La esperanza en Dios cuando se derrumban las esperanzas humanas, según Benedicto XVI

Dedica la audiencia general al comentar el Salmo 123, «Nuestro auxilio es el nombre del Señor»

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 22 junio 2005 (ZENIT.org).- Cuando se derrumban todas las esperanzas humanas, el creyente sabe que Dios actúa, constató el Papa Benedicto XVI este miércoles durante la audiencia general.

Al encontrarse con más de 31.000 peregrinos, el pontífice comentó bajo un tremendo sol el Salmo 123, «Nuestro auxilio es el nombre del Señor», continuando así la serie de comentarios que había emprendido Juan Pablo II a los salmos y cánticos de la Liturgia de las Horas.

El pasaje bíblico, con imágenes poéticas, expresa la sensación del creyente que ha experimentado la acción liberadora de Dios en su vida. En un primer momento, como constató el Santo Padre, «experimenta la sensación de encontrarse en una playa, habiéndose salvado milagrosamente de la furia impetuosa del mar».

«La vida del hombre está rodeada de emboscadas de los malvados que no sólo atentan contra su existencia, sino que quieren destruir también todo los valores humanos», reconoció.

Dejando a un lado los papeles, señaló: «Vemos que estos peligros también existen hoy».

«Sin embargo, el Señor interviene en ayuda del justo y le salva», aseguró. Esta misma sensación, el salmo la expresa con la figura de «una bestia que tiene entre sus fauces a su presa» o con «una trampa de cazadores que captura a un pájaro».

Pero, «el destino de los fieles, que era un destino de muerte, ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvadora», añadió el Papa en su comentario.

«La oración se convierte en este momento en un suspiro de alivio que surge de lo profundo del alma: incluso cuando se derrumban todas las esperanzas humanas, puede aparecer la potencia liberadora divina», reconoció.

Y concluyó con una improvisación: «El Señor nos quiere realmente mucho, esta es nuestra certeza y nuestra confianza».

El Papa llegó a la plaza de San Pedro con el coche descubierto, tomó en sus brazos a una niña.

Antes de despedirse, repitió en cuatro ocasiones «gracias» emocionado por el largo aplauso que le dirigieron los fieles y añadió: «No sólo sentimos el calor del sol, sino también el calor de los corazones. Gracias».

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ZENIT Staff

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