TUNJA, domingo, 28 agosto 2005 (ZENIT.org).- El fenómeno de los «niños-soldado» es un terrible azote que golpea a Colombia y que exige una comprensión de sus dimensiones. En esta entrevista concedida a Fides, monseñor Luis Augusto Castro Quiroga, arzobispo de Tunja y presidente de la Conferencia Episcopal de ese país, hace un análisis de primera mano sobre el drama.
–Los números que ofrecen las asociaciones de derechos humanos oscilan entre 11 y 14 mil niños en armas. ¿Esta cifra es realista?
–Monseñor Castro Quiroga: Tal vez es un poco elevada, porque las organizaciones armadas tienen un número total de integrantes no superior a 20 mil, pero la mayoría no son niños soldados. Tal vez si juntamos a todos los involucrados en el conflicto, como autodefensas, las «Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia» (FARC) y el «Ejército de Liberación Nacional» (ELN), podemos llegar a una cifra que, aunque parece inflada, se puede acercar a la realidad.
Por lo que se refiere a paramilitares y guerrilla, los datos de la Iglesia colombiana son de unos 6 mil niños efectivamente enrolados. Claramente es muy difícil obtener datos concretos.
–Se habla de muchas modalidades de violencia contra los niños. ¿Es realmente así?
–Monseñor Castro Quiroga: Los casos de violencia contra los niños son muchos. En primer lugar claramente aparece el hecho de que son obligados a estar en una guerrilla. Por este motivo, los niños que están en la guerrilla no son considerados alzados en armas, sino sencillamente víctimas de la misma guerra; y cuando son detenidos entran en un proceso de reeducación y no en un proceso de cárcel.
Son además víctimas por muchas otras cosas, ya que son obligados a matar, a perder la conciencia de lo que es la vida ajena. Son víctimas porque son obligados a perder el contacto con las propias familias, a sufrir abusos sexuales, como sucede especialmente en el caso de las niñas.
Son víctimas porque les han cortado las posibilidades de formación y educación. Simplemente aprenden a usar el arma. El fusil pasa a suplantar a la figura materna, es el reemplazo de la mamá, el factor de seguridad de identidad, de futuro. Sin fusil no saben qué hacer. El fusil les da seguridad, puesto que en la guerrilla ellos saben que no pueden fiarse de nadie. Son víctimas porque en el ambiente de la guerrilla desconfían de todo, no pueden ni saben confiar en nadie, siempre han estado recibiendo órdenes y no saben actuar con independencia.
–¿Cómo es el proceso de rehabilitación de un niño que ha sido soldado?
–Monseñor Castro Quiroga: La rehabilitación es más complicada que si fueran adultos. Comienza con el proceso de desmovilización, o sea, de entrega de las armas por parte de los guerrilleros o paramilitares, y entre ellos hay muchos niños. Dicho proceso tiene que ser seguido de otro que se llama de reinserción, de educación, que es dificilísimo pero hay que hacerlo, porque si no acabarían como delincuentes comunes. Han aprendido a usar las armas, a matar, y lo cuentan con una naturalidad como si hubiera sido un juego. Han perdido el sentido ético y de la vida.
Nosotros aquí tenemos un centro de reinserción y esas problemáticas las vemos todos los días. Les cuento por ejemplo un caso reciente: el de una niña que fue difícil lograr que fuera al salón de belleza porque había ya perdido hasta su feminidad.
–¿Las adopciones a distancia qué resultado han dado?
–Monseñor Castro Quiroga: Sobre las adopciones a distancia no soy un especialista, pero sé que son muy positivas.
–¿Hay alguna esperanza de que cambie algo para estos niños soldados?
–Monseñor Castro Quiroga: Entre los principales logros está que por primera vez en Colombia se está pensando en las víctimas de la violencia. Hasta ahora el Estado quería saber de las víctimas quién era el violento y cuantos años de castigo debía darle. Ahora en cambio se piensa en ayudar a las víctimas de la violencia, incluso con un fondo especial para ello. En Colombia hay tres millones de desplazados, esto es, personas que tuvieron que migrar para salvar sus vidas. De estos, un millón son niños, y una vez desplazados encuentran dificultades para volver a estudiar y reintegrarse en la sociedad que les acoge, que muchas veces los mira con desconfianza.