El papa venido del "fin del mundo" (III)

Un hijo de América Latina: Puebla

Share this Entry

Corría el año 1979 cuando se llevó a cabo la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano del CELAM en Puebla, México. Era un periodo especial para el padre Bergoglio quien con diez años de presbítero, ya había cumplido un periodo como superior provincial de los jesuitas en la Argentina y trabajaba como profesor de la Facultad de Filosofía y Teología del ex Colegio Máximo en San Miguel, del cual sería luego rector.

Fueron días en que pudo escuchar del mismo Juan Pablo II, en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de Ciudad de México el 27 de enero de 1979, las profundas directrices que le dejó a la Iglesia del continente. Los trabajos continuaron en Puebla hasta el 13 de febrero en que concluyó el evento.

A través de las semanas, se reflexionó sobre el sentido de la misión evangelizadora de la Iglesia, la cual estaba llamada a entregarse “al servicio de la verdad, de la unidad eclesial y de la dignidad y promoción del hombre en la integridad de su ser”.

Son temas y realidades que hoy se distinguen de manera clara en las enseñanzas de Francisco como Pastor universal. Puebla también sembró en él la convicción de la eficacia del evangelio como medio de “comunión y de participación” que fortalece al hombre en su camino hacia Dios y le hace anhelar la “civilización del amor”.

Evangelizar siempre

Al estilo paulino de no avergonzarse del anuncio evangélico –ni ayer ni hoy–, Puebla fue una confirmación para los de la generación del papa, de que “el anuncio del Evangelio dignifica a la persona sin hacer distinción de raza o cultura”.

Estas certezas impulsaron a los obispos a ir hacia delante, aún en medio de una pobreza que se convertía ya en escándalo. Esto permitió que, inmersa en las distintas realidades, pudiera sembrar confianza en la población y evitar que el pueblo se defraudara del “Dios de la Vida”.

Para esto –lo dijo el documento de Puebla y lo entendieron rápido los de entonces–, era urgente una “renovación de las diócesis y de las parroquias”, a fin de trabajar en la promoción humana integral (ya tratada en Medellín), cuyo centralidad fuera siempre el anuncio del Evangelio.

Es decir, se aprendió cómo llevar en una mano los principios sociales y en la otra el Evangelio, sin sobreponerse, sino como dos lados del mismo corazón de Cristo.

Comunión y participación

Mientras ejercía su responsabilidad como superior de los jesuitas en Argentina, trabajaba también como profesor en la formación de futuras generaciones. Esta responsabilidad contaba con una luz nueva para él, gracias a las opciones pastorales que tomó la Iglesia latinoamericana en Puebla.

Ya sea con los religiosos a su cargo, como con sus alumnos, profundizaría en el “salir de sí mismo” que se hablaba entonces, y que invitaba a “vivir en comunidad haciendo presente al Señor resucitado”.

Estos espacios identificados por el documento, y a los cuales se ha volcado el padre Bergoglio hasta nuestros días con gran celo pastoral, son “las familias, las pequeñas comunidades y sobre todo las parroquias”. 

Era el gran llamado que hacía la Iglesia a sus hijos: «ser fermento en el mundo y participar como constructores de una nueva civilización del amor».

Una opción preferencial

A la Iglesia latinoamericana la conocen muchos por su radicalidad. Y no se equivocan. Durante las últimas décadas ha dejado claras sus opciones y ha vivido con la mayor coherencia posible dichos compromisos. No son poses ni tendencias las que la mueven, sino el confrontarse con realidades que la interpelan y que demandan su voz libre y determinada.

Por ello el padre –y después obispo y cardenal—Jorge Bergoglio, no podía sustraerse a este perfil, el cual le llevaría a convertirse en el estilo de pastor que hoy el mundo comenta.

Entre las opciones de la Iglesia del continente, ha sido admirada aquella a favor de los pobres –y desde Puebla–, también por los jóvenes. Fue propicia la ocasión para que se explicara que dicha opción no era ni “exclusiva ni excluyente”, dado que desde Medellín se venía dando cierta confusión.

La Iglesia, bajo la que creció y maduró el papa Francisco, “mira en los pobres y necesitados el rostro doliente del Señor y es por esa razón que le nace como madre cobijar en su seno a estos sus hijos”.

Por eso estamos ante un pontífice que sin debilidad –ni ayer ni hoy–, ejerce su magisterio para recordar que a los pobres y a los jóvenes, “Dios por medio de su Iglesia, los defiende y los ama entrañablemente, y son los destinatarios primordiales de toda la misión”.

Hoy su corazón estará más dolido al saber –-a nivel mundial–, de los vicios y la situación familiar por la que pasan millones de jóvenes donde palabras como “familia, educación, cristianismo o amor”, no existen más.

Por eso, fue alentador escucharlo en su última Audiencia general, presentándole a la juventud un Cristo vivo que salva y libera, para luego invitarlos a evangelizar como respuesta al amor que Dios les ha tenido.

Grandes retos

En la medida que Dios preparaba al padre Bergoglio para el episcopado, que recaerá en 1992, durante toda la década pudo profundizar y aplicar conceptos emanados del documento de Puebla y que se convirtieron en una verdadera primavera de evangelización y promoción humana en el continente.

Hoy podemos ver que ha calado muy bien en el papa Francisco la idea de “Iglesia sacramento de comunión que promueve la reconciliación de los pueblos”. O también aquello de que la Iglesia es “servidora que prolonga a través de los tiempos al Cristo-Siervo de Yahvé por los diversos ministerios y carismas”.

Los que no se quedan solo en los gestos del papa, sino empiezan a seguirlo en sus enseñanzas, irán identificando cómo desarrolla con claridad y urgencia las enseñanzas del magisterio latinoamericano. Es evidente que se identifica con una Iglesia que “llama a la conversión y denuncia el pecado del hombre que atropella la dignidad de la persona y la explota”.

Las personas que son buenas o valiosas no cambian. Muy por el contrario, esperan un punto de apoyo para potenciar al máximo lo que Dios les ha hecho experimentar. De tal modo que, como una perla preciosa, se disponen a dejar todo atrás para mostrarla al mundo.

Esto es obvio y ya se nota en Francisco. Hoy dos presbíteros lo reconocían así al comentar la homilía del papa en la Misa Crismal del Jueves Santo. Uno decía: “Nos está hablando a nosotros, todo lo que dice allí me toca de veras”. Mientras el otro se contenía al confesar: “Leo y releo la homilía…, y vuelvo a llorar”.

Continuará…

Los anteriores artículos de la serie:

Primera parte – Segunda parte 

Share this Entry

José Antonio Varela Vidal

Lima, 1967. Periodista colegiado con ejercicio de la profesión desde 1989. Titulado en periodismo por la Universidad Jaime Bausate y Meza, de Lima. Estudios complementarios en filosofía, teología, periodismo religioso, new media y en comunicación pastoral e intercultural-misionera; así como en pastoral urbana, doctrina social de la Iglesia y comunicación institucional y estratégica, desarrollados indistintamente en Lima, Quito, Bogotá, Roma, Miami, y Washington DC. Ex jefe de oficinas de comunicación institucional en el sector público y eclesial. Asimismo, fue gerente de televisión de un canal y director de dos revistas impresas. Es articulista en publicaciones católicas de su país y del extranjero, entre ellas zenit. Actualmente colabora con los padres palotinos, presentes en el Perú desde el 2014.

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }