Discurso de Benedicto XVI en el recinto exterior de la mezquita nacional jordana

El amor a Dios está en contradicción con la violencia y la exclusión

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AMMÁN, sábado, 9 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI este sábado en el encuentro con los jefes religiosos musulmanes, el cuerpo diplomático, y los rectores de las universidades de Jordania, tras haber visitado la mezquita nacional jordana de Al-Hussein Bin Talal. El Papa intervino después de que tomara la palabra el príncipe Ghazi Bin Muhammed Bin Talal, consejero del rey, de quien es primo, y figura de primer orden a nivel mundial en el diálogo interreligioso.

 

* * *

Alteza real,

excelencias,

ilustres señoras y señores:

Para mí es motivo de gran alegría mantener este encuentro con vosotros en esta mañana, en medio de este espléndido ambiente. Deseo dar las gracias al príncipe Ghazi Bin Muhammed Bin Talal por las gentiles palabras de bienvenida. Las numerosas iniciativas de Su Alteza Real para promover el diálogo y el intercambio interreligioso e interculturral son apreciadas por los ciudadanos del Reino Hachemita y son ampliamente respetadas por la comunidad internacional. Estoy informado de que estos esfuerzos reciben el apoyo activo de otros miembros de la Familia Real, así como del Gobierno de la nación, y encuentran amplia resonancia en las muchas iniciativas de colaboración entre los jordanos. Por todo esto deseo manifestar mi sincera admiración.

Lugares de culto, como esta estupenda mezquita de Al-Hussein Bin Talal, dedicada al venerado rey difunto, se alzan como joyas sobre la superficie de la tierra. Desde las antiguas a las modernas, desde las espléndidas a las humildes, todas hacen referencia a lo divino, al Único Trascendente, al Omnipotente. Y, a través de los siglos, estos santuarios han atraído a hombres y mujeres dentro de su espacio sagrado para hacer una pausa, para rezar y para tomar acto de la presencia del Omnipotente, así como para reconocer que todos nosotros somos sus criaturas.

Por este motivo debemos preocuparnos por el hecho de que hoy, con insistencia cada vez mayor, algunos consideran que la religión ha fracasado en su aspiración de ser, por su misma naturaleza, constructora de unidad y de armonía, una expresión de comunión entre personas y con Dios. De hecho, algunos afirman que la religión es necesariamente una causa de división en nuestro mundo; y por este motivo afirman que lo mejor es prestar la menor atención posible a la religión en la esfera pública. Por desgracia, no se pueden negar las tensiones y divisiones entre seguidores de diferentes tradiciones religiosas. Sin embargo, ¿acaso no sucede con frecuencia que la manipulación ideológica de las religiones, en ocasiones con objetivos políticos, se convierte en el auténtico catalizador de las tensiones y divisiones y con frecuencia también de la violencia en la sociedad? Ante esta situación, en la que los opositores de la religión no sólo tratan de acallar su voz sino de sustituirla con la suya, se experimenta de una manera más aguda la necesidad de que los creyentes sean fieles a sus principios y creencias. Musulmanes y cristianos, a causa del peso de nuestra historia común tan frecuentemente marcada por incomprensiones, tienen que comprometerse hoy por ser conocidos y reconocidos como adoradores de Dios fieles a la oración, deseosos de comportarse y vivir según las disposiciones del Omnipotente, misericordiosos y compasivos, coherentes para dar testimonio de todo lo que es justo y bueno, recordando siempre el origen común y la dignidad de cada persona humana, que constituye la cumbre del designio creador de Dios para el mundo y la historia.

La decisión de los educadores jordanos, así como de los líderes religiosos y civiles, de hacer que el rostro público de la religión refleje su auténtica naturaleza es digna de aplauso. El ejemplo de individuos y comunidades, junto con la disposición de cursos y programas, manifiestan la contribución constructiva de la religión en los sectores educativo, cultural, social, y en otros sectores caritativos de vuestra sociedad civil. Yo también he tenido la posibilidad de constatar personalmente algo de este espíritu. Ayer pude tomar contacto con la reconocida obra educativa y de rehabilitación realizada en el Centro de Nuestra Señora de la Paz, en el que cristianos y musulmanes están transformando las vidas de familias enteras, asistiéndolas para que sus hijos discapacitados puedan tener el puesto que les corresponde en la sociedad. Esta mañana, he bendecido la primera piedra de la Universidad de Madaba, donde jóvenes musulmanes y cristianos, codo a codo, recibirán los beneficios de una educación superior, que les preparará para contribuir al desarrollo económico y social de su nación. Tienen también gran mérito las numerosas iniciativas de diálogo interreligioso mantenidas por la Familia Real y por la comunidad diplomática, en ocasiones emprendidas en colaboración con el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Estas comprenden un continuo trabajo de los Institutos Reales para los Estudios Interreligiosos y el Pensamiento Islámico, el Mensaje de Ammán, de 2004, el Mensaje Interreligioso de Ammán, de 2005, y la reciente carta «Una palabra común», que se hacía eco de un tema semejante al que yo afronté en mi encíclica: el vínculo inquebrantable entre el amor de Dios y el amor al prójimo, así como la contradicción fundamental de recurrir, en el nombre de Dios, a la violencia o a la exclusión (Cf. Deus caritas est, 16).

