Corazones narcotizados

Reflexiones de Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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VER

Hay personas cuya máxima aspiración es conocer el más reciente centro de diversiones, el “antro” más nuevo, el restaurante más sofisticado, la playa más bonita, el paseo más atractivo, la diversión más novedosa, y en ello invierten su tiempo y su dinero. Pero no se preocupan de quienes no tienen ni lo más indispensable para vivir y comer. No les interesan. Quisieran que no existieran; los ignoran por completo; no los ven; voltean la cara hacia otro lado.

Otros anhelan tener la ropa más elegante, la menos común, la que más llame la atención, aunque sea inmoral, para atraer las miradas y sentirse importantes. O adquirir el último modelo de celular (móvil) y la nueva aplicación digital, o lograr más contactos en las redes sociales, o tener al momento la información instantánea de cuanto pasa, o presumir de estar muy enterados de deportes, canciones o artistas de moda. Esta es su vanagloria ante los demás, lo que les hace sentir que valen más que otros. Pero no se preocupan por sus propios padres, por sus abuelos, sus vecinos, los pobres, los enfermos, los migrantes, los presos, los ancianos abandonados. No tienen tiempo ni dinero para ellos; no entran en sus esquemas mentales, menos en su corazón. Los descartan definitivamente.

¡Qué decir de los esclavos del alcohol y de la droga, de los narcotraficantes, de cuantos se dedican a robar, secuestrar, extorsionar y matar! Lo único que les importa es sentirse grandes, para esconder sus graves complejos y frustraciones. Piensan que con tener dinero fácil, con traer grandes vehículos, con lucir lujosas joyas, con beber vinos importados, ya con eso son la gran cosa. ¡Cuánto vacío llevan en su interior! Pasan de un placer a otro, con una sed insaciable de algo nuevo, sin sentirse felices de corazón. En el fondo, no se sienten realizados como personas y se autoengañan. No les importan los demás, ni se conmueven al hacer sufrir a otros; lo que anhelan es tener, gozar y disfrutar, aunque sea destruyendo a su alrededor. Ya no piensan. Ya no sienten. Ya no son personas.

PENSAR

El Papa Francisco, el miércoles de ceniza, dijo: “Vivir en profundidad el bautismo significa no acostumbrarnos a las situaciones de degradación y de miseria que encontramos caminando por las calles de nuestras ciudades y de nuestros países. Existe el riesgo de aceptar pasivamente ciertos comportamientos y no asombrarnos ante las tristes realidades que nos rodean. Nos acostumbramos a la violencia, como si fuese una noticia cotidiana descontada; nos acostumbramos a los hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un techo para cobijarse. Nos acostumbramos a los refugiados en busca de libertad y dignidad, que no son acogidos como se debiera. Nos acostumbramos a vivir en una sociedad que pretende dejar de lado a Dios, donde los padres ya no enseñan a los hijos a rezar ni a santiguarse. Este habituarse a comportamientos no cristianos y de comodidad nos narcotiza el corazón.

La Cuaresma llega a nosotros como tiempo providencial para cambiar de rumbo, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía. La Cuaresma es para vivirla como tiempo de conversión, de renovación personal y comunitaria mediante el acercamiento a Dios y la adhesión confiada al Evangelio. De este modo nos permite también mirar con ojos nuevos a los hermanos y sus necesidades” (5-III-2014).

ACTUAR

Seremos felices en la medida en que hagamos felices a los demás, en que hagamos algo por remediar sus carencias, en que compartamos nuestro tiempo y nuestros recursos para que salgan de su pena, en platicar con quienes sufren y escucharles pacientemente, para comprender su situación y no se sientan solos. Como afirma San Pablo que decía Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hech 20,35). ¡Haga usted la prueba!

Para que no te aburras, al no saber cómo usar bien tu tiempo, convence a dos o tres personas y juntos vayan a visitar enfermos y ancianos, en sus casas o en los asilos; lleven algo a los presos; barran las calles y limpien las carreteras de basuras; pregunta en tu parroquia qué puedes hacer para ayudar.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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