El mensaje del Santo Padre por la Jornada Mundial de la Paz

Se titula «Fraternidad, fundamento y vía hacia la paz». Pobreza, derecho a la vida, tráfico de seres, guerra, medio ambiente y criminalidad entre los temas abordados

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La fraternidad es el fundamento y la vía para la paz

El corazón de cada hombre y mujer alberga el deseo de una vida plena, al cual pertenece un anhelo profundo:  la fraternidad. Esto impulsa hacia la comunión con los otros, en lo cuales encontramos no enemigos o competidores, sino hermanos para acoger y abrazar. Esta la idea con la que el papa Francisco inicia el mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que se celebra el próximo 1 de enero.

Asimismo recuerda que la fraternidad se comienza a aprender en el seno de la familia, sobre todo gracias a los roles responsables y complementarios de todos sus miembros, en particular del padre y de la madre. «La familia es la fuente de toda fraternidad», ha afirmado el santo padre.

De este modo explica que «el número siempre creciente de interconexiones y de comunicaciones que envuelven nuestro planeta hace más palpable la conciencia de la unidad y del compartir de un destino común entre las naciones de la tierra».

El papa Francisco advierte que en tantas parte del mundo parecen no tener conciencia de los graves daños a los derechos humanos fundamentales, sobre todo del derecho a la vida y del de la libertad religiosa y pone como «inquietante ejemplo» el tráfico de seres humanos. Así, se explica, indica el pontífice, que «a las guerras hechas por enfrentamiento armados se añaden guerras menos visibles, pero no menos crueles, que se combaten en campo económico y financiero».  El santo padre afirma que las situaciones de desigualdad, de pobreza e injusticia señalan la ausencia de una cultura de la solidariedad.

«Una verdadera fraternidad entre hombre supone y exige una paternidad trascendente. A partir del reconocimiento de esta paternidad, se consolida la fraternidad entre los hombres, o ese hacerse ‘prójimo’ que cuida de los otros», explica.

A continuación, el papa habla de la relación entre Caín y Abel indicando que «en la situación de la familia primigenia leemos la génesis de la sociedad, la evolución de las relaciones entre las personas y los pueblos». El pasaje de los dos hermanos «enseña que la humanidad lleva inscrita en sí una vocación a la fraternidad, pero también la posibilidad dramática de su traición». Y esto, «lo testimonia el egoísmo cotidiano, que está en la base de tantas guerras y tantas injusticias: muchos hombres y mujeres mueren de hecho por la mano de hermanos y de hermanas que no saber reconocerlos como tales, es decir como seres hechos para la reciprocidad, para la comunión y para el don».

Esta fraternidad de la que habla el santo padre, encuentra su sentido el lo que Jesús dijo: «Ya que hay un solo Padre, que es Dios, vosotros sois todos hermanos», es decir, que la «raíz de la fraternidad está contenida en la paternidad de Dios».

«El hombre reconciliado -observa Francisco- ve en Dios al padre de todos y como consecuencia, está llamado a vivir una fraternidad abierta a todos». Por esto «En Cristo, el otro es acogido y amado como hijo o hija de Dios, como hermano y hermana, no como un extranjero, y mucho menos como un antagonista o un enemigo».

Una fraternidad es fundamento y vía para la paz,  y las encíclicas sociales «de mis predecesores ofrecen una ayuda útil en este sentido», matiza Francisco. Pablo VI afirmó que no solamente las personas sino también las naciones deben encontrarse en un espíritu de fraternidad. Juan Pablo II, por su parte, admitió que la paz es un bien indivisible, «o es bien para todos o no lo es para nadie».

También recuerda la Caritas en Veritate de Benedicto XVI subrayando que «la falta de fraternidad entre los pueblos y los hombres es una causa importante de la pobreza». Al respecto, Francisco observa que «es el desapego de quien elege vivir estilos de vida sobrios y esenciales, quien compartiendo las propias riquezas consigue así experimentar la comunión fratera con los otros».

Profundizando en este aspecto, el pontífice llama la atención sobre la grave crisis financiera y económica contemporánea y explica que ésta «ha empujado a muchos a buscar la satisfacción, la felicidad, y la seguridad en el consumo y en la ganancia, más allá de cualquier lógica de una sana economía». Por ello, Francisco advierte que «el sucederse de las crisis económicas debe llevar a pensamientos nuevos y oportunos de modelos de desarrollo económicos y un cambio en los estilos de vida.

Otro aspecto tratado con detalle en el mensaje del santo padre es la guerra y por ello expresa su cercanía a todos aquellos que viven en lugares donde las armas imponen terror y destrucción. Al respecto hace un llamamiento «a los que con las armas  siembran violencia y muerte: ¡Redescubran en aquellos que hoy consideran un enemigo para abatir, a vuestro hermano y detengan la mano! Y retomando el llamamiento de sus predecesores, Francisco pide la no proliferación de las armas y el desarme de todos, comenzando por el desarme nuclear y químico.  Y para que se dé este cambio es necesaria «la conversión de los corazones».

El siguiente aspecto tratado es la corrupción y el crimen organizado y menciona dramas como la droga, explotación laboral, tráfico ilegal, prostitución, esclavitud, etc. El egoísmo que se desarrolla socialmente en estas realidades «atacan el corazón de la gente». Estas organizaciones, explica el papa, «ofenden gravemente a Dios, dañan a los hermanos y a la creación, mucho más cuando tiene connotaciones religiosas». Pero Francisco deja espacio a la esperanza porque el hombre «se puede convertir y no hay que desesperar nunca sobre la posibilidad de cambiar de vida». Asimismo, insiste en que los ciudadanos deben sentirse representado por los poderes públicos en el respeto de su libertad.

Para concluir, el pontífice menciona el regalo recibido del Creador: la naturaleza. «La naturaleza está a nuestra disposición y nosotros estamos llamados a administrarla responsablemente», asegura. Además, «las sociedades actuales deben reflexionar sobre la jerarquía de las prioridades a las que de destina la producción».

Finalmente, Francisco recuerda que «la fraternidad necesita ser descubierta, amada, experimentada, anunciada y testimoniada. Pero solo el amor donado por Dios nos consiente acoger y vivir plenamente la fraternidad».

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ZENIT Staff

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