MADRID, viernes 23 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Nuestro colaborador Rafael Navarro-Valls nos ofrece en el espacio “Observatorio Jurídico” un artículo sobre el affaire Petraeus que tantos bits de información ha producido últimamente a nivel planetario, arrancando de zonas oscuras verdades que salieron a la luz casi por accidente.
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Por Rafael Navarro-Valls*
Los escándalos políticos desatan “reflectores sin rumbo”, que acaban iluminando sorprendentes rincones oscuros. Abierta la caja de Pandora de las sorpresas, los escándalos (ya sean financieros, sexuales o de poder), contienen en germen –como ha observado John B. Thompson- la triste posibilidad de convertirse en serias tragedias personales para los políticos atrapados en ellos. Un simple correo electrónico ha producido en el caso Petraeus un big bang de rebotes afectando, por ahora, a dos generales, cuatro mujeres casadas –incluyendo las esposas de los investigados- y dos cónyuges varones, esposos de las “rivales” Jill Kelley y Paula Broadwell. Una verdadera carnicería sentimental. Sin contar la puesta en marcha de tres investigaciones internas: de la CIA, el FBI y el Pentágono, en las que la privacidad de los protagonistas inevitablemente se verá afectada en grado superlativo. Demasiados daños colaterales, en mi opinión.
¿Era necesaria la difusión pública de este affaire? Ben Bradlee, exdirector del Washington Post y orquestador de la dura campaña contra Gary Hart —un candidato a presidente que se vio obligado a retirarse de la campaña por un escándalo sexual– contestaría afirmativamente. Para Bradlee la vida privada de los funcionarios públicos es asunto suyo, a no ser que su conducta privada interfiera en el desarrollo de su labor pública.Para él : “Borracho en casa, asunto suyo. Borracho en los pasillos del Senado de Estados Unidos, asunto nuestro”. No estoy seguro de que este sea el caso de Petraeus, cuyas relaciones con Paula Broadwell habían concluido y no parece que comprometiera a la seguridad nacional. Estoy de acuerdo con Richard Cohen cuando denuncia un cierto «maccartismo sexual” en los medios estadounidenses.
En todo caso, una vez difundido, eran inevitables reacciones en cadena que escapan de las previsiones de los propios políticos. Fundamentalmente por el contexto explosivo que encuadra a los dramatis personae: todavía sin apagar los incendios pasionales que una elección presidencial propaga; retención por el FBI de datos sensibles, hasta después de la votación presidencial, y las conexiones de Petraeus (“King David”, para la prensa americana) como director de la CIA, con la crisis libia y el asesinato de varios ciudadanos estadounidenses, incluido el embajador. Si a eso se unen las evidencias de un manejo desafortunado por la Administración Obama de esa misma crisis, el incendio puede propagarse en proporciones devastadoras.
La investigación abierta por el Pentágono sobre conductas sexuales de los generales implicados (y de los no implicados, dada su amplitud) la ha justificado Leon Panetta –el Secretario de Defensa- argumentando que el caso Petraeus/Allen: “puede tener el potencial efecto de erosionar la confianza del pueblo en nuestra misión, en nuestro sistema y en nuestro estándar ético”. Esto último es lo que ha llevado a Petraeus a la dimisión. Según él, nada que ver con el caso libio ni con la difusión de supuestas difusiones de material reservado. Se trata “de una conducta extramatrimonial inaceptable por mi parte”. En la que, “puedo sentirme afortunado de tener una mujer mucho mejor de lo que merezco”.
A veces los europeos no llegamos a entender estas motivaciones. Pero la realidad es que la moral despliega sus efectos no solamente en los escándalos económicos sino también en los sexuales. Una cosa es no
airearlos y otra la natural sensación de pudor político y ético cuando el tema –dada la extrema visibilidad mediática de los políticos- se hace público. La confianza y la reputación siguen siendo las bases de la política y en ambas tiene su papel la ética sexual, sobre todo en esa avalancha de voyeurismo político en que se enzarzan los medios de comunicación.
*Rafael Navarro-Valls es catedrático, académico y autor del libro “Del poder y de la gloria”