Imitar la fidelidad de Cristo, quien ha gustado la muerte para bien de todos (Tiempo ordinario 27º, ciclo B)

Comentarios a la segunda lectura dominical

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ROMA, viernes 5 octubre 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna «En la escuela de san Pablo…», escrita por nuestro colaborador el padre Pedro Mendoza, LC, ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el 27º domingo del Tiempo ordinario.

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Pedro Mendoza LC

«Y a aquél que fue hecho inferior a los ángeles por un poco, a Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquél por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos». Heb 2,9-11   

Comentario

La carta a los Hebreos, en el pasaje 2,5-18, introduce una perspectiva que tonifica la cristología de toda la carta. Se trata de la combinación de humildad y exaltación. Usando el Sal 8,5-7, el autor indica que el Hijo de Dios que fue hecho por poco inferior a los ángeles tiene ahora todo sometido bajo sus pies. De esta forma quiere el autor responder a la comunidad destinataria de la carta, la cual se encuentra desalentada a causa da las adversidades que padece. Para levantar la esperanza de la comunidad, el autor expone en Cristo el plan de Dios para la humanidad: no exaltación sin sufrimiento sino exaltación por medio del sufrimiento.

Lo referido anteriormente es el contexto del pasaje escogido por la liturgia de la Palabra para este domingo (Heb 2,9-11). Inmediatamente antes, en 2,5-8, el autor afirma, recurriendo al salmo 8, el dominio que Dios concede al hombre sobre el mundo venidero (cf. Sal 8,5-7). Ahora, en 2,9-10, ratifica que en Jesús se ha cumplido dicha promesa. La salvación no es por completo invisible. Para quien tiene fe, algo está ya a la vista. A sus ojos resplandece la cruz y la exaltación de Jesús: «le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte» (v.9) . El autor puede ver retratada en el salmo 8 la historia de Jesús, su camino que pasando por la humillación lo conduce a la gloria celestial. A la expresión «por un poco», que en el salmo tenía un carácter cualitativo, el autor de la carta da un sentido más bien temporal («por un momento»). Tal interpretación presupone que en Jesús se ve al hombre por antonomasia, al prototipo del hombre, cuya suerte es típica y normativa para todos los demás hombres.

Cristo experimentó la muerte para bien de todo ser humano. Cristo, representando en sí mismo a cada hombre, con su muerte redentora se convierte en fuente de salvación para todo el género humano. Por eso el autor afirma, en el v.10, que Dios ha introducido a muchos en la gloria por medio de Jesús, el pionero de la salvación que ha sido hecho perfecto mediante el sufrimiento.

Por tanto, lo que sucedió a Jesús no puede ser indiferente a nadie. Entre Él y nosotros existe una comunidad de ser y de destino, a la que nadie se puede sustraer. La comunidad entre Jesús, «santo», y los hombres pecadores necesitados de santificación, se basa en el origen común de Dios: «Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avergüenza de llamarles hermanos» (v.11). El Hijo y los hijos son hermanos desde la eternidad. Bajo las palabras que suenan como algo misterioso aparece visible la idea fundamental de la carta entera: la comunidad cultual de los creyentes que se acerca al trono de Dios, guiada por su sumo sacerdote, Jesús. Es conveniente saber que el que nos quita el pecado y nos libra del temor de la muerte es nuestro hermano. Y aunque no le faltaría razón de avergonzarse de nosotros, no lo hace sino que nos presenta a Dios como sus hermanos.

Este mensaje entraña gran consuelo para los cristianos amenazados de sufrimientos y persecuciones. Precisamente lo que a ellos, desde un punto de vista terreno, los abrumaba y atormentaba, les aseguraba la certeza de la futura salvación.

Aplicación

Imitar la fidelidad de Cristo, quien ha gustado la muerte para bien de todos.

Este domingo del Tiempo ordinario la liturgia de la Palabra nos ofrece enseñanzas muy importantes para la vida familiar. El Evangelio habla de la fidelidad en el matrimonio y de la acogida de los niños. Este tema está preparado por la lectura del libro del Génesis en el que se narra la creación del hombre y de la mujer. En la segunda lectura encontramos un eco del tema al recordarnos la carta a los Hebreos la fidelidad de Jesús hasta la muerte.La narración de la creación de la mujer presentada en el libro del Génesis (2,18-24) pone de relieve la dignidad de la mujer. Ella es un ser humano en el pleno sentido de la palabra. Todos los demás seres se encuentran en un nivel inferior; la mujer es indispensable para el hombre para formar una pareja inseparable, que vive en el amor. Son muy significativas las palabras que Dios pronuncia en el inicio de la narración: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (v.18). Revelan que el hombre no ha sido creado para estar solo; si permaneciese solo, no viviría en el amor. Pero Dios, que es amor, lo ha creado para comunicarle su amor y para hacerlo capaz de vivir en el amor. Por eso juntamente con él ha creado a la mujer. La igualdad de la mujer aparece reflejada ya en el mismo modo como Dios la crea: a diferencia de los demás seres, ella es extraída del hombre mismo: «Entonces el Señor Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Señor Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: ‘Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne’» (vv.21-23). La dignidad de la mujer está en que ella es de la misma naturaleza del hombre. El relato concluye: «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (v.24).

En la lectura del Evangelio (Mc 10,2-16) los fariseos, buscando someter a prueba a Jesús, le preguntan sobre la licitud del marido de repudiar a una mujer, lo cual estaba previsto en la ley de Moisés. Jesús, conocedor de sus intenciones torcidas, responde precisando lo que Moisés dejó indicado en esa norma: no la aprobación sin más del divorcio, sino que, cuando éste tiene lugar, el esposo debe dar un acta de repudio a su mujer de modo que conste que ésta ya no se encuentra ligada a ese hombre. De este modo precisa que la norma de Moisés fue una concesión, dada la dureza del corazón del hombre. Pero tal norma puede ser también abolida, porque no corresponde a la intención originaria de Dios en la creación, como se señaló en el relato del libro del Génesis. La intención originaria de Dios es una intención de unión y de fidelidad recíproca entre el hombre y la mujer. De ahí que Jesús concluye: «lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (v.9). Con esta enseñanza Jesús defiende la dignidad del matrimonio. El matrimonio es una unión de amor; el amor auténtico implica fidelidad; por eso Jesús exige la fidelidad en el amor.

En la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos (2,9-11), resplandece la fidelidad de Jesús en relación con nosotros. En este sentido se coloca en la línea de la lectura del Evangelio: el amor fiel. El autor de la carta a los Hebreos nos dice que Jesús ha sido coronado de gloria y de honor, porque ha sufrido la muerte por amor hacia nosotros. A este Jesús, que ha gustado la muerte para bien de todos, estamos invitado a acudir con confianza e imitar su fidelidad. Su vida y su muerte son el ejemplo más hermoso de fidelidad en el amor: fidelidad a la voluntad del Padre y fidelidad en su solidaridad total con sus hermanos los hombres. El ejemplo de Jesús debe inspirar y estimular a los esposos, impul
sándolos a vivir plenamente la gracia del matrimonio, hasta llegar al punto máximo del amor generoso.

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ZENIT Staff

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