Estas iniciativas llevan claramente a un mayor conocimiento recíproco y promueven un respeto cada vez mayor tanto por lo que tenemos en común como por lo que comprendemos de manera diferente. Por tanto, deberían llevar a cristianos y musulmanes a sondear aún más profundamente la relación esencial entre Dios y su mundo, de manera que juntos podamos movilizarnos para que la sociedad esté en armonía con el orden divino. En este sentido, la colaboración que tiene lugar aquí, en Jordania, constituye un ejemplo alentador y convincente para la región, es más, para el mundo, de la contribución positiva y creativa que la religión puede y debe dar a la sociedad civil.

Distinguidos amigos: hoy deseo mencionar una tarea que he presentado en varias ocasiones y que creo firmemente que los cristianos y los musulmanes pueden asumir, en particular, a través de su contribución a la enseñanza y la investigación científica, así como al servicio de la sociedad. Esta tarea es el desafío de cultivar para el bien, en el contexto de la fe y de la verdad, el gran potencial de la razón humana. Los cristianos, de hecho, describen a Dios, entre otras maneras, como Razón creativa, que ordena y guía al mundo. Y Dios nos da la capacidad de participar en esta Razón y, de este modo, actuar según el bien. Los musulmanes adoran a Dios, Creador del Cielo de la Tierra, que ha hablado a la humanidad. Y como creyentes en el único Dios, sabemos que la razón humana es en sí misma don de Dios, y se eleva al nivel más elevado cuando es iluminada por la luz de la verdad de Dios. En realidad, cuando la razón humana consiente humildemente ser purificada por la fe no se debilita; al contrario, se refuerza al resistir a la presunción de ir más allá de los propios límites. De esta manera, la razón humana se refuerza en el empeño de perseguir su noble objetivo de servir a la humanidad, manifestando nuestras aspiraciones comunes más íntimas, ampliando el debate público, en vez de manipularlo o restringirlo. Por tanto, la adhesión genuina a la religión, en vez de restringir nuestras mentes, amplía los horizontes de la comprensión humana. Esto protege a la
sociedad civil de los excesos de un ego incontrolable, que tiende a hacer absoluto lo finito y a eclipsar lo infinito; de esta manera, asegura que la libertad se ejerza en consonancia con la verdad y enriquece la cultura con el conocimiento de lo que concierne a todo lo que es verdadero, bueno y bello.

Una comprensión así de la razón, que lleva continuamente a la mente humana más allá de sí misma en la búsqueda de lo Absoluto, plantea un desafío: implica un sentido tanto de esperanza como de prudencia. Juntos, cristianos y musulmanes, están llamados a buscar todo lo que es justo y recto. Estamos comprometidos a sobrepasar nuestros intereses particulares y a alentar a los demás, en particular los administradores y líderes sociales, a hacer lo mismo para experimentar la satisfacción profunda de servir al bien común, incluso en detrimento de uno mismo. Se nos recuerda que precisamente porque nuestra dignidad humana constituye el origen de los derechos humanos universales, éstos son válidos para todo hombre y mujer, sin distinción de grupos religiosos, sociales o étnicos. Bajo este aspecto, tenemos que subrayar que el derecho a la libertad religiosa va más allá de la cuestión del culto e incluye el derecho –en particular de las minorías– del justo acceso al mercado del empleo y a las demás esferas de la vida civil.

Esta mañana, antes de despedirme de vosotros, quisiera subrayar de manera particular la presencia entre nosotros de Su Beatitud Emmanuel III Delly, patriarca de Bagdad, a quien saludo de corazón. Su presencia recuerda a los ciudadanos del cercano Irak, muchos de los cuales han encontrado una cordial acogida aquí, en Jordania. Los esfuerzos de la comunidad internacional para promover la paz y la reconciliación, junto con los de los líderes locales, tienen que seguir para que den fruto en la vida de los iraquíes. Expreso mi aprecio por todos aquellos que apoyan los esfuerzos orientados a profundizar la confianza y a reconstruir las instituciones y las infraestructuras esenciales para el bienestar de la sociedad. Una vez más pido con insistencia a los diplomáticos y a la comunidad internacional representada por ellos, así como a los líderes políticos y religiosos locales, que hagan todo lo posible para asegurar a la antigua comunidad cristiana de esa noble tierra el derecho fundamental a la pacífica convivencia con sus propios compatriotas.

Distinguidos amigos: confío en que los sentimientos que he expresado nos dejen con una renovada esperanza en el futuro. El amor y el deber ante el Omnipotente no se manifiestan sólo en el culto, sino también en el amor y en la preocupación por los niños y los jóvenes –vuestras familias– y por todos los ciudadanos de Jordania. Por ellos trabajáis y por ellos ponéis en el centro de las instituciones, de las leyes y de la sociedad el bien de toda persona humana. ¡Que la razón, ennoblecida y hecha humilde por la grandeza de la verdad de Dios, siga plasmando las vidas y las instituciones de esta nación, de manera que las familias puedan florecer y todos puedan vivir en paz, contribuyendo y al mismo tiempo recurriendo a la cultura que unifica a este gran Reino! ¡Mil gracias!

[Traducción por Jesús Colina

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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