Ofrecemos un artículo publicado en la revista Palabra Nueva de la Archidiócesis de La Habana, Cuba, firmado por Orlando Márquez, director de la publicación y portavoz de la Iglesia en la diócesis de la capital de la Isla.
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Es difícil, por no decir imposible, pretender resumir en pocas palabras el contexto cubano actual. No se puede “atrapar con el cerebro” una realidad tan diversa, compleja y contradictoria como la que vivimos hoy en Cuba, y definirla de modo unívoco. Y esto no es malo, más bien todo lo contrario, pues refleja la heterogénea composición social, que aflora y se percibe cada vez más diversa como no lo habíamos visto antes, aunque nunca fue tan homogénea como algunos querían hacernos creer.
Del mismo modo, lo que ocurre es indicativo de la quiebra, o transformación, de un molde social, político y económico, aunque no veamos de manera clara el nuevo molde que lo habrá de sustituir.
Me atrevería a decir que, si hay algún término para sintetizar el contexto cubano actual, este sería sincretismo. Este vocablo es bien conocido por nosotros pues con él nos referimos a la pretendida síntesis del cristianismo católico con la santería o ritos religiosos afrocubanos, pero su significación primera no fue esa.
Cuenta la tradición que los antiguos cretenses, aquellos adversarios entre sí, solían dejar las diferencias a un lado cuando era necesaria la alianza para luchar contra un tercero. Este intento por conciliar diferencias e intereses opuestos para lograr un fin conveniente para todos, se llamó sygkretismós, sincretismo. Con el paso del tiempo se definió así a los sistemas filosóficos y las creencias religiosas que tratan de conciliar doctrinas diferentes, aunque esto pocas veces es posible.
Así, precisamente, percibo y entiendo nuestro contexto cubano actual. La sociedad cubana está cambiando, efectivamente, y transita por un período de sincretismo en que voluntades y voluntarismos, realismos e idealismos, así como concepciones políticas aparentemente opuestas, conviven a un tiempo y comparten también el espacio. A veces con más conciencia de las diferencias, otras no tanto. Se sabe que el modelo, tal cual se impuso por cinco décadas, es ya insostenible e ineficaz para el desarrollo, lo cual habían “descubierto” hace ya muchos años socialistas este-europeos y asiáticos. De ahí el creciente esfuerzo por “actualizarlo” o reformarlo.
Sin embargo, el pavor y estremecimiento que produce en algunos todo aquello que parezca “capitalismo” dificulta el paso firme de las reformas, porque toda ideologización excesiva, del tipo que sea y en el lugar que sea, genera distorsiones visuales o interpretativas de la realidad, y mantiene a la persona que así lo percibe y a las instituciones a su disposición, en una actitud puramente defensiva, para la cual emplea y derrocha todas las energías, las mismas que pudieran emplearse en el progreso y desarrollo de y entre las personas, de la sociedad y entre las sociedades. Al mismo tiempo no se puede vivir negando lo que conocemos como “capitalismo” –para otros se trata de economías basadas en el mercado–, ni evitando relacionarse con aquellos países así considerados, pues sería como suicidarse en el mundo actual.
Ese es el dilema que enfrentamos hoy. Todo sincretismo lleva en sí el dilema, y nos pone cara a cara con propuestas distintas que pretenden, cada una por sí misma, alcanzar el bienestar deseado. Y el dilema quizás sea mayor no cuando se presentan dos o más propuestas, sino cuando se ha vivido siempre creyendo y ofreciendo una única propuesta y esta es cuestionada y confrontada por una realidad distinta. Tal vez eso explica por qué algunos pretenden no despertar de un viejo sueño deshecho, mientras nuevos sueños buscan realizarse; por qué llamamos cuentapropismo a la empresa privada por pequeña que sea; o el esfuerzo ideológico de algunos por lograr una mixtura martiana-marxista-leninista, a pesar de las marcadas y comprobables diferencias entre el cubano y los alemanes en relación con la sociedad y el hombre; o por qué se toman necesarias medidas para liberar el aparato estatal del lastre que representan cientos de miles de empleos improductivos e innecesarios, lo cual debe generar y potenciar un mercado laboral no estatal o privado, pero no todos tienen derecho a ello en estos momentos. Ese sincretismo igualmente pudiera revelar por qué se espera crear riquezas, pero no ricos; y tal vez sea la razón por la cual se espera obtener una fuerte inversión extranjera pero no aparecen aún las garantías que la propicien. Pudiera haber otros ejemplos.
Pero este sincretismo debe ser transitorio. ¿Cómo llevar adelante una actualización económica que demanda introducir mecanismos de mercado, libre contratación, eliminación de subsidios y cobro de determinados servicios, aumentar la inversión extranjera, hacerse cada vez más competitivo en el mundo actual, disminuir el paternalismo de Estado y el burocratismo, medidas todas necesarias y presentes en el discurso oficial, y al mismo tiempo exigir a las nuevas generaciones una sólida preparación político-ideológica basada en el marxismo-leninismo, propuesta y práctica que condicionó toda la vida política, y por tanto económica, social, cultural y espiritual de la nación, lo cual derivó en una realidad que hoy deseamos superar?
