ROMA, miércoles, 16 enero 2008 (ZENIT.org).- Hay un hilo conductor que une sólidamente la interpretación del Concilio Vaticano II (1962-1965) del entonces arzobispo Karol Wojtyla, que lo definió «un nuevo capítulo en la pastoral de la Iglesia», a la lectura que hace su sucesor Benedicto XVI.
Lo prueba una obra titulada en italiano «A las fuentes de la Renovación. Estudió sobre la aplicación del Concilio Vaticano II» («Alle fonti del Rinnovamento. Studio sull’attuazione del Concilio Vaticano II»), que el futuro pontífice polaco, entonces arzobispo de Cracovia, escribió en 1972 para los fieles de su diócesis, haciendo una interpretación de este evento eclesial inaugurado por Juan XXIII.
Publicada en Polonia en 2001 por la Asociación Teológica Polaca y editada en Italia en 2001 por la Libreria Editorial Vaticana, la obra ha sido reeditada ahora por Rubbettino Editore, con la aportación de la Fundación «Novae Terrae» y prólogo del obispo vicario de Roma, el cardenal Camillo Ruini.
Con aquel estudio, el cardenal Karol Wojtyla, que había venido a Roma para el Concilio Vaticano II como desconocido vicario capitular de la archidiócesis de Cracovia, contribuyendo luego de manera significativa en la elaboración de la constitución «Gaudium et Spes», pretendía fijar su atención «en la conciencia de los cristianos y en las actitudes que deben adquirir» para una real y genuina aplicación del Concilio.
En el prólogo del libro, el cardenal Ruini afirma que ya en los primeros años del postconcilio empezaron a contraponerse dos hermenéuticas, la de la «ruptura» y la de la «continuidad».
Según Karol Wojtyla, se debía salir de esta lógica para subrayar el carácter pastoral y doctrinal del Concilio. El entonces arzobispo de Cracovia veía que el «principio» y el «postulado» básico de la aplicación del Vaticano II, o sea de la renovación conciliar, era el «enriquecimiento de la fe».
Según Wojtyla, entre los documentos del Vaticano II, la constitución sobre la divina revelación «Dei Verbum» era la que mejor ilustraba esta cuestión cuando afirmaba: «La Iglesia […] en el curso de los siglos, tiende incesantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios» (n. 8).
A su entender, «tal tendencia de la Iglesia señala al mismo tiempo la orientación fundamental por la que la fe se desarrolla y se enriquece» porque «el enriquecimiento de la fe no es otra cosa que la participación cada vez más plena en la verdad divina».
En efecto, añade, «nada determina mejor el proceso de autorrealización de la Iglesia que la realidad de la fe y su gradual enriquecimiento».
«Este enriquecimiento de la fe en sentido objetivo, que constituye una nueva etapa en el camino de la Iglesia hacia ‘la plenitud de la verdad divina’ y, al mismo tiempo, enriquecimiento en el sentido subjetivo, humano, existencial».
En esto, por tanto, Benedicto XVI sigue de cerca, aún diferenciándose, el pensamiento de Wojtyla, como se pudo ver ya al día siguiente de su elección papal, cuando declaró solemnemente querer continuar el camino recorrido por Juan Pablo II en la aplicación del Concilio Vaticano II, y cuando dedicó a su correcta exégesis el histórico discurso a la Curia Romana de 22 de diciembre de 2005.
Benedicto XVI hablando a sus colaboradores de la Curia, en los 40 años de la clausura del Vaticano II, presentó como promotora de «confusión» aquella «hermenéutica de la discontinuidad» que «pudo valerse de la simpatía de los medios de comunicación e incluso de una parte de la teología moderna», oponiéndole los frutos silenciosos pero constantes de la hermenéutica de la reforma, entendida como «renovación en la continuidad».
«Una hermenéutica –escribe el cardenal Ruini en el prólogo del libro– en la que la tradición vive en la conjugación fecunda y fiel de continuidad (que no es repetición) y novedad (que no es cambio de la sustancia). Un empeño que surge sobre todo de una relación vital y espiritual con la palabra de la fe y de una eclesialidad vivida».
Mientras, añade el cardenal Ruini, queda todavía hoy un rastro peligroso de la hermenéutica de la discontinuidad que con su «llamamiento genérico al «espíritu del Concilio» expone al riesgo de interpretaciones subjetivas, que entienden mal la auténtica naturaleza del evento conciliar y abren el espacio a evoluciones difícilmente compatibles con la sustancia del catolicismo».
Por Mirko Testa, traducido del italiano por Nieves San Martín