(ZENIT Noticias / Milán, 21.01.2025).- En un tranquilo rincón de Milán, una niña musulmana de 14 años llamada Maryam asiste a un colegio católico de secundaria, el Liceo Clásico Faes, afiliado al Opus Dei. A primera vista, su historia puede parecer poco destacable, pero ha suscitado conversaciones que desafían estereotipos arraigados sobre la fe, la convivencia y la educación.
Los padres de Maryam, una pareja musulmana (su padre es egipcio y su madre, italiana), eligieron la institución católica por sus sólidos valores y su enfoque en la educación. “Estoy contenta con la elección que hicimos para nuestros hijos”, compartió la madre de Maryam. Su hermano gemelo, con un espíritu similar, asiste a otra escuela católica, donde el respeto y la aceptación son igualmente palpables.
El Liceo Faes, aunque inequívocamente cristiano en su identidad, encarna un espíritu de inclusión. Sus líderes enfatizan que la base cristiana de la escuela es precisamente lo que fomenta un entorno de respeto mutuo y dignidad individual. Junto a Maryam, la escuela también acoge a otra niña musulmana y a un niño budista, lo que demuestra que la educación basada en la fe puede ser un puente, no una barrera.
Las clases de religión, un sello distintivo de la educación católica, son opcionales pero se fomentan. Sorprendentemente, los padres de Maryam insisten en que asista, viéndola como una oportunidad única de crecimiento. “Para nosotros, es importante que Maryam participe”, explicó su madre. “La ayuda a desarrollarse, y nuestros hijos necesitan crecer en comprensión”. Durante estas clases, se invita a los estudiantes no cristianos a escuchar, pero no se les exige que recen, un enfoque que respeta sus creencias sin comprometer la identidad religiosa de la escuela.
La historia de Maryam ejemplifica algo más profundo que la mera tolerancia. Refleja la comprensión católica de la evangelización no como coerción, sino como atracción. Como dijo elocuentemente el Papa Benedicto XVI en 2007, “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como Cristo, que atrae a todas las personas hacia Sí con el poder de su amor”.
Este magnetismo silencioso es evidente en la aceptación que la escuela ha dado a Maryam y a su fe. Su pañuelo en la cabeza, un signo visible de su identidad, no ha sido un punto de discordia, sino un testimonio de la capacidad de la escuela para equilibrar la convicción con la compasión. Esta apertura a la diferencia es un contrapunto a la hostilidad que a veces se encuentra en las instituciones seculares, donde las expresiones de fe suelen ser recibidas con sospecha bajo el disfraz de la neutralidad.
La importancia de la experiencia de Maryam se extiende más allá de los muros de la escuela. Desafía las narrativas predominantes sobre las instituciones religiosas como inherentemente excluyentes. De hecho, su recorrido revela cómo las comunidades de fe auténticas pueden modelar la coexistencia al acoger a los demás tal como son, sin sacrificar sus propias creencias.
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