MIAMI, lunes 18 de abril de 2011 (ZENIT.org).- La madre Adela Galindo, fundadora de un instituto religioso reciente, de 1990, radicado en la diócesis de Miami, Estados Unidos, ha escrito una carta a su familia espiritual centrada en la próxima beatificación de Juan Pablo II, al que considera padre espiritual e inspirador del carisma de su familia religiosa.
La madre Galindo, fundadora de las siervas de los corazones traspasados de Jesús y María, inicia su misiva transmitiendo su alegría por la noticia de la beatificación “tan esperada, tan añorada con mucha oración, ayunos, ofrecimientos y con gran responsabilidad; responsabilidad que es fruto de comprender el inmenso don que hemos recibido en la vida, persona, corazón y pontificado de Juan Pablo II. Don que es también nuestra tarea”.
“Aún después de su muerte –afirma- continúa haciendo y siendo lo mismo que hizo durante su vida terrena: ser testigo. Fue y es, continúa siendo en el corazón de la Iglesia y del mundo, un gran testigo”.
Y va glosando los aspectos en los que, para ella, el papa Karol Wojtyla cumplió su misión de ser testigo fiel, “testigo ardiente de que el amor todo lo puede, que el amor es posible y que el amor es nuestra mayor dignidad y a la vez, nuestra mayor misión. Que el amor no es una utopía sino que es capaz de construir una nueva civilización con las opciones de amor que cada corazón toma con responsabilidad”.
Subraya aspectos que coinciden con el carisma de su instituto religioso, como por ejemplo, el marianismo: “testigo del don del corazón materno de la Virgen, que cada discípulo es llamado a acoger en la casa de su corazón y dar libertad plena a su misión y mediación materna para formar el corazón humano en sabiduría, en gracia y en madurez cristiana y humana, para ser misioneros y apóstoles de Cristo en el mundo”.
Para la madre Galindo, Juan Pablo II testificó con su vida y obra “que la persona humana fue creada para la plena libertad, libertad que reside en el don de poder elegir el bien, de hacer elecciones de alto grado de amor, elecciones que transforman su historia y la historia del mundo en historia de salvación. Fue testigo de que el corazón humano es capaz de amar hasta dar la vida”.
Fue “testigo de la esperanza cristiana, testigo de que en los momentos terriblemente oscuros de la historia humana, Dios se hace presente, Dios entra en la historia de tantas formas”.
Transmitió también la potencia salvífica del dolor humano: “Juan Pablo formado en la escuela de la cruz desde muy niño, fue testigo en primera persona, de que el sufrimiento en todas sus formas solo alcanza su más profundo sentido y su más alta fecundidad en la cruz”.
Comunicó, añade, “que el amor humano es el don más precioso y la tarea más ardua de la persona humana. Que el amor, que es siempre don, debe cultivarse, custodiarse, comunicarse y elevarse con la respuesta madura del corazón. Fue testigo de que el amor es auténtico cuando se vive con responsabilidad: que el don del amor es siempre una tarea. Nos enseñó de que la familia es el lugar donde la persona humana conoce el amor, aprende el amor, experimenta el amor y se forma para amar”.
“Nos enseñó –añade- a defender la vida con valentía en todos los areópagos del mundo, a hacernos presentes en nuestro momento histórico y ser la voz de los que no la tienen, ser voz de los no nacidos, ser voz de los ancianos olvidados y abandonados, ser voz de los que sufren la violencia de otros”.
“El papa peregrino fue testigo del Evangelio ante los hombres, ante la Iglesia y ante el mundo… hasta el confín de la tierra”, afirma.
Y concluye el perfil del nuevo beato con esta afirmación: “Juan Pablo fue y es testigo fiel, elocuente y auténtico del amor, amó donándose, y amó hasta el extremo”.
Por ello, exhorta a prepararse para este “momento histórico para la Iglesia, el mundo y para nuestra familia” “haciendo memoria” de su legado y disponerse madura y responsablemente a vivir, encarnar y trabajar arduamente para que este legado “marque nuestra vida y marque la historia de la Iglesia y el mundo del Tercer Milenio”.
Invita a todos los destinatarios de su misiva a orar, leer y meditar las enseñanzas del papa beato, y a “remar mar adentro”, en los libros de las dos últimas peregrinaciones, en las cuales contemplamos juntos muchos eventos, llamados, luces”, en relación con Juan Pablo II, “que han marcado para siempre nuestra historia, nuestra identidad y nuestra misión”.
“Que Juan Pablo II nos enseñe ‘a hacer memoria’ para crecer ‘en identidad’ y tomar con más entusiasmo y generosidad ‘nuestra misión’. Que descubramos cada día el don que hemos recibido para responder a este don con amor y responsabilidad”, concluye, recordando al que considera su
“padre espiritual” y su descubrimiento en el mismo día de su elección al papado, “ese corazón que tanto busqué, y salió a mi encuentro desde un balcón, el 16 de octubre de 1978”.
Para saber más de esta familia espiritual: www.corazones.org.