MADRID, miércoles 7 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el santo del día por nuestra colaboradora Isabel Orellana Vilches. Esta vez nos ofrece la sorprendente vida de un beato catalán al que los acontecimientos llevaron a una existencia singular. Carmelita, fundador de dos congregaciones –las Hermanas Carmelitas Misioneras y Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas- eremita, y exorcista, con el don de profecía y milagros.
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Por Isabel Orellana Vilches
Hombre apasionado –no se puede seguir a Cristo a medias tintas–, con un agudo sentido de observación del entorno que le rodeaba, fiel carmelita, encendido predicador, audaz misionero, escritor, defensor de causas perdidas, con su tierna devoción a María y su proverbial amor a la Iglesia, alumbró la etapa que le tocó vivir con el ímpetu apostólico que brotaba de lo más hondo de su ser.
Nació en Aytona (Lérida, España) el 29 de diciembre de 1811. Cursó estudios en Lérida y en 1832 ingresó con los carmelitas teresianos de Barcelona. Pero su misión la hallaría por otras vías, ya que al convertirse el convento en pasto de las llamas solamente dos años más tarde por mor de los violentos, se vio abocado a exiliarse en territorio francés. Doce años de intensa entrega alimentada con la oración maniataron eventuales sentimientos de injusticia, si bien no vetaron ante sus ojos las diversas calamidades y cerrazones que caracterizaban al menos a un sector de la sociedad de su tiempo. Y al regresar a España de nuevo vivió otra especie de exilio en Ibiza a causa de intrigas que le pusieron en el punto de mira sin fundamento alguno. Pero la frondosidad del paisaje, el silencio de las oquedades de la isla balear contribuyó a revivir en su interior la riqueza de la tradición eremítica que tanta gloria ha dado a la Iglesia. Aunó contemplación y acción. Y durante otros seis años, desde 1854 a 1860 de permanencia en Ibiza lleno de fortaleza, prosiguió siendo un gran pacificador, defensor de la verdad y adalid de los desfavorecidos. Fundó en 1860 las Hermanas Carmelitas Misioneras y Hermanas Carmelitas Misioneras Teresianas.
Espiritualmente su vida se caracterizó por un perenne estado de búsqueda que fructificó cuando descubrió que la Iglesia era su «Amada», la vía que le permitiría llevar el mensaje de la fe a todos los estamentos sociales, y se puso a su servicio. «… Separado del mundo, retirado en el convento, pregunté por la cosa amada, la busqué. Y ¡quién tal cosa pensara! ¡La buscaba en las austeridades de la vida religiosa, en el ayuno, en el silencio, en la pobreza; la busqué y la encontré…! ¡Vi a mi amada y me uní con ella en fe, en esperanza y amor!». Antes había fundado la modélica Escuela de Virtud, y obtenido el título de Misionero apostólico. Apartado de la vida conventual por haber sido suprimida, ya en Barcelona, en 1861 fue nombrado director espiritual del Seminario.
A través de su predicación y de su fecunda pluma –es autor de distintas obras espirituales, entre otras «La lucha del alma con Dios»– difundió el amor a Él y a la Iglesia. Practicó exorcismos y llevó a Roma ante el Concilio Vaticano I sus inquietudes al respecto. Fue agraciado con el don de profecía y milagros. Murió en Tarragona el 20 de marzo de 1872. Fue beatificado por Juan Pablo II el 24 de abril de 1988.