CIUDAD DEL VATICANO, 8 oct (ZENIT.org).- Juan Pablo II hizo ayer, sábado, un llamamiento a la reconciliación en Guatemala con motivo de este Jubileo del año 2000, al recibir a una delegación de 150 peregrinos del país centroamericano, quienes vinieron acompañados por sus obispos.
Con los acuerdos de paz de 1996, en los que la Iglesia católica desempeñó un papel decisivo, Guatemala dejó a sus espaldas 16 años de sangrienta guerra civil que costó la vida a unas 150 mil personas.
El Papa, que definió la peregrinación guatemalteca como una «profunda experiencia de reconciliación con Dios y con los hermanos», recordó que «con el significativo gesto de entrar por la Puerta Santa, la Iglesia invita a sus fieles a dejar atrás toda huella de pecado, gustar de la infinita misericordia de Dios y, alentados así por su gracia, volver los ojos hacia Cristo, el único Salvador del género humano».
«Por eso –añadió– el Jubileo refuerza y da nuevo impulso a nuestra esperanza, al liberarnos del peso de las esclavitudes pasadas y permitirnos levantar la vista hacia lo alto, donde, como en el cielo estrellado indicado a Abraham, se manifiesta la grandeza inconmensurable de las promesas divinas y el auténtico futuro de la humanidad liberada».
La esperanza de Guatemala, alentada por la nueva era de paz, fue descrita por Juan Pablo II al recibir al nuevo embajador de Guatemala ante la Santa Sede, Acisclo Valladares Molina (Cf., Zenit, 15 de junio de 2000), quien ahora se ha desvivido para hacer posible esta peregrinación nacional.
El obispo de Roma, que visitó dos veces el país centroamericano, en 1983 y en 1996, exhortó a los guatemaltecos a aprovechar «el legítimo sentimiento patrio para promover el compromiso común de construir un futuro mejor para todo el pueblo, libre de tensiones internas y discriminaciones, solidario en las necesidades de cada persona o grupo, fuerte ante las adversidades y creador de nuevos espacios para la civilización del amor».
«Esto será un precioso fruto jubilar –concluyó el pontífice–, pues abrirá las puertas a nuevas esperanzas de transformar el mundo y hacer posible, con la gracia y el poder de Dios, que «las espadas se cambien por arados y al ruido de las armas le sigan los cantos de paz», como dice la Oración del Jubileo».