La historia del pueblo de Israel es incomprensible sin la experiencia del Éxodo. De la misma forma la Iglesia, la congregación de los que creen en Jesús, el nuevo Pueblo de Dios, solo tiene sentido a partir de los nuevos acontecimientos pascuales: la muerte y la resurrección de Jesucristo.
Igual que Israel experimentó la liberación de la opresión de Egipto y se autodescubrió como pueblo, más aún, como Pueblo de Dios, a partir de este acontecimiento; de igual manera la comunidad cristiana descubre, en Cristo muerto y resucitado, la liberación definitiva, integral, del ser humano, y su razón de ser como nuevo Pueblo de Dios:la Iglesia.
Festividad de los orígenes del pueblo de Israel
La fiesta de Pascua parece que proviene de la fusión de dos celebraciones bien distintas, aunque coincidentes en el tiempo: la fiesta de «pesah», fiesta de reminiscencias nómadas, con sacrificios de animales (corderos), y la fiesta del «massot», fiesta de campesinos sedentarios, que celebraban las primeras espigas de la primavera.
El pueblo hebreo unió estas dos celebraciones (pascua y ácimos) en una sola conmemoración: la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, por la mano de Dios. Y asumiendo elementos de las dos festividades les dio un sentido nuevo.
Las promesas de Yahveh a los patriarcas, a Abraham, Isaac y Jacob, se materializan en la formación de un pueblo con identidad propia, el pueblo de Israel, el pueblo de Dios, a partir de la liberación de Egipto.
Israel siente la necesidad de recordar, más aún, de actualizar dicho acontecimiento salvífico. Todo hijo de Israel, en cada celebración pascual, se siente receptor actual de dicha salvación, protagonista del mismo hecho salvífico.
En la fiesta de Pascua se entremezclan:
-oración: bendiciones, salmos, etc.
-rito: cada acto de la celebración tiene un significado litúrgico
-catequesis: explicación del rito, preguntas (de los niños) y respuestas sobre lo quese está celebrando
– actualización: todos los presentes se sienten protagonistas e implicados
– renovación dela Alianza: pacto entre Dios y su pueblo
– fiesta y alegría: comer y beber, cantar, jugar…
– atención a todas las edades: mayores y niños.
Festividad de los orígenes cristianos
La nueva Pascua, la muerte y resurrección de Jesucristo, marca el «paso» definitivo, el hecho fundacional del nuevo Pueblo de Dios, de la comunidad cristiana, dela Iglesia.
El concilio Vaticano II, citando a san Agustín, afirma: «Del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable dela Iglesiaentera» (SC 5).
El evangelista san Lucas en su doble obra (Lc y Hch) coloca a Jesucristo en el centro del tiempo: antes de Cristo, el AT, la historia del pueblo de Israel; después de su resurrección, el tiempo de la comunidad cristiana.
Una comunidad cristiana que nace con una fuerza inusitada después de los acontecimientos pascuales: la muerte y resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo.
Una comunidad que siente la necesidad apremiante de predicar la Buena Noticia del Reino, de afirmar que Dios-Padre resucitando a Jesucristo ha hecho suyos, ha reafirmado los valores del Reino proclamados por Jesús.
«Nueva creación», «paso a una vida nueva»
La fuerza de la resurrección de Cristo se vislumbra en la vida diaria de cada cristiano y cada cristiana: una «vida nueva» (Rm 6,4).
Muertos al pecado y vivos para Dios, dirá Pablo:
«Si nos hemos unidos a él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda liberado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rm 6,5-11).
El hombre y la mujer viejos han quedado atrás. La muerte y la resurrección de Cristo han significado una ruptura con todo lo anterior, una liberación definitiva e integral. Una liberación de cualquier forma de egoísmo, de toda injusticia, discriminación…
El acontecimiento pascual implica volver a nacer, resucitar a una nueva vida. Una nueva vida que su definitividad aún no la podemos experimentar totalmente, pero que ya se ha hecho presente en este mundo. No puedo considerar, en ningún caso, al otro o a la otra como extraños: son mis hermanos/as; Cristo ha muerto y resucitado también por ellos.
«Liberación»
La muerte y la resurrección de Cristo han inaugurado una liberación en la que queda implicada toda la creación. El ser humano, el cristiano y la cristiana con más razón, son responsables de que dicha liberación llegue a todos y a todo.
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,20-21).
Cada uno de nosotros y de nosotras, individual y comunitariamente hemos de convertirnos en actores de dicha liberación; no podemos ser simplemente espectadores o receptores pasivos. Toda la creación, afirma el texto paulino, está esperando ansiosamente nuestra manifestación, el que nos tomemos en serio que somos los portadores del mensaje de liberación clavado en la cruz del Gólgota. No podemos continuar muertos: ¡Cristo ha resucitado!
Una liberación que celebramos semanalmente
Las primeras comunidades cristianas sentían la necesidad de reunirse para celebrar el «memorial de la Pascua de Jesús».
La comunidad cristiana se reunía, sobre todo los domingos (día de la resurrección de Jesucristo) para celebrar el acontecimiento pascual. Para celebrar lo que ellos denominaban «fracción del pan» o «cena del Señor».
Y sigue la escritura:
«Todos eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en vivir en comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42).
«El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche» (Hch 20,7).
«Ellos (los discípulos de Emaús), por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan» (Lc 24,35).
«Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comerla Cenadel Señor» (1Cor 11,20).
La celebración semanal, dominical, del acontecimiento pascual significa actualizar cada semana la muerte y resurrección de Jesucristo.
