El secretario del Consejo Pontificio para la salud comparte su experiencia de enfermedad

Testimonio del obispo José Luis Redrado Marchite

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ROMA, lunes, 6 junio 2005 (ZENIT.org).- Por su interés publicamos la reflexión que el obispo José Luis Redrado Marchite (de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios), secretario del Pontificio Consejo para la Salud, ha enviado al Centro de Humanización de la Salud –CEHS– (www.humanizar.es) de los Religiosos Camilos (Madrid, España) tras caer gravemente enfermo de malaria a su regreso de Camerún, donde se había celebrado la XIII Jornada Mundial del Enfermo.

El prelado cumplió el pasado 19 marzo 69 años. Recuperado de su enfermedad, pudo reincorporarse a su labor en el dicasterio dos días después del fallecimiento de Juan Pablo II.

He recobrado mi cuerpo “perdido” a causa de la enfermedad
Reflexión enviada por monseñor Redrado
Obispo Titular de Ofena,
Secretario del Pontificio Consejo para la Salud

Este era mi grito, precisamente el 22 de marzo, martes santo 2005. Después de un proceso de enfermedad – Malaria – me hice con mi cuerpo, lo sentí mío después de un mes que me parecía haberlo perdido. Curado, lo he encontrado. Os cuento mi experiencia.

1. Hace diez años

Era el año 1995, después de un viaje a la India comencé a sentirme mal, el cuerpo que no anda bien, que lo sientes, que te pasa algo: “Ulcera duodenal” y una operación de urgencia que me llevó a cuidados intensivos, a pasar días en Planta, controles numerosos, hasta que te llega una palabra: estás curado pero, aunque te den muchos consejos, vuelves a la vida normal, como si nada hubiera sucedido, y funcionas porque tu cuerpo ha sido “arreglado” y así, mientras no sientes el cuerpo, crees que todo va bien, hasta que de nuevo – después de diez años – vuelves a no funcionar, algo te está sucediendo.

2. ¿Qué me sucede?

Nada: después de mil viajes al África, sin prevención alguna, pero esta vez, terminada la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo – 11 de febrero – me vine del Camerún con la Malaria. Los primeros pasos fueron de despiste, pensando en la gripe que “rondaba” por esas fechas, hasta que, al fin, decido ir a Urgencias donde comienzan las pruebas y más pruebas, hasta que te dicen que debes ingresar en el hospital con Malaria por Plasmidium Falciparum, según he podido leer entre los numerosos papeles.

Y comienza una fuerte cura, pasando primero por la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), toda una semana, y después en Planta de medicina, otros diez días.

3. Iter de mi enfermedad

Toda una Cuaresma y Semana Santa bajo controles médicos y asistencia de enfermería.

Como decía el Papa en estas fechas, “enfermo entre los enfermos”, controlado, “vigilado”, que nada se escape.

3.1 La primera etapa – Cuidados intensivos. Casi sin darme cuenta en los primeros momentos, tanto que me preguntaba a mí mismo: ¿tan grave estoy que me “prohíben” visitas, llamadas…? Dicen que he sudado un mar, será verdad porque dado de alta me he encontrado con un montón de pijamas; tantos cambios, tantas pruebas y controles médicos, ahora esto, después lo otro y a “obedecer” que estás grave. Te lo traduce tu cuerpo sin fuerzas, sin ganas de nada, no es tuyo, más flaco, necesitado de todo, no es tuyo, es de los otros, de los médicos, de las enfermeras…

No siento dolor físico, pero no puedo hacer nada por mí mismo, me faltan fuerzas y soy dependiente en todo hasta para llevar el alimento a la boca; ayer tan fuerte, tan autónomo, y hoy, enfermo, tan dependiente. No eres tú mismo.

Después, tu cuerpo reacciona, los resultados de la técnica, medicación, controles…, dan pronto resultados positivos que advierto en mi cuerpo que, aunque necesitado de apoyo, comienza a reaccionar, a coger fuerzas.

3.2 Segunda etapa. Me dan el alta de Cuidados Intensivos y paso a Planta en la Sección de Medicina, pero seguido por el servicio de enfermería de Ortopedia, 4ª Planta; hospitalizado aquí, quizá por estar cerca de la vivienda de la comunidad y de mi habitación.

