LA HABANA, miércoles 23 mayo 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a los lectores por su interés el editorial recientemente publicado de la revista cubana «Espacio Laical», en el que se defiende la actuación del arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, frente a algunos ataques mediáticos y de algunos círculos extremistas anticastristas.
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EL COMPROMISO CON LA VERDAD
Desde hace más de 30 años la Iglesia Católica en Cuba ha venido cincelando una propuesta de diálogo entre todos los cubanos, como metodología imprescindible para avanzar hacia una mayor concordia nacional. En estas tres décadas la Iglesia ha pensado esta propuesta desde las condiciones cambiantes del país. Así lo atestiguan la celebración de la Reflexión Eclesial Cubana, la realización del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, la Carta Pastoral El amor todo lo espera, los cientos de pronunciamientos de los Obispos cubanos, la labor desplegada por el laicado desde varias publicaciones eclesiales, el magisterio de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI en
nuestra Patria, las muchas iniciativas de discernimiento compartido que han abarcado a toda la geografía nacional, y el reciente diálogo de la jerarquía de la Iglesia con el Gobierno cubano. Es posible afirmar que en los escenarios cubanos no ha existido otro actor social que se haya comprometido de forma tan radical en la construcción de una alternativa global de cambios positivos para Cuba.
Una personalidad clave en este camino, siempre crispado y zigzagueante, ha sido el cardenal Jaime Ortega, arzobispo de La Habana. Teniendo claro que se trata de un camino largo, y haciendo gala de la paciencia y la moderación que le son habituales, el Cardenal se ha consagrado a la construcción de una hoja de ruta que prefigura un camino de cambio gradual, pacífico, inclusivo, sin traumas para el país. Él ha sido el artífice de la reconstrucción de las estructuras pastorales y de los mecanismos de diálogo social y político en la Arquidiócesis de La Habana. Las revistas y estructuras pastorales le han permitido al Arzobispo desplegar una agenda de diálogo amplia, en constante interacción con muchos ciudadanos, intelectuales, académicos, grupos de la sociedad civil, otras denominaciones religiosas, miembros del Gobierno cubano y del cuerpo diplomático acreditado en nuestro país, la Santa Sede , gobiernos de otros países, la Iglesia que peregrina en Cuba y en otras partes del mundo, así como con actores sociales y políticos cubanos situados en el exilio de Miami y en otras regiones del mundo. Todo ello lo ha llevado a conseguir una posición de liderazgo que ha desbordado lo estrictamente pastoral para convertirse en una propuesta de transformación ordenada y gradual del orden nacional.
Esta gestión del cardenal Ortega nunca ha representado una aceptación acrítica de lo mal hecho por las partes del espectro nacional. Unas veces en público y otras en privado, ha cuestionado el quehacer político opositor dentro y fuera de Cuba, que suele caracterizarse por criticar, condenar e intentar aniquilar, sin proyectos claros y universales para el destino de la nación. Desde su amor indiscutible a Cuba libre y soberana, la Iglesia no puede comulgar con proyectos monitoreados y acoplados, en muchos casos, a agendas dictadas desde fuera de la Isla y sin un distanciamiento crítico claro sobre las medidas de bloqueo contra nuestra Patria.
Por otra parte, desde principios asentados en la Doctrina Social de la Iglesia, el cardenal Ortega fue la única voz que, desde la Iglesia, condenó, sin ambages, el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y de otros oficiales de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, el hundimiento del remolcador 13 de Marzo, los ataques del comandante Fidel Castro contra monseñor Pedro Meurice y los llamados actos de repudio, entre otros ejemplos. Además, ha tenido un protagonismo destacado en la preparación de todos los documentos episcopales emitidos sobre la realidad del país, y en especial en la preparación de la Carta Pastoral El amor todo lo espera (acciones que
hoy muchos quieren escamotearle). Asimismo, ha intercedido anónimamente por la liberación de miles de presos políticos y comunes que no forman parte de esta última oleada conocida públicamente.
Es necesario reconocer que nuestra realidad es compleja, y que lecturas simplistas y unilaterales de la misma dificultan la aceptación y realización de esa senda de entendimiento nacional. No obstante, el Cardenal y muchos otros cubanos, dentro y fuera de la Iglesia, siempre han vislumbrado que la solución definitiva para Cuba pasará por una metodología política signada por el encuentro, el diálogo y el consenso. Pero esto no es aceptado por muchos que, cargados de odio, de prejuicios y en algunos casos hasta de escasísima inteligencia política, prefieren derrocar al actual Gobierno y conseguir un triunfo que nuevamente excluya a los adversarios. Este tipo de victoria, por supuesto, podría conducirnos hacia un cambio político y económico, pero no hacia el necesario equilibrio nacional de inspiración martiana, en tanto muchas veces sus promotores parecen empecinados en excluir a todos aquellos que de alguna manera apoyan o han apoyado a la dirigencia de la Revolución. Dicha pretensión podría cincelar nuevos mecanismos electorales, que tal vez
satisfagan a ciertos sectores políticos, pero serían reglas deficitarias de un verdadero contenido democrático y reconciliador. De lo que se trata no es solo de cambiar políticas o incluso instituciones, sino de lograr una solución armónica capaz de enaltecer la cultura cívica cubana.
