CASTEL GANDOLFO, domingo, 27 agosto 2006 (ZENIT.org).- Haciéndose cercano al sufrimiento de las madres por el extravío de sus propios hijos, Benedicto XVI propuso este domingo, e hizo actual, el modelo de oración perseverante y de búsqueda de la verdad de dos grandes figuras de la Iglesia, madre e hijo: Santa Mónica y San Agustín.
Ambos vivieron en el siglo IV, pero «sus testimonios pueden ser de gran consuelo y ayuda para muchas familias también de nuestro tiempo», reconoció el Papa, calurosamente acogido por los peregrinos que colmaron el patio de la residencia pontifica de Castel Gandolfo.
De Santa Mónica, a quien la Iglesia recuerda el 27 de agosto, Benedicto XVI recalcó su manera ejemplar de vivir «su misión de esposa y madre»: por un lado ayudando a su marido Patricio «a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico», y por otro, cuidando valientemente de sus hijos al enviudar precozmente.
San Agustín mismo, quien al principio hizo sufrir a su madre con su temperamento rebelde, reconocía que ella le había engendrado dos veces. «La segunda –recalcó el Papa- requirió una larga tribulación espiritual, hecha de oración y de lágrimas, pero coronada al final por la alegría de verle no sólo abrazar la fe y recibir el Bautismo, sino también dedicarse enteramente al servicio de Cristo».
«¡Cuántas dificultades existen también hoy en la relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados!», lamentó Benedicto XVI.
A todas esas madres invita Mónica «a no desanimarse, sino a perseverar en la misión de esposas y de madres -propone el Santo Padre-, manteniendo firme la confianza en Dios y agarrándose con perseverancia a la oración».
Profundo conocedor de la figura y espiritualidad de San Agustín –del que escribió su tesis doctoral y a quien ha querido recordar en su escudo pontificio-, Benedicto XVI subrayó la «apasionada búsqueda de la verdad» que trazó toda la existencia de quien llegó a ser obispo de Hipona.
En su adolescencia, Agustín «se lanzó» «a la belleza terrena» «de manera egoísta y posesiva con comportamientos que crearon no poco dolor en su piadosa madre», apuntó el Papa.
En un «fatigoso itinerario», y con ayuda de la oración de su madre, «Agustín se abrió cada vez más a la plenitud de la verdad y del amor», y al final, «no sin una larga tormenta interior, descubrió en Cristo el sentido último y pleno de la propia vida y de toda la historia humana», prosiguió.
Por eso Agustín –cuya memoria celebra la Iglesia el lunes- es «modelo del camino hacia Dios, suprema Verdad y sumo Bien», describió el Papa.
Y expresó su deseo de que San Agustín obtenga también para nosotros «el don de un sincero y profundo encuentro con Cristo», especialmente «para todos aquellos jóvenes que, sedientos de felicidad, la buscan recorriendo caminos equivocados y se pierden en callejones sin salida».
Antes de iniciar la oración mariana, en medio de un impresionante silencio, Benedicto XVI encomendó a la Virgen María «a los padres cristianos, para que, como Mónica, acompañen con el ejemplo y la oración el camino de sus hijos», y a la juventud, para que, «como Agustín, tienda siempre hacia la plenitud de la Verdad y del Amor, que es Cristo».
«Sólo Él puede saciar los deseos profundos del corazón humano», concluyó.