Aquí me siguen meticulosamente, puntualmente, todo cuanto está indicado, y comienzo a notar una fuerte mejoría; comienzan a quitarme tubos, sondas…; me levanto todavía ayudado y, casi como un milagro, soy yo mismo que me siento fuerte y no necesito ayudas para levantarme, asearme…, una liberación. He recobrado mi cuerpo decía al médico, a las enfermeras. Comenzaba a ser autónomo. Mi cuerpo me lo decía, los otros lo apreciaban: el color, la voz, menos cansancio. Tu cuerpo ya comienza a ser tuyo. Pero “no correr” era la voz del médico, eran otras voces amigas. Conviene andar despacio y recobrar las fuerzas perdidas.

3.3 Llegados a este momento y dado de alta paso a la tercera etapa, ahora en comunidad, a mi habitación, pero siguiendo rigurosamente lo indicado por el médico, diría que sigo “controlado”. Tardaré algún tiempo en comenzar la vida ordinaria. Pero la batalla contra el enfermedad ha sido vencida y doy gracias a Dios, a los médicos, a las enfermeras.

4. Vivencia de mi enfermedad – experiencia

En el número anterior – “Iter de mi enfermedad” – he manifestado ya parte de mi experiencia, los primeros pasos, aquello que sientes desde tu cuerpo como otro, distinto, enfermo.

4.1 Encuentro entre técnica y humanidad

Pasando como enfermo por nuestro hospital de la Isla Tiberina – Roma, he vivido fuertemente la carga y el saber técnico; cuánta técnica, cuánta ciencia ponen a tu disposición, un bombardeo; ésta ha sido una de las realidades que “he tocado con mano”; y si esto es una realidad que te da seguridad, otro tanto debo decir de las personas que he encontrado en los diversos servicios y que han sido para mí la mejor medicina; junto a la preparación técnica he apreciado su responsabilidad profesional, la acogida y cordialidad, el respeto a la persona, la humanización de la asistencia y la disponibilidad.

4.2 Mi Pascua 2005

Yo también, “enfermo entre los enfermos”, según la expresión del Papa, he hecho mi experiencia pascual, sin ser “protagonista”, celebrante o co-celebrante; tanto la Cuaresma, como la Semana Santa y los primeros días de Pascua, los he vivido, por primera vez, desde la enfermedad, con sólo alguna presencia menos fatigosa en las celebraciones. Pero lo he vivido con serenidad, con paz, pidiendo al Señor que viniera en mi ayuda, porque mi corazón palpitaba más de lo ordinario y me faltaban las fuerzas (Salmo 21 y 37). Grité al Señor y me ha curado (Salmo 29). Mi viernes santo se ha convertido en domingo de Pascua. No asistí a la Vigilia Pascual, pero celebré la Eucaristía con los enfermos el domingo de Pascua por la tarde. Tenía “ganas” de anunciar que Cristo había resucitado, era verdad, yo mismo lo notaba en mi cuerpo mejorado. La Iglesia, contenta del triunfo de Cristo, cantaba llena de alegría: “Resplandece el Sol de Pascua, grita de alegría la tierra…, el Señor ha resucitado”. Resucitad con el resucitado, corred, haced experiencia. Está vivo. Ha resucitado. Esta realidad pascual ha coincidido con mi rápida curación, con el anuncio, tantas veces repetido por los médicos de que los resultados eran positivos; eran anuncios de vida, de resurrección, lo notaba en mi propio cuerpo, cada vez más mío.

4.3 En la enfermedad descubres otros valores

En una carta de agradecimiento, enviada a la Dirección del hospital, decía que la enfermedad me había sido “beneficiosa”, porque me ha ayudado a reflexionar, ha sido una ocasión para detener la vida agitada, ‘estresada’, y también porque es una ocasión para la amistad y para darte cuenta de que, a tu alrededor, existen muchas personas buenas. Descubres personas nueva
s en el hospital, en tu comunidad, en la vida de trabajo. Durante mi enfermedad me han acompañado los Superiores de mi Orden Hospitalaria; he tenido muy cerca las tres comunidades de la Isla Tiberina, el Servicio Pastoral, los Superiores y compañeros de trabajo del Pontificio Consejo, en Vaticano, muchas comunidades religiosas y laicos que han rezado por mi causa; he sentido cerca un “río” de oraciones, mucha solidaridad, muchos amigos, todos medicina del cuerpo y del espíritu que me han ayudado a superar la enfermedad con paz y serenidad.

