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Mons. Felipe Arizmendi: "Lo que diga el pueblo…"

Responder a las consultas que se hacen es contribuir al bien común

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+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristobal de Las Casas
VER
En la Iglesia y en la sociedad, es fundamental escuchar al pueblo. Pero hay que saber discernir, es decir, cernir dos veces, para captar realmente la voz comunitaria, las necesidades verdaderas, la voluntad de una mayoría que busca sinceramente el bien común y no tanto sus propios intereses, porque hay manipuladores que dicen hablar en nombre del pueblo, y sólo representan a unos cuantos y su beneficio egoísta. El hecho de que el 53% de los electores haya apoyado una opción partidista, no justifica despreciar y no tomar en cuenta al 47% restante que tiene otras preferencias, y que también es pueblo. No es democracia adulta legitimar una decisión ya predeterminada, diciendo que es la voluntad popular. Ni una mayoría de votos significa automáticamente la mejor opción. Veamos los casos de Estados Unidos, Venezuela y Brasil.
En algunas comunidades indígenas, aún no contaminadas por los partidos, la decisión no depende de mayorías, sino que se procura llegar a un consenso. Sus asambleas duran mucho tiempo, pues se intenta tomar en cuenta todas las opiniones, ya que todos forman el pueblo. Los procesos para decidir son lentos, porque se trata de escuchar las razones de las diferentes propuestas.
Es tarea, por cierto muy desgastante, de quien tiene la autoridad bien constituida, sopesar las distintas opciones de los contrastantes sectores de la sociedad, para tratar de armonizar las diferencias. Esa es la sabiduría es un gobernante. Lo contrario, es oportunismo convenenciero, como el de Pilato, que a pesar de estar convencido de la inocencia de Jesús, tomó una decisión en sentido contrario sólo porque una multitud manipulada se lo pidió. No todo lo que una mayoría de votos expresa, es justo y adecuado. Muchos gritaron exigiendo la crucifixión de Jesús, y se hicieron responsables de una injusticia. Aunque una mayoría expresara, por ejemplo, que el aborto es legítimo, no por eso es verdadero y justo, pues el asesinato de un inocente e indefenso es la mayor injusticia que se puede cometer, aunque muchos lo aprobaran en una posible consulta. Pilato se lavó las manos, escudándose en el griterío de muchas personas, pero él fue responsable de una injusticia.
La Iglesia no es una democracia, pero sí una comunidad donde también se deben escuchar las voces del pueblo. Para ello tenemos varios canales de consulta en las parroquias y diócesis, y si, por ejemplo, para erigir una nueva parroquia, el obispo no consultara a su Consejo Presbiteral, su decisión sería nula jurídicamente. Sin embargo, las decisiones más transcendentes no se toman por mayoría de votos, sino por responsabilidad de quien tiene la autoridad legítima en cualquier instancia. Para ello hay estatutos, reglamentos y cánones. Como cuando un grupo, más o menos numeroso, pide y exige al obispo cambio de párroco, no por ello se debe acatar su petición, sino que el obispo, en consulta con sus asesores, debe analizar las razones de tal exigencia y proceder en conciencia. No es el voto mayoritario lo que rige la vida de la Iglesia, sino principios evangélicos superiores. El obispo, o el párroco, deben asumir su responsabilidad pastoral en las decisiones. Es el servicio desgastante de ser autoridad. No es cuestión de quedar bien con todos, ni lavarse las manos, escudándose dizque en el pueblo.
PENSAR
Los obispos mexicanos, en nuestro Proyecto Global Pastoral 2031+2033, expresamos:
“Nuestra forma de gobierno ha ido avanzando lentamente. Una participación ciudadana cada vez más madura y organizada da señales de la toma de conciencia de que los asuntos públicos son responsabilidad de todos. Numerosos grupos sociales y ciudadanos se organizan cada vez mejor para expresar, manifestar y defender sus ideas en los más diversos campos, así como para exigir la rendición de cuentas y el respeto por sus derechos” (No. 61).
En nuestro documento Educar para una nueva sociedad (octubre de 2012), dijimos: “Las instancias gubernamentales han de programar todas sus acciones pensando prioritariamente en los ciudadanos y abriéndoles espacios de partici­pación” (No. 68).
Ya antes, en el documento Que en Cristo, nuestra Paz, México tenga vida digna(15 febrero 2009), constatábamos que es muy difícil el diálogo entre los actores de la vida política, quienes ante los graves problemas de México, muchas veces se encierran en posiciones irreductibles, no se escuchan, se ofenden y descalifican, niegan sistemáticamente al adversario rechazando irreflexivamente sus propuestas, con la consiguiente dificultad para lograr acuerdos viables y consensos que capitalicen la buena voluntad de la mayoría de los ciudadanos para alcanzar el bien común de toda lanación” (40).
Ante esta realidad, nos comprometimos a: “Apoyar,mediante la animación, acompañamiento y formación, la organizacióncomunitariaparaquelascomunidadesparticipenenla construcción del bien común y sean capaces de dialogar con quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones y obtener nuevos marcos normativos o legislativos o para tener acceso a la rendición de cuentas” (213 e).“Animar a las comunidades a participar en la toma de las decisiones que afectan a su vida comunitaria y a la de la nación, interviniendo en los procesos locales, regionales, nacionales; analizando sus proyectos y propuestas; identificar los niveles de toma de decisiones y los responsables políticos, para dialogar y gestionar proyectos en forma democrática, por medio de estrategias de comunicación y participación” (214 e).
ACTUAR
Hay muchas formas de participar en la construcción del bien común. Una de ellas es respondiendo a las consultas que se hacen. Sobre todo cuando tengan sustento legal y efecto vinculante, nuestra conciencia nos orientará para colaborar en la toma de decisiones que afecten la vida, la familia, la justicia, el desarrollo y la paz.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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