No se puede servir a dos señores, como afirmó Jesús hace dos mil años. El modelo económico podrá ser actualizado, y tendrá éxito, tanto en cuanto se actualice el modelo político, de modo que el último no niegue o contradiga al primero. Ambos son inseparables y se necesitan entre sí, como las piernas de un cuerpo: sólidas al tiempo que flexibles, capaces de articularse y llevar un paso ordenado y armonioso. Es cierto que algunas medidas económicas van superando ya ciertas concepciones políticas, pero no se debe pretender ignorar la conveniencia para el país de estas prácticas del mercado, o tolerarlas como un mal menor, y mantener un discurso político desactualizado que puede frenar, y hasta hacer retroceder, el potencial que hoy se invita a alcanzar. Sería como pretender caminar hacia delante manteniendo la vista atrás. Es imposible o, en el mejor de los casos, se logran solo tropiezos, caídas o movimientos erráticos sin avance real.
Pero tal sincretismo es un paso de avance respecto a un pasado cerrado y monocromático, y puede ser el preludio de un contexto totalmente renovado y más plural, en el que sea posible enaltecer, defender y mantener por igual tanto los derechos y libertades sociales como individuales. En otras palabras, un estadio social en el que, por un lado, preservemos aquellos beneficios y derechos sociales promovidos y desarrollados por décadas en Cuba a los que nos acostumbramos y asumimos como garantizados, y por otro nos permita promover y enaltecer los derechos y libertades individuales, porque se reconoce en ello un derecho de cada cubano, así como la posibilidad de enriquecer y potenciar el bienestar material y espiritual de la sociedad. No es necesario proponerse descubrir “la tercera vía”, basta solo con encontrar la vía propia, que incluya lo mejor de cada tiempo, que preserva las mejores tradiciones sin temor a crear otras nuevas.
El capitalismo es capaz de generar riquezas y desatar toda la capacidad creativa del hombre, lo mismo para el bien que para el mal. Puede generar bienestar para todos, pero no es democrático en su esencia, pues su fin no es la justicia, sino el enriquecimiento por medio del capital que obtienen los más creativos, o los más inescrupulosos; es por ello que necesita las bridas de un Estado capaz de mantener el equilibrio social con medidas que garanticen la sociabilidad de la riqueza.
El socialismo, tal como lo conocimos, no podía en realidad alcanzar el bienestar y el progreso de todos, aunque lo afirmara, pues su fin era la lucha de clases para cambiar el viejo orden, sin dudas injus
to, mediante una revolución social que destruiría hasta los cimientos de la antigua sociedad burguesa, creando así nuevas injusticias. Para ello debía mantener una lucha constante contra los fantasmas del pasado, un desgaste perpetuo de energías, reclamando siempre el sacrificio y la renuncia al derecho individual en bien de unos derechos colectivos que garantizarían la renuncia a las diferencias, de modo que todos pudiéramos caminar en pos de una felicidad colectiva tan imprecisa como el tiempo que tomaría alcanzarla. Y esto en realidad convertía el medio en el fin: el “paraíso proletario” se hizo inalcanzable. Ni el propio Karl Marx pudo explicar cómo llegar allí.
Para bien de todos, el gobierno cubano debe seguir impulsando con vigor los pasos de lo que se ha dado en llamar “actualización del modelo”, pues no basta con ver la luz al final del túnel si nos quedáramos parados a mitad de camino. Recientes medidas tomadas en beneficio de la ciudadanía, y otras que se anuncian, deben y pueden ayudar en el crecimiento material y espiritual, individual y social; también servirán para aumentar nuestra relación e intercambios de todo tipo con otras sociedades y ciudadanos. Nuevas oportunidades, patrones de vida y conocimientos, generarán a su vez nuevas demandas y, por el mismo hecho, nuevas respuestas y nuevas medidas.
Quizás nuestro sincretismo actual nos lleve a una verdadera combinación de positividades presentes en las dos filosofías o modelos sociales opuestos. Una economía mixta no es ajena al mundo de hoy, tal vez debiéramos en verdad intentarlo, sin más límites que los que demandan el derecho y el bienestar individual y social. ¿Puede existir igualmente una propuesta política mixta? No conozco. Lo importante es estar atentos a las humanas necesidades y auténticas demandas individuales y sociales presentes hoy en nuestra sociedad, demandas muy distintas a las de la Europa del siglo xix, incluso marcadamente distintas a las de la Cuba de hace cincuenta o quince años. En esto pudiéramos aplicar también el mismo principio que se aplica a la cuestión socioeconómica: que nadie quede abandonado. Como los antiguos cretenses, debiéramos dejar de lado algunas diferencias para lograr un bien común: el bienestar del país todo y, de una vez, el de todos.