El dolor, la enfermedad suscita oraciones, es un momento para elevar al Señor súplicas. Como decía, yo he sentido que mucha gente ha rezado por mi curación. Yo también ha rezado, como se reza cuando el cuerpo está roto, enfermo. Todos los días, durante la oración, pasaban por mi mente infinidad de rostros e instituciones. Y de modo particular lo he hecho el primer día que comencé a incorporarme en el trabajo, el 4 de abril, ofreciendo la Eucaristía en acción de gracias por mi curación y por todos los que habían contribuido a la misma: médicos, enfermeras, comunidades, familia, personas amigas que han estado cerca con la técnica, con la solidaridad, con la amistad. Ha rezado por todos.

4.4 Terapia mediante la lectura y la música

Me encanta leer. Termino el año con unos 50 libros leídos, pequeños y grandes. La lectura es tan necesaria como los alimentos. Decía San Bernardo que “un buen libro te enseña lo que has de hacer, te instruye sobre lo que has de evitar, y te muestra el fin a que has de aspirar”.

Un vez pasada la primera “tormenta” de la enfermedad y recuperado, comencé poco a poco, por lecturas suaves, revistas informativas, los dos documentos últimos del Papa, a los sacerdotes y a los responsables de las Comunicaciones Sociales, Ravasi sobre la Semana Santa con textos de Bernanos, Claudel, Unamuno, Turoldo…; carta al Papa de Paolo Mosca; “Memoria e identità…”. Como “no tengo nada que hacer”, sino sólo cuidar mi salud, ésta ha sido una ocasión “privilegiada” para leer y también para escuchar música. He hecho un recorrido por los grandes maestros de la música: Mozart, Beethoven, Bach, Vivaldi…, Coros y órganos, cantos populares rusos, música de meditación y relajación. Canto gregoriano, trozos clásicos de Semana Santa y Pascua (Mandatum novum. Ubi caritas. Exultet, el Mesías, Aleluya de Händel…) ¡Cuánto me ha ayudado la música a “distraerme”, a serenarme, a elevar el espíritu, a curarme! ¡Cuánto cura la buena música! Es un buen medicamento.

4.5 “¡Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación!”

Uno, durante el tiempo más crítico y duro de la enfermedad, experimenta una gran impotencia, no sólo en el cuerpo, sino en toda la persona. No tienes ganas de nada, ni de rezar “oficialmente”, se te cae el libro de las manos, no está tu cuerpo, ni tu mente, ni tu espíritu para la cantidad de salmos, lecturas, oraciones. Y elevas tu oración entrecortada, sencilla, ayudada de breves pensamientos de la Escritura, a veces de frases de santos.

Recuerdo que, ya en Planta de hospitalización, cuando ya comencé a leer un poco, sin que se me nublaran los ojos, fui a mi despacho y cogí el libro de las Confesiones de San Agustín; me caía “simpático” y apropiado eso de “tarde te amé…, o “nos has hecho para ti y nuestro corazón no tiene paz hasta que no descanse en ti”. Todavía San Agustín: “¿Por qué te has de preocupar? Quien te hizo, cuida de ti.”

Y más tarde en las Obras completas de Santa Teresa de Ávila busqué con avidez eso de “Nada te turbe”, la poesía 30 de la santa, donde invita a elevar el pensamiento, a aspirar a lo celeste.

Estaba yo en tiempo bueno, positivo, reflexivo, oracional, y repasé, lentamente, varias veces esta poesía de la gran Teresa:

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.

Fue para mí en esos momentos como una medicina espiritual.

Si es verdad que he confiado mucho en la medicina, en las personas de saber, y me he “agrapado” para salir lo antes posible de mi enfermedad, he experimentado la presencia de Dios en mí a través de tantas “mediaciones”, personas que se han cruzado estos días en mi vida, animando, dando consejos. Esas “mediaciones”, esos textos breves de la Escritura y de otros autores, han sido medicina, porque me ha dado fuerza, esperanza, ganas de caminar.

No puedo dejar de traer aquí un pensamiento de Teilhard de Chardin que me lo he “rumiado” varias veces. Dice así:

“No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
QUIERE LO QUE DIOS QUIERE.
Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz.
Que nada te altere.
Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro,
una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.
Cuando te sientas apesadumbrado, triste,
ADORA Y CONFIA.”

Podría seguir con mi experiencia, páginas y páginas, creo haber tocado aquello que más me ha sorprendido y he vivido. Experiencia y recuerdos compartidos. Muchas cosas humanas, pero también muchas cosas de Dios; Él escribe, como decía el Papa Luciani, “no en bronce o en mármol, sino en el polvo de la tierra, para que quede bien claro que todo es obra, todo es mérito sólo del Señor”.

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ZENIT Staff

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