VANCOUVER, viernes 12 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- En vísperas de los Juegos Olímpicos de Invierno en Canadá, monseñor Pierre Morissette, obispo de Saint-Jérôme y presidente de la Conferencia Episcopal de Canadá, ha expresado el deseo de que “el deporte” pueda “ser una promesa de amistad y paz entre los pueblos”.
Los Juegos tendrán lugar del 12 al 28 de febrero en Vancouver. Es la tercera vez que Canadá acoge este evento: Montreal acogió los Juegos Olímpicos de verano en 1976, y Calgary los de invierno en 1988.
En un carta de 4 de febrero dirigida a los visitantes y a los atletas, el presidente de la Conferencia Episcopal ha recordado los valores expresados en la divisa de los Juegos Olímpicos: Citius, Altius, Fortius (Más rápido, más alto, más fuerte).
“Estas tres palabras fueron escogidas en 1894 como divisa oficial de los Juegos Olímpicos”, explica. Una idea lanzada por un padre dominico, Henri Didon, “que quería con ella motivar a sus estudiantes en gimnasia para permitirles llegar a la excelencia personal”, señala.
Desde entonces, “esta divisa ha inspirado a los atletas a nivel mundial”. “Que podamos, los católicos o miembros de otras confesiones religiosas, aplicar este mismo principio a nuestras propias vidas, de manera que juntos seamos capaces de convertirnos en seres humanos reconocidos a escala internacional”, desea monseñor Morissette.
Lejos de “la excitación de estas actividades deportivas”, el prelado invita también a los jugadores y visitantes a “reflexionar en el objetivo del movimiento olímpico” que es de “contribuir a edificar un mundo pacífico y mejor, educando a los jóvenes a través de la práctica deportiva sin discriminación de ningún tipo, en un espíritu de amistad, de solidaridad y deportividad”.
Los católicos comparten la esperanza, expresada por Benedicto XVI ante los juegos de verano de 2008, de que los Juegos Olímpicos “ofrezcan a la comunidad internacional un verdadero ejemplo de coexistencia entre personas de proveniencias de lo más diverso, en el respeto de su dignidad común”. “Para retomar las palabras del Papa, ¡pueda el deporte, una vez más, ser una promesa de amistad y de paz entre los pueblos!”.
Además de los “numerosos pueblos y culturas que componen las comunidades variadas y plenas de vida del Oeste de Canadá”, monseñor Morisette les ha deseado que descubran “algunas de las riquezas de la Iglesia Católica en Canadá”. “Pueden igualmente estar seguros de la acogida de las parroquias y comunidades católicas, antes, durante y después de los Juegos”, concluye.
Traducido del francés por Nieves San Martín