WASHINGTON, 29 junio 2002 (ZENIT.org).- Continúa el debate sobre la mejor manera de ayudar a África a salir de la pobreza crónica que ha visto cómo el continente se ponía a la cola del mundo en términos económicos.
El reciente viaje a África de la estrella de rock Bono del grupo U2 y del Secretario del Tesoro norteamericano, Paul O’Neill, ha puesto en común dos visiones de cómo afrontar el problema, observaba el New York Times el 26 de mayo. Bono favorece un aumento de las ayudas mientras que O’Neill es escéptico sobre la efectividad de los programas de ayuda.
En defensa de las ayudas, el New York Times hacía notar que, en la última década, Uganda ha usado la ayuda occidental para doblar el número de niños en las escuelas, recortar la tasa de infección por el VIH en las mujeres embarazadas en un 80%, reducir la pobreza en un 35% y hacer que la inflación se reduzca de un 200% al año hasta un 2%. Los expertos y funcionarios del gobierno atribuyen estos logros en gran parte a la ayuda exterior.
Recapitulando los resultados del tour Bono-O’Neill, el Financial Times explicaba el 3 de junio que el Secretario del Tesoro tendrá que pasar mucho tiempo convenciendo, a quienes toman las decisiones en Washington, de que más ayudas pueden producir fruto donde los esfuerzos previos sólo han logrado resultados parciales. “Y su mentalidad de hombre de negocios está inquieta con las respuestas que ha recibido sobre el porqué los programas anteriores no han funcionado mejor”, observaba el periódico.
El viaje tuvo lugar poco después de que la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE) hiciera públicas las cifras de ayudas de los países ricos en el año 2001. Los Estados Unidos aumentaron su contribución en 10.900 millones de dólares, desde los 9.960 millones, para convertirse en el mayor donante por primera vez en casi una década, informaba el Financial Times del 14 de mayo. Sin embargo, la ayuda norteamericana en proporción al Producto Interior Bruto –un ínfimo 0,11%- lo coloca al final de la lista. Japón, debilitado por problemas económicos, recortó sus ayudas en 4.000 millones de dólares, un caída del 18% en términos reales.
La ayuda oficial al desarrollo de los 22 miembros de la OCDE cayó en 51.400 millones de dólares el año pasado, desde los 53.700 millones del año 2000, una caída del 1,4% en términos reales. La causa del declive está en la caída de las divisas frente al dólar. Las ayudas en proporción al Producto Interior Bruto continuaron siendo un 0,22%, comparadas con el 0,33% de 1990-92.
El G-8 afronta el problema
Cómo ayudar a África ha sido uno de los temas tratados este mes en la reunión de los países más industrializados del mundo, el G-8 en Canadá. La revista de junio The World Today, publicada por Real Instituto de Asuntos Internacionales con sede en Londres, analizaba el último programa, New Partnership for Africa’s Development (NEPAD), diseñado para estimular el desarrollo en África.
James Hamill, profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Leicester, explicaba que el NEPAD se diseñó para convertirse en un tipo de acuerdo entre los estados africanos y el mundo desarrollado en el que el segundo se comprometía a proveer de más ayudas para proyectos de infraestructuras, levantamiento de la deuda externa y educación, facilitar el acceso de los productos africanos a los mercados del mundo desarrollado, y canalizar mayores inversiones en las economías africanas.
A su vez, los estados africanos aceptaban las ortodoxias de la economía y política global tas la guerra fría y, en consecuencia, se comprometían con los principios del “buen gobierno”. En términos concretos, esto exige el compromiso de un gobierno limpio, responsable y abierto, junto con el fin de los grandes abusos en derechos humanos. Los gobiernos también se comprometían a introducir reformas para promover una gestión económica sana.
Aunque estos intentos han fallado en el pasado, Hamill ve ahora motivos de optimismo. Para comenzar, hay más compromiso con África por parte de las naciones desarrolladas, demostrado por el hecho de que el tema ha encontrado finalmente camino en la agenda del G-8.
