CIUDAD DEL VATICANO, lunes 17 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el mensaje conjunto que el Consejo Pontificio para la Pastoral con Migrantes e Itinerantes y el Consejo Pontificio para la Familia han hecho público con ocasión, el sábado 15 de mayo, de la Jornada internacional de las Familias auspiciada por la ONU, que este año lleva por lema “El impacto de las migraciones sobre las familias del mundo”.
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La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce que la familia es “el elemento natural y fundamental de la sociedad” (artículo 16) y el Papa Benedicto XVI afirmó que ésta es “lugar y recurso de la cultura de la vida y factor de integración de valores” (Mensaje para la Jornada mundial del migrante y del refugiado 2007), por lo que debe ser objeto de la “más amplia protección y asistencia posibles” (Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, artículo 10).
Esta tiene un papel insustituible para la felicidad de sus miembros, para la paz y la cohesión social, para el desarrollo educativo y el bienestar general, para el crecimiento económico y la integración social. La solidez de los vínculos familiares, de hecho, garantiza la estabilidad, tutela el equilibrio social y promueve el desarrollo. La cohesión familiar constituye el medio vital para preservar y transmitir los valores, actúa como garante de la identidad cultural y de la continuidad histórica, asegura un ambiente favorable para el aprendizaje y ofrece remedios eficaces para la prevención del crimen y de la delincuencia.
Por tanto, la sociedad civil y las comunidades cristianas son interpeladas por los problemas y por las dificultades, pero también por los valores y los recursos de los que cada familia es portadora.
Constatamos, sin embargo, que los movimientos migratorios trazan profundos surcos en el presente histórico de los pueblos y de las ciudades, de los Estados y de los continentes. Esto afecta a los individuos, a los ciudadanos autóctonos y a los ciudadanos inmigrantes. Sobre todo, afecta a las familias. En el contexto migratorio, por tanto, la familia se coloca como desafío y posibilidad, no sólo para el migrante y para sus seres queridos, sino también para los colectivos de los países de partida y de llegada.
En efecto, junto a la tradicional migración masculina, está aumentando exponencialmente el número de mujeres que deja el país de origen para buscar una vida más digna, cultivando el sueño de atraer consigo al cónyuge, a los hijos, y quizás a los parientes más cercanos. También los menores de edad y los ancianos entran en la vorágine de los flujos migratorios, llevando consigo el triste bagaje de la pérdida, la soledad y del desarraigo, a veces intensificado por la explotación y el abuso.
Por tanto, la unidad familiar, disgregada por el proyecto migratorio, ambiciona recomponerse, también para un mayor éxito en el proceso de inserción en las sociedades de acogida.
Por estas razones, auguramos que las Instituciones competentes elaboren políticas familiares responsables, que faciliten la reagrupación, que permitan a los irregulares salir de situaciones de anonimato y de precariedad mediante vías realmente practicables y que garanticen el derecho de todos a la participación y a la corresponsabilidad, social y civil, también a través del reconocimiento del derecho de ciudadanía.
Animo, finalmente, a la adopción de medidas adecuadas que faciliten, por una parte, la inserción en el tejido social que acoge a los inmigrantes y a sus familias y, por la otra, las ocasiones de crecimiento – personal, social y eclesial – basadas en el respeto de las minorías, de las diferentes culturas y religiones, además del intercambio recíproco d valores.
La educación a la interculturalidad puede contribuir a crear una nueva sensibilidad, dirigida a instaurar relaciones más amistosas entre los individuos y entre las familias, en el ámbito de la escuela y en los de vida y trabajo, con atención prioritaria a la infancia, a los adolescentes y a los jóvenes, en un mundo de rápidos cambios.
Solidaridad y reciprocidad, en el respeto de las diferencias legítimas, son condiciones indispensables ara asegurar una interacción pacífica y un futuro sereno a nuestras sociedades civiles y a las comunidades eclesiales.
Ennio cardenal Antonelli monseñor Antonio Maria Vegliò
Presidente del Consejo Pontificio Presidente del Consejo Pontificio
de la Familia de la Pastoral de Migrantes e Itinerantes
Ciudad del Vaticano, 14 de mayo de 2010
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]