En tal sentido, ciertas facciones han urdido una estrategia que tiene el propósito de eliminar al Cardenal y deshacerse de la línea política que éste ha promovido. Para lograrlo se ha concertado un frente que se propone atacar al Arzobispo de La Habana y a los proyectos que desde la Iglesia intentan darle cuerpo a esta línea pastoral, que posee implicaciones políticas y sociales. No se trata solo de ataques personales contra el Cardenal. La actual maniobra, que se viene gestando desde hace unos meses, resulta una guerra contra toda una línea evangélica que aspira a cambios positivos y serenos, graduales e incluyentes, ordenados y pacíficos, que logren articular un renovado modelo sociopolítico para Cuba.
En medio de este panorama nacional, y desde hace ocho años, el equipo gestor de la revista Espacio Laical ha venido trabajando para impulsar el encuentro, el diálogo y el consenso entre cubanos con posiciones políticas disímiles. Aspiramos a que se profundicen las reformas económicas y sociales en curso y, además, abogamos por una reforma del Estado nacional que permita a la ciudadanía
consensuar un proyecto inclusivo de país donde tengan cabida todos los cubanos. Para lograr este objetivo hemos brindado nuestras páginas y nuestros espacios de diálogo a cubanos de la Isla y de la Diáspora, de la izquierda, del centro y de la derecha del espectro político nacional. En tal sentido, seguiremos aunando esfuerzos con actores y proyectos de la nación para discernir, cincelar y proponer reformas políticas, institucionales, económicas, jurídicas y sociales, entre otras, capaces de conseguir un verdadero bienestar general.
Algunos han estado ausentes, pues no han sido capaces de asumir un quehacer y un discurso bien fundamentado, sereno, propositivo e inclusivo. Quienes no consigan la madurez suficiente para alcanzar estos atributos, se autoexcluyen de aportar al objetivo principal de nuestro proyecto. No estamos ni estaremos dispuestos a renunciar al respeto y la transparencia, el diálogo y el consenso. Esa metodología de la virtud y la piedad, que se asienta en el mensaje del Evangelio, es el único camino que sacará al país de la crisis actual.
Existen otras metodologías políticas con una preferencia por lo contencioso y divisivo, implementadas durante déc
adas tanto desde el gobierno como desde la oposición, las que han demostrado ampliamente su incapacidad estructural para transformar el país. Igualmente
tomamos distancia de los mesianismos políticos, oficiales y opositores, que pretenden autoproclamarse únicos portavoces de la sociedad civil y la vida política nacional. Gracias a Dios Cuba es hoy más plural y policéntrica que nunca. Esto último reclama de todos una perspectiva de mayor apertura, humildad, inteligencia y universalidad.
Por otra parte, también se hace necesario señalar que nada favorece más al descrédito que pueda tener ante algunos esta propuesta de diálogo y comunión entre todos los cubanos que la rémora del Gobierno, particularmente de algunos de los funcionarios de la burocracia estatal-partidista, en implementar cambios necesarios de mentalidad y para el bienestar de la nación toda, y que son de amplio consenso nacional. Las reformas económica y social son insuficientes y no marchan al ritmo debido.
Además, algunas autoridades han expresado públicamente que no consideran la posibilidad de gestionar transformaciones políticas encaminadas a canalizar la pluralidad existente en la nación. Por esta razón, tampoco han apoyado la institucionalización debida de los mecanismos necesarios para realizar ese diálogo nacional que reclama nuestra angustiosa crisis. En tal sentido, no han faltado altos dirigentes de la burocracia político-partidista dispuestos a obstaculizar las iniciativas ciudadanas que buscan procurar este encuentro. Podríamos citar un ejemplo cercano, vinculado a la campaña de obstáculos desatada por el aparato ideológico del Partido Comunista contra espacios del Arzobispado de La Habana , con el objetivo de bloquear la participación en los mismos de muchos académicos e intelectuales cubanos; espacios que, por otro lado, algunos opositores políticos irresponsablemente tildan de “progubernamentales” y “afines al oficialismo”.
Esta realidad expresa una disyuntiva nacional entre un sendero de cambios signado por la moderación martiana, la serenidad y la inclusión desprejuiciada, para beneficio de la nación o la imposición de minorías rapaces, presentes en casi todas las partes del espectro político cubano, las que pretenden perpetuar los conflictos y reeditar las hostilidades históricas en su deseo de controlar el poder. Esta última posibilidad de seguro enrumbaría a la nación hacia otra polarización atroz, que haría más difícil conseguir la justicia y la libertad desde una adecuada democracia: el sueño que pretendemos construir desde que el padre Félix Varela inició la tarea de fundar una patria virtuosa hace casi 200 años.
Llamamos a todas las fuerzas patrióticas de la nación, que aspiran a una Cuba serena y conciliada, justa y soberana, democrática e inclusiva, próspera y equilibrada, a aunar esfuerzos en pos de la consecución de una metodología que haga posible estas aspiraciones.
No.178 , Mayo 2012 .Editorial del número 2-2012
La revista Espacio Laical puede ser vista en: www.espaciolaical.org.