La eucaristía dominical implica:
-la enseñanza eclesial,
-la comunión fraterna: no sólo una meta, sino una realidad que se hace presente en cada celebración: el otro es mi hermano y mi hermana,
-la vida de oración: una relación de intimidad con el Señor,
-la escucha dela Palabrade Dios: un escuchar para acogerla íntimamente y hacerla propia,
-compartir: no puedo estar bien si mi hermano o mi hermana pasan necesidad,
-reconocer al Señor al compartir su Palabra, su Cuerpo y su Sangre,
-actualizar el acontecimiento pascual,
-implicarnos en dicho acontecimiento pascual,
-vivir una alegría rebosante, porque la muerte y resurrección de Cristo han abierto un nuevo horizonte para el ser humano; no
sólo después de la muerte, sino ya, aquí y ahora,
-compromiso para que los frutos de la muerte y resurrección de Cristo lleguen a todos y a todas: implicarnos en que los valores del Reino no sean una quimera, sino una realidad entre nosotros, una realidad en el mundo en que vivimos.
Continuidad y discontinuidad entre las pascuas judía y cristiana
Son muchos los elementos de continuidad entre la Pascua judía yla Pascua cristiana, empezando por un lenguaje que tiene mucho en común en ambas celebraciones. Pero el acentuar los paralelismos y las analogías, no debe alejarnos de percibir la novedad de la Pascua cristiana, de la eucaristía, como conmemoración de la donación del cuerpo y de la sangre de Cristo y de su resurrección.
Los datos cronológicos que nos dan los evangelios sinópticos y el evangelio de Juan sobre la última cena de Jesús con sus discípulos y el día de su muerte en la cruz no son coincidentes. «El 14 de Nisán, “primer día de los ácimos”, y víspera de pascua, es para los sinópticos el día de la cena, y además, implícitamente, dan a entender que fue el jueves. Para Juann ese día 14 de Nisán es precisamente el día de la muerte de Jesús y es viernes. La pascua –el 15 de Nisán– aquel año caería en sábado, según Juan. Y la cena la tuvo antes de ese viernes, aunque no dice cuándo. Para los sinópticos el 15 fue cuando murió Jesús, el mismo día de pascua. Para Jn el 15 fue sábado, el día siguiente a la muerte de Jesús»[1]. En ambos casos, no obstante, la muerte de Jesús esta unida cronológicamente a la celebración de la pascua judía.
Los sinópticos, al hacer coincidir la cena de Jesús con la pascual, parece que quieran acentuar que la eucaristía cristiana es la nueva cena pascual. Y de la misma forma al situar la muerte de Cristo en el mismo día de la pascua judía, el 15 de nisán, quieren ver todo el misterio de Cristo a la luz de la pascua. El evangelio de Juan, por su parte, presenta a Jesús como el nuevo Cordero pascual inmolado, ya que hace coincidir su muerte con la hora en que eran sacrificados los corderos pascuales en el templo de Jerusalén. Son dos catequesis, diferentes pero complementarias, sobre la nueva Pascua, inaugurada por la muerte y resurrección del Señor.
Tanto el relato de Ex 12 como el de la última cena (1Cor 11,23-25; Mt 26,26-30; Mc 14,22-26 y Lc 22,15-20) tienen muchos elementos en común, en el trasfondo de una cena. En ambas narraciones se subraya: la liberación como obra de Dios,la Alianzaentre Dios y su pueblo (en el caso de la pascua cristiana: la nueva Alianza con el nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia y, por extensión, toda la Humanidad), el cordero pascual (Jesucristo, en la pascua cristiana), el sacrificio (el mismo Jesús, en la segunda pascua).
La celebración de ambas pascuas está fundamentada en un hecho histórico fundamental, decisivo. En el caso de Israel es la liberación de la esclavitud de Egipto y la toma de conciencia de ser el pueblo elegido por Dios; en la pascua cristiana es la muerte y resurrección de Jesucristo, hecho que inaugura la liberación integral y definitiva de todo hombre y de toda mujer, y la toma de conciencia de que todos estamos llamados a formar parte del nuevo pueblo de Dios, a participar de la salvación que nos trae Jesús.
En ambos casos la celebración está unida a una reunión comunitaria, donde se celebra la Palabra, se recitan bendiciones, se come y se bebe, junto con otros elementos. Y también en las dos celebraciones hay una mirada hacia el futuro escatológico, con la conciencia de que en dicha momento se está actualizando el hecho salvífico que se conmemora.
Muchas de las diferencias ya han quedado señaladas al enumerar las coincidencias y matizarlas.
La pascua cristiana aunque se celebra especialmente una vez al año, propiamente se actualiza en cada eucaristía, fundamentalmente en la eucaristía dominical. Y éste ya es un elemento de discontinuidad con la pascua judía, cuya celebración comienza la noche del 14 de Nisán.
La muerte y la resurrección de Jesucristo marcan una discontinuidad fundamental con la pascua judía. El pueblo de Dios ya no es un solo pueblo, sino toda la humanidad. La liberación también, por tanto, es una liberación de todos los hombres y de todas las mujeres, a través de la donación de Jesús, hecha realidad en su muerte y culminada con su resurrección.
Y la mirada escatológica tiene una doble vertiente: los valores del Reino, la liberación inaugurada por Jesús es una realidad que ya está presente y en la que estamos comprometidos todos los que nos consideramos discípulos de Jesús, aunque conscientes que su plenitud todavía no está conseguida, ni se conseguirá totalmente en esta vida, lo que no ha de menguar la responsabilidad que cada uno/a tiene en hacerla actual.
[1] Josep Aldazabal, «La eucaristía», en Dionisio Borobio (dir.), La celebración en la Iglesia, II: Sacramentos, Salamanca 1994, p. 217.
*Javier Velasco-Arias es profesor de Biblia del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Barcelona y de la Escuela de Animación Bíblica de Barcelona