GRANADA, jueves 9 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- «Ya ves, hermano, nos hacemos religiosos para alejarnos del mundo y, ahora, hasta nos sacan en los papeles», fue el comentario que hizo Fray Leopoldo da Alpandeire Marquez Sánchez (1864-1956) a un hermano de su comunidad al cumplir 50 años de religioso, hecho que fue registrado en algunos periódicos de su ciudad.
Y hoy, más de medio siglo después de su muerte, este humilde fraile capuchino, de barba blanca y mirada serena, vuelve a ser noticia: será beatificado el próximo domingo en Granada, en una ceremonia que presidirá el arzobispo Angelo Amato, prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos, en representación del Papa Benedicto XVI.
«Su santidad no consistió en hacer grandes obras sociales, creando hospitales o grandes ONG», explica en diálogo con ZENIT su vicepostulador, el padre Alfonso Ramírez Peralbo OFMCap. «No pertenecía a dinastías nobles, ni a linajes de abolengo, no había hablado desde cátedras o púlpitos, porque no brillaba por su saber. Tampoco había dejado su convento para hacerse misionero en tierras lejanas».
Para el padre Ramírez, Fray Leopoldo alcanzó la santidad en las cosas pequeñas: «Cada cosa que hacía, la hacía como si fuese la primera vez. Era esa frescura de cada uno de sus actos, reiterada y monótonamente repetidos, lo que daba sentido sobrenatural y llenaba toda su vida».
Hoy, el número de peregrinos que anualmente visita la tumba de Fray Leopoldo supera los 800.000. «Creo que eso lo dice todo», agrega el padre Ramírez.
Para la beatificación de este fraile se espera la asistencia de unos 300.000 fieles procedentes de diferentes localidades, especialmente del sur de España donde se le tiene más devoción. La cantante andaluza Rosa López abrirá la ceremonia con el canto del Avemaría acompañada por el pianista Alfonso Berrío.
Infancia y juventud llenas de piedad
Francisco Tomás, como es su nombre de pila, nació en Alpandeire, una pequeña población ubicada en las extremidades de la sierra de Jarestepar al sur de Ronda, en la provincia de Málaga, al sur de España.
De pequeño se dedicaba a criar ovejas y cabras y al cultivo de la tierra, tareas que desempeñaba mientras rezaba el rosario. «Quienes le conocieron, cuentan que cuando decía: ‘Dios te salve, María, llena eres de gracia’, parecía como si estuviese viendo y hablando con nuestra Señora», relata el padre Ramírez.
Desde pequeño fue cultivando virtudes como la generosidad y el desprendimiento: «Repartía su merienda con otros pastorcillos más pobres que él, o daba sus zapatos a un menesteroso que los necesitaba, o entregaba el dinero ganado en la vendimia de Jerez, a los pobres que encontraba por el camino de regreso a su pueblo», dijo su vicepostulador.
Vocación de capuchino
Francisco Tomás descubrió su vocación después de escuchar la predicación de dos capuchinos en Ronda en 1894, para celebrar la beatificación del capuchino Frau Diego José de Cádiz.
A los 35 años vistió el hábito en el convento de Sevilla. Cambió así el nombre de Francisco Tomás por el de Leopoldo, según los usos de la Orden. «Su ingreso en religión no fue una conversión clamorosa, no supuso un cambio radical de rumbo en su vida, le bastó sólo con sublimar compromisos y actitudes hasta entonces cultivadas», aclara el padre Ramírez.
«Su amor a Dios, la oración, el trabajo, el silencio, la devoción a la Virgen así como la penitencia marcarían ya su vida», dice su vice postulador. «La cruz y la pasión de Cristo serían para él, a partir de ahora, objeto de meditación y de imitación».
Así el 16 de noviembre de 1900 hizo su primera profesión; a partir de entonces vivió cortas temporadas como hortelano en los conventos de Sevilla, Antequera y Granada. El 23 de noviembre de 1903 emitió en Granada sus votos perpetuos.
La calle, su nuevo claustro
En 1914 Fray Leopoldo viajó nuevamente a Granada donde permaneció hasta la muerte y donde cumplió con el oficio de limosnero. «De ahora en adelante, las montañas, los valles, los caminos polvorientos, las calles, serían el templo y el claustro de su vida capuchina», cuenta el padre Ramírez.
A pesar de su alta sensibilidad para la vida contemplativa, el con tacto con los hombres se convirtió en su nuevo medio para alcanzar la santidad. Lejos de distraerse, esto le ayudaba a salir de sí mismo. «Fue una ocasión para cargar sobre sí el peso de los demás, para comprender, ayudar, servir, amar. Era, como ha dicho un ferviente devoto suyo, ‘distinto pero no distante», asegura el sacerdote.
Se le veía por las calles con los pies descalzos, la mirada en el cielo y el rosario en la mano. Así atraía la atención y la ayuda de los transeúntes. Cada vez que recibía una limosna rezaba tres Avemarías. «Sólo oírlas, dicen algunos, daba verdadero escalofrío», señala el padre Alfonso, gracias a los testimonios que ha escuchado como vice postulador.
Durante la persecución religiosa española de 1936, Fray Leopoldo no estuvo exento de calumnias ni de rechazos: «recibió insultos y amenazas de muerte. Casi todos los días lo apedreaban y una vez escapó de la lapidación porque intervinieron en su defensa algunos hombres», cuenta el padre Ramírez.
El 1953 cayó rodando por unas escaleras, tuvo una fractura en el fémur. Los huesos se anudaron y volvió a caminar con la ayuda de dos bastones «Así pudo entregarse totalmente a Dios que había sido la única pasión de su vida», dice su vicepostulador.
Fray Leopoldo murió el 9 de febrero de 1956. «La noticia levantó un rumor de duelo que, desde todos los rincones de la ciudad, confluía hacia el humilde convento», escribió Fray Ángel de León en un artículo titulado El día en que murió Fray Leopoldo, publicado en la página oficial de su beatificación http://www.frayleopoldo.org/
Millares de granadinos fueron a ver su cuerpo sin vida. «Su cripta es testigo del rodar silencioso de infinitas lágrimas de agradecimiento. Hombres recios, curtidos por la vida, narran prodigios experimentados en su propia carne o en la de seres queridos», describe Fray Ángel.
Así la fama de santidad de Fray Leopoldo se dispersó «como una mancha de aceite, sin propaganda alguna». Su vicepostulador asegura que Fray Leopoldo «testimonió el misterio de Cristo pobre y crucificado con el ejemplo y la palabra, al ritmo humilde y orante de la vida cotidiana».
Por Carmen Elena Villa