad. Una fe que debe, sobre todo, alimentarse y purificarse en nuestros templos, en la participación de la Liturgia de estos días, que culmina en la Vigilia Pascual. Una fe que se afirma en el encuentro con el Señor, en la Palabra y los sacramentos, especialmente, en el sacramento de la Reconciliación y en el del Sacrificio del Jueves Santo: la Eucaristía, memorial de su pasión, muerte y resurrección, presencia viva de Él mismo, alimento y prenda de la vida que dura eternamente. Una vida que para todos deseo y pido de todo corazón.
Con mi bendición, afecto y gratitud a cuantos cuidáis de la Semana Santa.