BAGDAD, 9 diciembre 2003 (ZENIT.org).- Una eventual retirada de Irak de los americanos o los aliados «sería una gran falta de responsabilidad», pues «significaría pasar de la anarquía al caos», advirtió el viernes pasado el arzobispo de la Iglesia latina de Bagdad, monseñor Jean Benjamin Sleiman.
«Abandonar a sí mismo a Irak implicaría preparar un trágico futuro para todos nosotros –reconoció el prelado a la agencia misionera Misna–. Sería una herencia terrible para Occidente que se añadiría al foco de Oriente Medio, haciendo todo extremadamente difícil».
Y es que la posguerra iraquí se caracteriza por la falta de seguridad, observa monseñor Sleiman: «en los días posteriores a la caída de Bagdad se desmanteló el ejército iraquí quitando al país una estructura de seguridad sin sustituirla por algo capaz de desempañar la misma tarea».
«Así, 400.000 hombres armados, que se podían controlar de algún modo tras haber depurado las cúpulas y procesado a los culpables, se encuentran actualmente esparcidos en la sociedad sin fuente de ingresos –explica–. ¿Quién nos dice que algunos no participan en la guerrilla?».
Según el arzobispo de Bagdad, «a las corrientes fundamentalistas militantes, tanto entre los suníes como entre los chiíes, se han sumado probablemente fuerzas procedentes del extranjero muy profesionales, como demuestra la creciente complejidad y organización de los atentados».
«Tal vez la red de Al Qaeda ha encontrado el modo de llegar al país y tal vez existen naciones que obtendrían provecho de ahogar a los americanos en la ardiente arena de Irak», apunta.
En sus declaraciones, monseñor Sleiman denuncia igualmente el aumento de los secuestros con el fin de pedir un rescate: «Sospechamos que los secuestradores son ex agentes de los servicios secretos, que durante años han vigilado a las personas y saben bien a qué familias presionar y por cuánto».
Pero un nuevo elemento está perturbando la ya precaria coexistencia entre extranjeros e iraquíes: «En los últimos meses han llegado a Irak organizaciones religiosas americanas –a las que no querría calificar de “sectas”– que entre la población anuncian abiertamente estar en Irak para convertir a los musulmanes».
«Estos grupos –advierte– constituyen una auténtica provocación para los islámicos y no nos sorprende si algunos musulmanes reaccionan con agresividad».
De todo este contexto parte un llamamiento: «Si las Naciones Unidas se ocupan de los problemas de Irak con el consenso de la comunidad internacional, incluidos los países árabes, entonces habrá una fuerza reconocida por todos y no será imposible obtener la solidaridad de la mayoría de la población iraquí» .
La ONU «por sí sola sería ineficaz: los contingentes de paz deben quedarse», concluye monseñor Sleiman.