CIUDAD DEL VATICANO, sábado 30 de abril de 2011 (ZENIT.org).- La elección de Benedicto XVI para la fecha de la beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo, que en este año coincide con el domingo de la Divina Misericordia, no es una casualidad.
En varias ocasiones, pero en particular en los funerales de Karol Wojtyla, el cardenal Joseph Ratzinger ha mostrado cómo la herencia más original de ese papa a la Iglesia fue precisamente su contribución a la comprensión del mal provocado por el ser humano a la luz del límite que pone la Divina Misericordia.
El entonces decano del colegio cardenalicio, ante el cuerpo de Juan Pablo II, explicaba este legado así: «Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor… Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor, y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien» (Cf. Homilía del cardenal Joseph Ratzinger en las exequias de Juan Pablo II).
El misterio del mal ético
Karol Wojtyla sufrió los dos totalitarismos del siglo XX, el comunismo y el nazismo, y se preguntaba cómo fue posible que Dios permitiera dramas tan terribles.
Muchos han utilizado estos males como razones para negar la existencia de Dios, o incluso para afirmar que Dios no es bueno. Juan Pablo II, en cambio, se valió de ellos para reflexionar sobre lo que Dios enseña, al permitir que sucedan tragedias, a causa de la libre cooperación de los hombres.
Y encontró la respuesta a la cuestión del mal ético en la perspectiva de la Divina Misericordia, la enseñanza de la religiosa y mística polaca santa Faustina Kowalska (1905-1938).
San Agustín explica que Dios nunca permite el mal: Él no lo causa; lo permite. El mal no es una cosa. Al crear al ser humano con libertad, Dios aceptó la existencia del mal. ¿Hubiera sido mejor que Dios no creara al hombre? ¿Habría sido mejor no crearlo libre? No. Pero, entonces -se preguntaba el joven polaco-, ¿cuál es el límite del mal para que no tenga la última palabra?
Juan Pablo II comprendió que los límites del mal los delimita la Divina Misericordia. Esto no implica que todo el mundo se salve automáticamente por la Divina Misericordia, disculpando así todo pecado, sino que Dios perdonará a todo pecador que acepte ser perdonado. Por eso, el perdón, la superación del mal, pasa por el arrepentimiento.
Y si el perdón constituye el límite al mal (¡cuántas lecciones se podrían sacar de esta verdad para superar los conflictos armados!), la libertad condiciona, en cierto modo, a la Divina Misericordia. Dios, en efecto, arriesgó mucho al crear al hombre libre. Arriesgó que rechace su amor y que sea capaz, negando en realidad la verdad más honda de su libertad, de matar y pisotear a su hermano. Y pagó el precio más terrible, el sacrificio de su único Hijo. Somos el riesgo de Dios. Pero un riesgo que se supera con el poder infinito de la Divina Misericordia.
Su mensaje póstumo
Juan Pablo II había preparado una alocución para el Domingo de la Divina Misericordia, que no pudo pronunciar, pues la víspera fue llamado a la Casa del Padre.
Sin embargo, quiso que ese texto se leyera y publicara como su mensaje póstumo: «A la Humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece, como don, su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!» (Cf. Regina Cæli, 3 de abril de 2005).
Como recuerdo perenne de este mensaje, Juan Pablo II introdujo en el calendario litúrgico la solemnidad de la Divina Misericordia, una semana tras el domingo de Pascua.
Por este motivo, el monseñor Guido Marini, maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, ha anunciado que la beatificación de Juan Pablo II comenzará en la plaza de san Pedro del Vaticano con una novedad.
Los centenares de miles de peregrinos se prepararán a la celebración recitando, en diferentes idiomas, la coronilla de la Divina Misericordia, práctica de devoción que promovió sor Faustina.
La imagen de Divina Misericordia, traída de la Iglesia del Espíritu Santo en Sassia, muy cerca del Vaticano estará presente en la parte elevada de plaza, frente a la Basílica hasta el comienzo de la Santa Misa.
Por Jesús Colina