Otro factor que juega a favor es que las propuestas vienen principalmente de los mismos líderes africanos, especialmente de los presidentes de Egipto, Ghana, Nigeria, Senegal y Sudáfrica. El plan evita así la trampa de las soluciones impuestas desde el exterior, con frecuencia creadoras de resentimientos.
Sin embargo, el artículo de The World Today admite que abriga dudas sobre si el mundo desarrollado proveerá los 64.000 millones de dólares de inversiones –tanto públicas como privadas- que propone el NEPAD. El G-8, de hecho, sólo destinó 6.000 millones de dólares al año.
El Times de Londres comentaba el 6 de junio que el primer ministro británico Tony Blair había apoyado con entusiasmo el plan del NEPAD durante su viaje a África occidental en febrero. Desde entonces, sin embargo, el presidente Robert Mugabe se ha mantenido en el poder en Zimbabwe mediante unas elecciones desacreditadas, las conversaciones de paz para poner fin a la guerra civil en el Congo han fallado, y las tensiones políticas han seguido en Madagascar.
En Washington, el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn hacía un fuerte llamamiento a los países ricos para que aumentaran sus aportaciones. Pero también afirmaba que los países africanos deben romper sus barreras internas al comercio y a la inversión. “África ha oído demasiadas palabras –especialmente de aquellos que viven más allá de sus orillas”, decía Wolfensohn.
La Unión Europea y Estados Unidos han hecho promesas de aumentar sustancialmente sus ayudas a África en la cumbre para el desarrollo de las Naciones Unidas reunida en México en marzo. Pero, observaba el Times, esto llega tras una década de descensos en las ayudas. Según las Naciones Unidas, las ayudas a África cayeron en más de 10.000 millones de dólares, hasta los 14.200 millones de dólares, entre 1989 y 1999.
Quitar las barreras comerciales
A parte de los aumentos en las ayudas, los líderes africanos están pidiendo también a los países desarrollados que quiten sus barreras comerciales. “La petición más importante que estamos haciendo a los países occidentales es que abran sus mercados”, decía al New York Times el presidente Yoweri Museveni. El 26 de mayo el periódico lo citaba diciendo: “el levantamiento de la deuda nos ha ahorrado algo de dinero, pero el dinero de verdad vendrá del comercio. Dennos oportunidades y competiremos”.
Pero Muna B. Ndulo, director del Instituto para el Desarrollo Africano en la Universidad de Cornell apuntaba: “los campos en los que África es ahora competitiva- agricultura y textiles- son las áreas más protegidas en Occidente”.
Otros sostienen que el comercio no puede resolver todos los problemas. Alan Tonelson, escribiendo en el Washington Post el 2 de junio, citaba el ejemplo de los trabajadores textiles de Pakistán. Desde 1990 al año 2000, las exportaciones anuales de ropa de Pakistán a Estados Unidos subieron en un 400%, hasta más de 1.500 millones de dólares. Sin embargo, entre 1990 y 1998, los salarios de los trabajadores paquistaníes del textil permanecieron iguales, en 24 centavos por hora. De hecho, la inflación de un 137% en el mismo periodo significa que los trabajadores textiles se situaron por debajo del coste de vida.
Tonelson, socio investigador en la norteamericana Business and Industry Council Educational Foundation, afirma que patrones similares se encuentran en países como Filipinas, Egipto y Perú. En algunos países este problema se extiende más allá de la industria textil. Citaba un informe de 1999 del Harvard Institute of International Development and the World Economic Forum que revelaba la caída de los salarios re
ales, en moneda local, en todos los sectores de la economía en China, Indonesia y Filipinas entre 1990 y 1997.
No cabe duda que continuará el debate sobre cómo ayudar a África. En sus deliberaciones, los líderes del G-8 harían bien en prestar atención a las palabras de Juan Pablo II a los delegados reunidos en Roma hace dos semanas para la Cumbre de la Organización Mundial de la Alimentación y la Agricultura: “Hoy más que nunca hay una urgente necesidad en las relaciones internacionales de que la solidaridad se convierta en el criterio subyacente a todas las formas de cooperación, reconociendo que los recursos que Dios Creador nos ha confiado están destinados a todos”.